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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es tiempo de los Petain, no de los Hitler

El debate no es “soberanía sí” o “soberanía no”, sino a quien se cede la soberanía

Joaquín Estefanía

Trump ya está. No hay equivocación sobre él (George Soros sobre el nuevo presidente de EEUU: “Es un estafador y va a fracasar”). Ahora se trata de Europa: 2017 será un año central para su evolución. El principal riesgo no es que ganen los partidos de extrema derecha –peligro que existe–, sino que los partidos tradicionales lleguen al poder asumiendo los diagnósticos y las recetas de aquéllos. Ya hay ejemplos: en Gran Bretaña ganaron el referéndum las tesis de Nigel Farage, pero es la derecha de los muy respetables tories la que ha tomado el poder y va a activar el Brexit; para frenar la llegada a la presidencia de Marine Le Pen, el establishment ha puesto en circulación la candidatura del ultraliberal Francois Fillon. Entre la peste y el cólera. O como dice Marie-Helene Caillol, presidenta del Laboratorio Europeo de Anticipación Política, “es la hora de los Petain más que de los Hitler”.

En la estructura orgánica de Europa, la Unión Europea, reinan los conservadores en casi todas las estructuras políticas. En los principales países, singularmente Francia y Alemania, hay elecciones legislativas y presidenciales este año. Puede ocurrir, ante esta situación, que retrocedamos y volvamos a discutir sobre si deben realizarse cesiones de soberanía o no, cuando ese no es el asunto más que para las fuerzas de la autarquía. El verdadero debate es si un país debe ceder cuotas de soberanía a instituciones supranacionales, en el caso de que estas últimas tengan menos legitimidad democrática que las nacionales, en aras a la eficacia de las decisiones. Por ejemplo, a los bancos centrales y, concretamente, al Banco Central Europeo.

Hablando de la independencia de los bancos centrales, el analista Wolfgang Münchau hacía la siguiente analogía: la mayoría de la gente no apoyaría que las fuerzas armadas de un país tuvieran que ser independientes porque, supuestamente, los generales saben perfectamente lo que es mejor para nosotros, y no habría que importunarles con las fluctuaciones cotidianas de los políticos. Hay ciudadanos que temen tanto a los banqueros como a los militares.

En coyunturas excepcionales como ésta, conviene hacer balance del estado de la cuestión. En el haber de Europa está la filosofía fundacional: no nos hemos vuelto a matar entre nosotros, como en las dos guerras mundiales; tampoco hay pena de muerte en el territorio. Estas dos razones y su modelo social ya bastarían para acreditar su existencia como Unión Europea. Pero el debe va creciendo de modo acelerado: la integración del Este ha fracasado con países autoritarios (Polonia, Hungría) en su seno; en la Europa del Sur ha desaparecido la magia del proyecto europeo; la acogida e integración de los refugiados no funciona; de Bruselas no llegan apenas mensajes de democracia y prosperidad sino de austeridad e imposición de la misma; muchos ciudadanos del Norte y del centro sueñan en la Unión sin los meridionales; un país tan significativo como el Reino Unido ha decidido salir voluntariamente del club, etcétera.

Además, la Gran Recesión, que ha tenido sus efectos más perversos en territorio europeo, ha dado paso a una frustrante “nueva normalidad” dominada por una economía que no crea suficientes puestos de trabajo (y la mayoría de los que crea son empleos basura), alimenta el mal funcionamiento de las instituciones políticas, contribuye a las tensiones geopolíticas y agrava las desigualdades.

Hay que evitar que la serpiente salga del cascarón.

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