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La riqueza de Silicon Valley también ofende

La ostentación de la élite tecnológica despierta críticas en San Francisco

Sergey Brin posa frente a un coche capaz de conducirse solo.
Sergey Brin posa frente a un coche capaz de conducirse solo.Eric Risberg (AP)

Llevar a Jan Koum a la portada de una revista como Forbes es una elección evidente. El cofundador de WhatsApp, como dicen sus editores, representa el sueño americano. Emigró de niño con su familia desde Ucrania, tuvo que hacer cola para poder hacerse con cupones de alimentos y ahora aparece de golpe en el puesto 202 de la lista de multimillonarios, con una fortuna de 6.900 millones de dólares. Este tipo de historias de éxito encantan a los jefes de Estado de todo el mundo, que pasan en comitiva para cortejar a Silicon Valley buscando ideas para replicar en sus países.

Pero Koum también refleja la “burbuja social” que crece entorno a los techies, donde el coche de moda es el sedan eléctrico de lujo Model S de Tesla. La foto de Sergey Brin al volante de uno de color fucsia, tuneado como si fuera un coche de Batman y decorado con pestañas de acero en los faros delanteros, corrió como la pólvora la pasada primavera y no hizo precisamente gracia. San Francisco, según un estudio de la Brookings Institution, es la ciudad donde creció más la desigualdad en los últimos cinco años.

Esta brecha está generando un intenso debate, rabia y protestas. Las paredes y puertas de los garajes de varias casas en Atherton, el barrio más caro en todo EE UU, según Fortune, aparecieron hace poco días, justo después de conocerse la compra de WhatsApp, con pintadas en las que se podía leer: “Que jodan al 1%”. Allí viven varios de los grandes ejecutivos del sector tecnológico. También en las paradas de autobús de Google y Facebook. Los vecinos que tienen menos no son los únicos que ponen el grito en el cielo.

John Oliver, que durante unos meses estuvo al frente del programa Daily Show de Jon Stewart, aprovechó una gala anual en San Francisco dedicada a la innovación tecnológica para mofarse de la élite de Silicon Valley. “Ya no sois los desvalidos”, dijo a la audiencia, “tenéis a una entera ciudad hasta los cojones, no solo por lo que hacéis en el trabajo sino por cómo vais a trabajar”. Se refería a los servicios de autobús privados. Estas cosas ya no crean tanta admiración como en su día los menús en las cafeterías.

“Oí que el último diseño para vuestros autobuses es usar cristales tintados... pero desde el interior, para no ver al viandante, ¿eh?”, remató el chiste. Hubo pocas risas en el aforo. Llueve sobre mojado. Ese autobús es ahora el símbolo más palpable de la división que vive una ciudad que carece de vivienda a un precio asequible o de una red de transporte decente. Es el fenómeno que en inglés llaman gentrificación, cuando un barrio se renueva porque la gente con menos recursos es desplazada por otra de mayor nivel adquisitivo.

La cadena HBO estrena el 6 de abril la serie Silicon Valley, de seis programadores que intentar triunfar. Los guionistas van a tener material de sobra. Los excesos de El Lobo de Wall Street se quedan pequeños con la obscenidad del dinero en Silicon Valley. No hace un año que Sean Parker, el fundador de Naspter y primer presidente de Facebook, gastó 7,5 millones de euros para celebrar su boda con Alexandra Lenas. Nick Bilton ya utilizó antes su blog en The New York Times para describir el derroche en las fiestas millonarias que se montan los gurús tecnológicos, como la de David Sacks, de la red social Yammer, para celebrar su 40 cumpleaños.

Google seguirá siendo la empresa más deseada para trabajar. En Twitter, un interino puede llegar a cobrar hasta 85.000 dólares en un año. Y un ingeniero puede tener un salario de medio millón al empezar, más que en la banca de inversión. Sus fundadores presentan a las compañías como si fueran ONGs, con una misión social. Pero en realidad son grandes corporaciones y de gran poder, por no dejar de mencionar la ingeniería contable de compañías como Apple para evitar el pago de impuestos desde la legalidad.

Ante esta revuelta del pueblo contra los oligarcas de Internet, como la denomina The Economist, Google hace un esfuerzo por presentarse como un buen vecino en las comunidades donde sus empleados viven y trabajan. En los últimos tres años, donó cerca de 60 millones a organizaciones como el banco de alimentos Second Haverst y patrocina el evento de voluntariado GoogleServe. Mark Zuckerberg, por su parte, acaba de donar junto a su esposa 970 millones a la Silicon Valley Community Foundation.

Pero eso no va a evitar que la élite del mundo tecnológico vaya perdiendo su encanto mientras crece la burbuja que está dividiendo San Francisco. Son los nuevos amos del Universo, una expresión que antes de la crisis financiera se utilizaba para hablar de los arrogantes ejecutivos de Wall Street. Ahí queda el desafortunado post de Peter Shih, uno de los fanáticos tecnológicos de más renombre, en el que decía que entre las cosas que más odiaba, la sexta eran los sin techo. Recibió hasta amenazas de muerte.

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