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El proteccionismo de Trump pone en riesgo el sistema multilateral

El riesgo de que se generen guerras comerciales emerge con más fuerza que nunca

Alicia González
Agentes aduaneros y tributarios de EE UU examinan un cargamento de fresas en Tijuana
Agentes aduaneros y tributarios de EE UU examinan un cargamento de fresas en TijuanaDAVID MAUNG (BLOOMBERG)

Ha bastado una semana de la nueva Administración en la Casa Blanca para que la política comercial de Estados Unidos afronte su giro más radical de los últimos 70 años y, con ello, amenace con provocar el mayor cambio en las reglas de juego global desde la II Guerra Mundial. El “América primero” impulsado por el presidente Donald Trump da al traste con el sistema comercial multilateral y aboca a negociaciones basadas en la fuerza, el poder y el tamaño. El riesgo de que se desaten guerras comerciales, que parecía haberse evitado durante la Gran Recesión, emerge con más fuerza que nunca.

 “De hoy en adelante, una nueva visión va a gobernar nuestro país. Desde este momento se va a imponer el “América primero”. Cada decisión en materia de comercio, impuestos, inmigración o relaciones internacionales se tomará para beneficiar a los trabajadores y las familias estadounidenses”. Donald Trump no dejó lugar a dudas en su discurso inaugural de cuáles eran las prioridades de su agenda, que ha empezado a poner de inmediato en práctica. La retirada de Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en sus siglas en inglés), la renegociación del Tratado de libre comercio de América del Norte (Nafta) y el mandato al nuevo secretario de Comercio, Wilbur Ross, de usar todas las herramientas disponibles para poner fin a los abusos comerciales se enmarcan en esa marcha atrás en la apertura comercial estadounidense. “La protección nos llevará a una mayor prosperidad y fortaleza”, tronó Trump desde el Capitolio. Por ese mensaje le votaron millones de estadounidenses.

 “No estamos ante un giro casual ni una decisión personal. Trump se hace eco de un cambio que se ha producido en buena parte de Estados Unidos y con el que las élites financieras no parecen estar en contra”, apuntan fuentes financieras internacionales.

El entusiasmo de los mercados

Casi al mismo tiempo que Donald Trump ponía en marcha su giro proteccionista, el índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York alcanzaba por primera vez en la historia los 20.000 puntos. El estupor que ha provocado en el ámbito político la llegada al poder de Trump ha sido ignorado por los mercados, veremos si con o sin razón.

La combinación de una rebaja de impuestos, un plan de inversión en infraestructuras y una relajación de la regulación, como ha prometido Trump, ha disparado las previsiones de beneficios de las compañías y ha atraído a los inversores a la Bolsa. Pero hay más. A corto plazo, según David Kohl, jefe de divisas de Julius Baer, las medidas proteccionistas van a provocar un aumento de la inflación y dará más poder a las empresas para fijar los precios, después de años de presiones a la baja desde China. A largo plazo, como decía John Maynard Keynes, todos estaremos muertos.

Desde finales de la II Guerra Mundial, Estados Unidos ha promovido la integración económica como una de sus principales herramientas de política exterior. Mediante los acuerdos comerciales multilaterales, la primera potencia mundial ha ido tejiendo y ampliando una red de alianzas internacionales que ha servido tanto para la expansión de sus multinacionales como para el incremento del comercio global. Al dejar atrás la doctrina del aislacionismo de James Monroe, EE UU se comprometió a promover los valores universales como arma frente al imperialismo, y a impulsar la creación de organismos como la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). El proteccionismo implícito en el “América primero” abre una incógnita sobre el futuro de las relaciones comerciales.

 Oportunidad para los rivales

 “La retirada de EE UU del liderazgo comercial multilateral crea un espacio que otros países ya están empezando a ocupar, empezando por China. Pero también se están moviendo otros, como Japón, India y África, que apuestan por la apertura comercial para modernizar sus economías”, dice desde India por correo electrónico Arancha González, directora ejecutiva del Centro Internacional de Comercio, una agencia de desarrollo conjunta de Naciones Unidas y la OMC. “Renunciar al liderazgo tendrá un coste para las empresas americanas”, advierte.

La óptica comercial es también lo único que da cierto sentido a las arremetidas de Trump, sin precedentes en un presidente estadounidense, contra el proyecto de integración europea. La UE de los 28 representa el mayor bloque comercial del mundo, es el principal socio comercial de más de 80 países y el primer inversor mundial, según datos de Deutsche Bank. En un nuevo orden global, en el que los acuerdos comerciales abandonan el modelo de reglas multilateral y se encaran bilateralmente, el tamaño de las economías es lo que otorga fuerza y poder en las negociaciones, y solo la UE es capaz de hacer frente en ese terreno a EE UU. De hecho, Trump no ha empezado a poner en marcha su giro comercial enfrentándose a China —“la economía más proteccionista del mundo”, según el secretario de Comercio—, ni siquiera a Canadá —el otro miembro del Nafta—, sino arremetiendo contra el “enemigo” más débil, México.

En este mundo al revés que vivimos, fue precisamente el presidente Chino, Xi Jinping, quien enarboló en el Foro Económico Mundial de Davos la bandera de la globalización y el libre comercio. “Pero China no puede reemplazar a Estados Unidos, desde luego no de inmediato. Su sistema de garantías es todavía muy deficiente y su apertura comercial tiene muchos límites”, asevera un alto ejecutivo que trabaja en el país. De hecho, el economista jefe de Unicredit, Erik Nielsen, recuerda que casi al mismo tiempo que Xi hablaba en Davos, el presidente del Tribunal Supremo chino arremetía contra el modelo legal occidental y advertía de que el sistema judicial chino “estaría siempre subordinado al Partido Comunista”.

China puso en marcha un acuerdo comercial para plantar cara al TPP, la Asociación Integral Económica Regional (RCEP, en sus siglas en inglés), con el que está dispuesta a jugar prominente, pero solo en el ámbito regional. Tampoco Japón parece dispuesto a asumir el testigo cedido por EE UU, lo que evidencia un mundo sin liderazgo, el “G-0”, como lo denomina el director de la consultora Eurasia Group, Ian Bremmer.

A finales de 2016, el comercio mundial registró un repunte que reflejaba la recuperación de la economía global en los últimos meses del año. El volumen de los intercambios comerciales crecía a ritmos del 3% en noviembre, lo que situaría la tasa de incremento de 2016 en el 1%, según datos de la Oficina de Estadísticas de Holanda, reconocida experta en la materia. “La cuestión clave ahora es si la nueva Administración estadounidense acabará con esta recuperación”, admite Michael Pearce, de Capital Economics en Londres. Porque “medidas unilaterales de un país invitarán a adoptar medidas multilaterales de otros”, como recuerda González. Y ahí las guerras comerciales estarían servidas.

 

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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