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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Copiemos a la América de 1788

Alexander Hamilton creó una deuda federal que absorbió la de los Estados federados: un ejemplo

Xavier Vidal-Folch
Un grupo de jóvenes pasan junto a la sede de la Comisión Europea, en Bruselas.
Un grupo de jóvenes pasan junto a la sede de la Comisión Europea, en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)

Es preciso que la Unión “amplíe facultades”, sostenía. Debe incluir “una disposición para el apoyo a un presupuesto nacional; para el pago de las deudas nacionales contraídas o que se puedan contraer; y en general, para todas las cuestiones que requieren desembolsos del Tesoro nacional”, propugnaba.

Así que en “la estructura del Gobierno debe entretejerse un poder general tributario, de una u otra forma” (El Federalista, Institut d’Estudis Autonòmics, Generalitat de Catalunya, 2009).

El gran Alexander Hamilton formulaba de esta guisa en la mítica alba constitucional de Estados Unidos (1787-1788) la urgencia de dotar de una capacidad fiscal a la nación naciente, por encima de los diseños presupuestarios de las 13 antiguas colonias fundadoras.

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Y concluía, en una constatación definitiva: “El peligro que más amenaza a nuestro bienestar político consiste en que los Gobiernos estatales acaben minando los fundamentos de la Unión”. Nada más adecuado para nuestra Unión Europea que esas advertencias. Hamilton fue uno de los padres de la Constitución americana, que ejerció en los papeles federalistas como fuente de inspiración de sus seguidores, e interpretación de sus hermeneutas.

Y fue luego, también, su primer secretario del Tesoro. Como consecuencia de los infinitos gastos de la guerra de independencia de Gran Bretaña (1775-1783), los Estados individuales se sobreendeudaron. Hamilton decidió una medida revolucionaria. Emitiría deuda federal que convertiría y absorbería a todos los viejos bonos de los Estados federados.

La decisión sorteaba una quiebra en la reputación de la nación emergente, de forma que nadie suspendería pagos. Y al mismo tiempo, creaba un activo seguro, con profundidad de tamaño, para sus inversores. En 1790, el secretario convirtió todos los bonos de los Estados federados en bonos federales a perpetuidad, a un interés del 4%.

Fue uno de los éxitos más notorios de la historia financiera, devolvió la credibilidad crediticia a EE UU y facilitó que los Estados se refinanciaran a bajo interés. A cambio de que la federación asumiera todas las deudas emitidas por los niveles subfederales, estos podrían quebrar, excluyendo del todo su rescate federal, lo que ha sucedido hasta recientemente. En California, o en Puerto Rico.

El proyecto del ultramoderno Hamilton, un caballero algo anticuado que falleció a resultas de un duelo, no consistía simplemente en “asegurar crédito al gobierno federal”, o incluso en “establecer un sistema financiero nacional, sino en un grandioso proyecto político” (Fiscal federalism, Randall Henning & Martin Kessler, Bruegel 2012).

Así que la invención de un Tesoro, de unos bonos federales (incluso de carácter perpetuo), de un ministro de Hacienda (o secretario del Tesoro), de un presupuesto federal, de una asunción de deudas inferiores en una deuda superior, son creaciones nada recientes. Cuentan dos siglos largos.

Algunos consideran que las propuestas de Bruselas son agresivas, antinacionales, cosmopolitas o ultrafederales. Lean a Hamilton: las verán sólidas, aunque minimalistas.

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