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Emprendedores

Conservas contra el despilfarro

El proyecto catalán Espigoladors vende mermeladas, patés, salsas y cremas hechas con alimentos que suelen tirarse

Recogida de tomates sobrantes en un campo en Viladecans (Barcelona).
Recogida de tomates sobrantes en un campo en Viladecans (Barcelona).ALBERT GARCÍA

En qué piensa cuando recrea en su cabeza el pasillo de frutas y verduras? Colores, formas, olores... Todo esto forma parte de una estrategia diseñada para gustar, para que todo le parezca atractivo, como de anuncio. Rara vez una cosecha devuelve frutas y verduras así de perfectas, pero es como lucen en la tienda. ¿Qué pasa con todas las que no ocupan estas vitrinas? Una gran parte se considerará fallida y no se pondrá a la venta. El proyecto Espigoladors, nacido en Cataluña, prepara conservas con todos estos alimentos marginados por las grandes superficies, y de paso, educa sobre el despilfarro alimenticio, emplea a personas en riesgo de exclusión y trabaja la política de residuo y kilómetro cero. O sea, favorece que se compren productos locales y que no se genere desperdicio alguno en su elaboración, venta y consumo. La proximidad condiciona el crecimiento de la empresa, que planea hacerlo a través de alianzas en el resto de regiones.

Mireia Barba es nieta de agricultores y hace tres años decidió emprender, junto a otros dos socios, la aventura de rescatar alimentos y darles forma de empresa social. Esta iniciativa, aprehendida en culturas como la alemana o países del norte de Europa, donde incluso existen restaurantes con esta política (por ejemplo, Restlos glücklich, en Berlín), es pionera en España. Espigoladors, nombre inspirado en los espigadores, que recogían las espigas sobrantes de las cosechas, elabora mermeladas, patés, salsas y cremas con todos estos alimentos ‘feos’. “El 100% ha sido aprovechado”, rezan sus etiquetas. “Hace falta mucha pedagogía sobre el despilfarro, nuestro modelo es ir hacia un mundo con residuo cero”, explica Barba, socia principal del proyecto, “tenemos que cambiar el sistema, porque estamos acostumbrados a ver alimentos perfectos; pero esto va más allá de un tema de ciudadanía, hay niños que no saben de dónde sale una zanahoria o una patata”.

La atención de Pascual, Font Bella, Unilever y Pepsico

En su periplo por la difusión de la iniciativa, no solo han llamado la atención a empresas como Pascual. También han mostrado su interés marcas como Font Bella y PepsiCo, con los que “por el momento no hay colaboración, pero es fácil que pueda haberla”, cuenta. También han llegado a Unilever, “que forma parte de un sector muy abierto a estas iniciativas y que confía en nosotros”. Estas empresas les reciben no solo porque sus productos puedan ser de interés, sino por el posicionamiento que intentan alcanzar en los últimos años. En el caso de Pascual, el residuo cero, y en el de Unilever, una política medioambiental de la que presumen en su ideario desde hace una década. “El reciclaje es parte de lo que somos”, apostilla Mireia Barba, “y tenemos mercado porque las nuevas generaciones ya están creciendo con esa filosofía de vida”. Además de estas empresas, las instituciones públicas también han mostrado su interés en este proyecto desde distintas vías. El ayuntamiento del Prat les cedió a finales de año tres locales en el barrio de San Cosme. “Se trata de un barrio vulnerable”, explica Barba, “y el objetivo era revitalizar la zona”.

Nacieron como asociación en 2014; un año después preparaban los primeros prototipos de conservas elaboradas con alimentos imperfectos. Un programa de emprendimiento de La Caixa les anima por entonces a acercarse al concepto de empresa social y poco después, empiezan a recibir premios y donaciones. Entretanto, prepararon servicios de catering, “cócteles antidespilfarro”, define Barba, para darse a conocer. Uno de ellos, en el World Trade Center de Barcelona, “una apuesta cero residuo que sirvió para dar ejemplo, para ver empresas grandes que se arriesgan”. Desde 2016, cuentan con el apoyo de Calidad Pascual, tras resultar finalistas en la categoría de Medioambiente en la primera edición de su programa para startups. Este año se vuelven a presentar. La pasada navidad, esta empresa de gran consumo incluyó en sus cestas productos de la marca que elabora la empresa, Im-perfect, de venta en todo el territorio Catalán. Su público objetivo son clientes “que tienen una sensibilidad hacia los productos naturales y saludables, y nos comprarán”. Pero, también y sobre todo, “los que no están concienciados contra el despilfarro son el público al que queremos atraer”, explica Barba. “Que vean todo lo que se puede hacer con productos feos, que se planteen qué es y de dónde viene”. No tienen competencia, más allá de las marcas artesanales. “No existen empresas de recuperación basadas en modelos sostenibles”, aseguran.

Cerraron el año pasado con 130.000 euros de facturación. El beneficio, “que de momento es prácticamente nulo”, apunta Barba, planean reinvertirlo en proyectos de formación, clave de su estrategia, y en su plan de contrataciones, muy centrado en la reinserción laboral. “Por este motivo y por la naturaleza de la empresa”, apunta la directora, “el beneficio siempre tenderá a ser cero, porque se vuelve a invertir y el que no lo vea así, no tiene sentido que invierta en la empresa”. Durante 2017, donde esperan rozar los 280.000 euros, pondrán en marcha un obrador propio (pues ahora trabajan con terceros) para elaborar sus propios productos. Este montante contará con la aportación de distintos socios, que podrían ser, por ejemplo, fundaciones. Su entrada en el capital se hace en forma de “préstamos participativos”, con un interés de entre un 3 y un 4%.

Modelo de financiación

Esta particular forma de financiarse, donde la entrada de inversores está muy acotada, tiene que ver con que la empresa no tiene forma jurídica de empresa social, por el momento. “Nos encaja cómo funciona en países como Reino Unido”, explica Barba, “aquí tenemos que ser asociación sin ánimo de lucro, creemos en el dinero a retorno, pero no un retorno excesivo”. Llaman a unirse al proyecto inversores a privados que inviertan en cooperativas, “que puedan aportar unos 50.000 euros, por ejemplo”. Pero la clave es “que sea alguien que cree en el modelo de impacto social y medioambiental, que se implique directamente que participe de las decisiones que se toman... Si buscas beneficio, este no es tu sitio”, responde tajante la socia.

Empezaron con un equipo de tres personas. Una de ellas, Barba, dejó su trabajo para dedicarse en tiempo completo a la empresa. “Algunos emprendedores empiezan en un garaje, nosotros empezamos en una furgoneta de segunda mano”, relata, “yendo a los mercados mayoristas de frutas y verduras, con la bandera de luchar contra el despilfarro”. Hoy son seis los trabajadores en plantilla; tres de ellos, los socios. Se cuenta también con un comité estratégico de ocho. Entre todos trabajan la gestión del producto, su preparación y distribución, relaciones con nuevos socios. Y, asimismo, buscan la forma de crecer. “No pretendemos hacerlo de forma exponencial”, apunta la socia, “no tiene sentido y va en contra de la política de kilómetro cero; si crecemos, lo haremos a través de colaboraciones con otras comunidades que se quieran asociar y también muevan los productos de su área”. Crecer, pero de forma contenida, anteponiendo la concienciación al beneficio económico, así resumen sus planes: “Buscamos cambiar tendencias y también realidades, y nuestra marca Im-perfect nos define: todos somos imperfectos”.

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