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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Segundo eslabón (esperando al caso francés)

Holanda, con poco paro, poca deuda y poco déficit, también sufre la desafección

Joaquín Estefanía

Pasado mañana se activa, por segunda vez en los últimos meses, el barómetro electoral del populismo en Europa (la anterior fue el referéndum de salida de Gran Bretaña de la Unión Europea). Holanda será un ensayo general con todo del eslabón definitivo, las elecciones francesas, que podrían determinar el futuro de Europa. En Holanda el asunto fundamental no es sólo si un partido de extrema derecha puede ser el que gane las elecciones legislativas con el mayor número de votos, sino sobre todo qué coalición gobernará este país fundador de la UE, y si las ideas y el programa del Partido de la Libertad de Geert Wilders (no a la UE, no al euro, no a la emigración musulmana con todas sus consecuencias: no al Corán, no al velo, no a las mezquitas,…) la impregnan y la contagian.

Holanda es otro de los países en los que la socialdemocracia ha dejado de jugar el papel central de antaño, quizá como consecuencia del síndrome de Estocolmo con el que ha ayudado a practicar en la última década las políticas de austeridad dominantes, que provenían y fueron teorizadas por las fuerzas conservadoras instaladas en Bruselas. Sin apenas paro ni déficit en las estadísticas oficiales, y con una deuda pública que casi cumple las condiciones de Maastricht (63% del PIB) ¿por qué también aquí se ha extendido parecida desafección ciudadana que en los países con un desempleo de dos dígitos y altísimos niveles de precariedad? Además del rechazo a la inmigración, ¿juegan un lugar central aquellas cuestiones de las cuales la Comisión Europea acaba de hacer una fuerte autocrítica en el Libro Blanco sobre el futuro de la UE? Recordemos el centro de las mismas: los acontecimientos han alimentado las dudas acerca de la economía social de mercado y su capacidad para conseguir que cada generación esté mejor que la anterior; por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial hay un riesgo de que los jóvenes vivan peor que sus padres. El resultado de ello es una UE “por debajo de las expectativas en la peor crisis financiera, económica y social de la posguerra”.

No es este el único frente abierto en los últimos días. Tras la última reunión de los jefes de Gobierno de los veintisiete (ya sin el Reino Unido) se ha añadido una nueva fractura a las ya existentes, a cuenta de la política de los países centrales de hacer oficial una Europa de varias velocidades: la que enfrenta a los países del Oeste y a los del Este. Es evidente que la integración de estos últimos ha sido un fracaso en términos democráticos; algunos de ellos aprueban normas que desafían las leyes y costumbres europeas e incluso los derechos humanos (caso de los refugiados). Aunque fuera para negar su existencia, pone los pelos de punta escuchar hablar al presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, de un nuevo “telón de acero”. Ya se sabe del poder del lenguaje para conformar la realidad. Wittgenstein sostuvo que las palabras y los conceptos devienen en armas de las que se valen los humanos para transformar la realidad. Quien logre en este caso el poder de nombrar la crisis que se está abriendo, será también quien acabe de imponer la visión de la realidad.

Mientras tanto, ¿hay alguien que se acuerde de Grecia?

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