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Columna
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De una democracia a otra

Los estabilizadores automáticos de la economía apenas tienen efecto distributivo en la sociedad española

Centro de asistencia Pinar de San José, en Madrid, en 2015.
Centro de asistencia Pinar de San José, en Madrid, en 2015.BERNARDO PÉREZ

Casi por primera vez desde el inicio de la Gran Recesión, la Unión Europea (UE) está creciendo económicamente más que Estados Unidos. El viejo continente está pasando de una democracia en recesión a otra que prospera, aunque sea de forma muy lenta y en muchos casos de modo meramente macroeconómico. En ella se manifiesta la herencia de la crisis, en forma de enormes déficit sociales que se han generado en la última década en muchos países, en forma de paro, empobrecimiento, reducción de la protección social y, sobre todo, mucha precariedad. Para arreglar estos déficit habrá que solucionar un problema político que ya no es sólo la crisis de representación (emergencia de partidos a los dos extremos del aspecto ideológico), sino el buen gobierno (la eficacia de las políticas).

En uno de sus últimos libros (El buen gobierno, editorial Manantial), el intelectual francés Pierre Rosanvallon aborda este asunto: puede decirse que, si bien nuestros regímenes son democráticos, no se nos gobierna democráticamente; este es el gran hiato que nutre el desencanto y el desasosiego contemporáneos. El problema de hoy es también el del mal gobierno, las relaciones entre gobernantes y gobernados.

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La Comisión Europea acaba de actualizar la lista de los países con los mayores desequilibrios. España no está entre ellos (Francia, Italia, Portugal, Bulgaria, Chipre y Croacia), pero tiene dos problemas de difícil solución: el desempleo y el nivel de endeudamiento (se reduce el privado pero el público ya alcanza del 100% del PIB). Todo ello es bien conocido y resaltado; no tanto que los niveles de desigualdad, pobreza y exclusión de la población española (de los que jamás habla el Gobierno) están entre los más altos de Europa, y avanzando.

¿Qué tipo de bienestar es éste por el cual al mismo tiempo que crece el PIB, aumentan la desigualdad, la pobreza y la exclusión? Las diferencias económicas entre el 20% más rico y el 20% se multiplican, y el índice de Gini, que mide la desigualdad —el cero se corresponde a la perfecta igualdad y el uno a la perfecta desigualdad— está entre los más altos de la UE. Este es el hiato mencionado de Rosanvallon, el que alimenta el desencanto y el desasosiego ciudadano.

El dato relevante es que este índice de Gini crece antes y después de aplicar los supuestos efectos redistributivos de los impuestos y de las transferencias sociales: los llamados estabilizadores automáticos, aquellos elementos presupuestarios que tienen impacto en los ingresos y en los gastos del Estado sin necesidad de decisiones coyunturales de los Gobiernos o cambios legislativos. Ello significa que el sistema redistributivo español no es eficiente ni en materia de ingresos ni de gastos. O lo que decía José María Maravall en la tribuna publicada en este periódico (Populismos y representación, EL PAÍS de 21 de febrero): el Estado de Bienestar no puede ser un instrumento para financiar a grupos con ingresos altos.

El efecto redistributivo del sistema fiscal y de las transferencias sociales: he aquí un asunto prácticamente ausente de las reflexiones presentadas el pasado sábado por la gestora del PSOE en su documento económico y por el equipo de Pedro Sánchez unos días antes. Mientras los socialistas adoctrinaban a sus seguidores de cara al próximo Congreso del PSOE, 34.000 ciudadanos se presentaban a 400 plazas de funcionarios (auxiliares administrativos) en la Administración General del Estado. Esta sí que es una disfunción.

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