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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El estímulo de una urbe

Atardecer en Tánger.
Atardecer en Tánger.

Marruecos apuesta mucho en Tánger. Lo hace porque el punto de partida de la economía marroquí está muy retrasado respecto a la Europa mediterránea. De forma que ha utilizado los recursos de los que dispone una economía dirigida u orientada para invertir en infraestructuras, como renunciar al Impuesto de Sociedades de las empresas que se instalen en las zonas de interés empresarial preferente (Tánger, en este caso) y favorecer la instalación en la zona de empresas multinacionales. Ayuda en este caso que el puerto Tánger Med esté en la puerta del corredor marítimo que une el Mediterráneo con el Atlántico; es un punto estratégico de primer orden y su importancia económica crecerá con la acumulación de inversiones y producción. Mohamed V quiere que Tánger sea el mayor emporio comercial del Mediterráneo. Y va camino de conseguirlo.

Marruecos tiene además el desafío económico de estabilizar el flujo turístico. Ese reto implica más inversiones en infraestructuras para que el país pueda competir en atractivo con, por ejemplo, España. Importa insistir en que, para estos menesteres, Marruecos tiene el perfil de una economía que, sin llegar a un dirigismo integral, se mueve a impulsos de los deseos del monarca. A efectos de los intereses de las empresas españolas, las preguntas relevantes son dos. La primera es si Tánger puede ser un destino aceptable para las inversiones españolas. La respuesta es sí sin duda. La segunda es si el modelo de desarrollo zonal marroquí (concretamente en Tánger) es aplicable en el caso español; en este caso, la respuestas es negativa.

La economía española está integrada en un área económica que rechaza el dumping fiscal, aunque tolera casos como el de Irlanda y i las ayudas públicas injustificadas. Por otra parte, España carece de recursos para concentrar inversiones significativas en plazos cortos de tiempo. Y carece de ellos porque, por una parte, se ha plegado, sin capacidad de maniobra, a las exigencias de ajuste dictadas desde Bruselas e inspiradas desde Berlín y, por otra, porque por motivos políticos o ideológicos, su gobierno rechaza cualquier iniciativa de reformar el sistema tributario. Pesa, además, la decisión política fragmentada característica del modelo autonómico.

Para el Gobierno español la situación es cómoda. La restricción del gasto, concentrada en el recorte de la inversión pública, le exime de cualquier iniciativa encaminada a mejorar el funcionamiento del sistema productivo o para reindustrializar las áreas más deprimidas del país. La fijación en los recortes justifica además que nadie desde la Administración esté pensando en aumentar el valor añadido de la producción española mediante la financiación en nuevas tecnologías; a todo el cuerpo de élite de la Administración le parece de perlas que la economía haya abandonado la recesión con una alta probabilidad de que en 20 ó 30 años el país siga siendo un mercado dominado por la construcción y el turismo.

El caso de Tánger, incluso con los problemas internos de la política y de la economía marroquí, debería constituir al menos en motivo de reflexión para España. Si no para seguir su ejemplo al pie de la letra, ni tampoco sus métodos, sí para deducir que la situación de riqueza relativa no está dada para siempre, que es obligado cuidarla con inversión y plusvalías tecnológicas. Marruecos tiene su plan de choque, aunque responda a la modalidad polo de desarrollo; España, que necesita con urgencia un estímulo de oferta, para afianzar el crecimiento y mejorar la calidad del empleo, carece de él y de perspectivas de diseñarlo.

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