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Tribuna
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Consolidar la exportación

De lo que se trata es de mantener el esfuerzo en el tiempo y de no basarlo todo en la moderación de los costes

José Luis Leal
Maravillas Delgado

Los datos de la contabilidad nacional recientemente publicados constatan un crecimiento de la economía del 3,2% en 2016 con un excedente en la balanza por cuenta corriente del 2% del PIB. Se trata de un buen resultado tanto si lo consideramos en sí mismo como si lo comparamos con los de nuestros socios europeos. Francia creció la tercera parte que nosotros y registró un déficit en sus intercambios con el exterior; Alemania creció la mitad pero tuvo un excedente récord de casi el 9% de su PIB. Por su parte Italia registró un excedente en su balanza corriente de algo menos de un 3% del producto interior bruto (PIB), pero su economía tan sólo creció un 1%. Así pues nuestros resultados fueron, en conjunto, bastante satisfactorios.

El principal motor del crecimiento fue la demanda interna y, dentro de ésta, la inversión no residencial, que creció un 5%. Es una cifra positiva, pero conviene recordar que la tasa de crecimiento de este componente esencial del PIB lleva ya varios trimestres desacelerándose. Aunque con distinto peso, hubo otros elementos favorables que probablemente no se repitan este año como son el turismo y la bajada de los precios del petróleo. El incremento del 9% de los gastos de los turistas que nos visitaron en 2016 hizo que los ingresos rondaran los 46.000 millones de euros, casi 4.000 millones más que en 2015, que ya fue un buen año. La incidencia de la bajada de los precios del petróleo fue bastante mayor ya que el déficit de la balanza energética se redujo en 10.000 millones de euros. Este año, sin embargo, la factura subirá siendo probable que su incremento sea bastante parecido al ahorro del año pasado. No se trata de nada dramático, pero es necesario tenerlo en cuenta a la hora de proyectar la evolución de la economía. La conclusión de todo ello es que al menos la mitad del excedente de la balanza por cuenta corriente registrado en 2016 se debió a circunstancias excepcionales que no es probable que se repitan este año.

Hay que tener en cuenta que, por lo que se refiere a la balanza comercial, el saldo exterior no energético sufre un deterioro paulatino desde 2013. Aquél año el excedente fue de más de 24.000 millones de euros; en 2014 el excedente se redujo hasta 12.000 millones y el año pasado registró un déficit de 2.400 millones. Esta evolución no invalida el juicio positivo general que merecen nuestros intercambios con el exterior, pero introduce, al menos, un elemento de reflexión.

A medio plazo existen nubarrones que convendría disipar. El buen comportamiento de nuestras exportaciones se debe en parte a la mejora de la productividad, pero sobre todo a la moderación de los costes de producción. Para que los resultados fueran sostenibles en el medio plazo sería necesario que la productividad creciera bastante más de lo que lo ha hecho hasta el presente para lo que se necesita una política coherente que incida favorablemente en los elementos que la determinan. Como siempre, el factor más importante es la calidad de la mano de obra que a su vez depende de los programas educativos en general y de la formación profesional en particular. En este último terreno ha habido progresos con los nuevos planes de formación dual, pero la calidad de la educación secundaria sigue siendo baja, por debajo de la media de la OCDE, como repetidamente nos recuerdan las encuestas que este organismo internacional lleva a cabo regularmente. En la enseñanza superior el panorama es aún más sombrío como podemos comprobar consultando la posición de nuestras universidades en cualquiera de las clasificaciones internacionales que se realizan periódicamente. Son problemas que aunque sobradamente conocidos, distan mucho de encontrarse en vías de solución.

Hay otros terrenos en los que se podrían registrar mejoras si existiera empeño en hacerlo. Uno de ellos es el de la talla de las empresas. Según las estadísticas de la OCDE, las empresas españolas con más de 250 trabajadores son responsables del 47% de las exportaciones frente al 63% de las alemanas. En el otro extremo de la categoría, las de menos de nueve empleados facturan el 9% de las ventas al exterior frente al 4% de las alemanas. Es obvio que hay que ayudar a nuestras empresas a crecer, tarea a la que algunas instituciones privadas se dedican con energía y entusiasmo aunque no basta con su meritorio esfuerzo: cuando la aplazada revisión del modelo fiscal se ponga en marcha sería conveniente que se tuviera en cuenta este factor, como también sería deseable introducirlo en las modificaciones de la legislación laboral.

Por otra parte, el gasto privado en investigación y desarrollo es ridículamente bajo. En líneas generales, siempre según las estadísticas de la OCDE, Alemania dedica el doble de recursos a este menester que Francia; a su vez, Italia dedica menos de la mitad que Francia y nosotros dedicamos la mitad que Italia. Se trata de cifras absolutas de gasto, por lo que es necesario tener en cuenta la dimensión de nuestra economía en términos comparativos, pero aun así estamos muy por debajo de lo que sería deseable. Esta situación se explica en gran medida porque una buena parte de nuestras exportaciones la realizan empresas multinacionales cuyos centros de investigación se encuentran fuera de España. En el sector de la automoción, nuestros gastos son de 600 millones de euros, frente a los seis mil de Alemania o los casi 2.000 de Francia e Italia. En el sector de la maquinaria y equipo, nuestros gastos son del orden de 300 millones de euros frente a los casi 20.000 millones de Alemania o los 1.500 de Italia. Desde esta perspectiva la pertenencia a la Unión Europea es para España una necesidad vital, pues de la misma manera que nuestra incorporación, en 1986, a la entonces Comunidad Europea trajo consigo la implantación en España de numerosas empresas extranjeras, la no pertenencia a la Unión llevaría, antes o después, a la exclusión de nuestro país de las cadenas de valor añadido de muchas grandes empresas cuya dirección se encuentra fuera de nuestras fronteras. Nuestro europeísmo de corazón tiene sólidas razones económicas que lo apoyan.

El sector exterior va bien: el notable esfuerzo que ha realizado para mejorar su competitividad ha comenzado a dar sus frutos. Pero de lo que se trata es de mantener el esfuerzo en el tiempo y de no basarlo todo en la moderación de los costes, especialmente los de la mano de obra. Y para ello es preciso abordar con determinación la mejora de todos los factores que influyen en la productividad.

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