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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desaceleración, pero moderada

La evolución de la economía española en 2016 ha sido, para muchos, una sorpresa. La ausencia de Gobierno no ha supuesto un obstáculo para el crecimiento, a pesar de lo que suponían los manuales. Dado que España es básicamente una economía de servicios ­—algo que ni este Gobierno ni otros anteriores parecen dispuestos a cambiar, actuando para cambiar el patrón de crecimiento— basta con que se recupere el mercado turístico para que las estadísticas adquieran una inercia de mejora. Como, por otra parte, el mérito de la estabilización financiera corre a cargo del Banco Central Europeo, basta con que la prima de riesgo se mantenga en niveles moderados para que el PIB, empujado por el turismo y algo de consumo, sostenga una velocidad discreta de crecimiento. El coste del no gobierno se hace evidente cuando hay que negociar el ajuste presupuestario en Bruselas pero, en apariencia, influye menos en el crecimiento a corto plazo.

El crecimiento en 2016 se ha visto favorecido por dos factores sobre los que el Ejecutivo tampoco tiene capacidad de decisión. El euro ha venido depreciándose frente al dólar, de forma que hay un efecto de cambio sobre las exportaciones que se ha denominado alegremente como viento de cola. Si los precios se recuperan, lo más probable es que la tendencia se mantenga en 2017, porque la (anunciada) política de Donald Trump conduce a ello. Pero el impulso más eficaz ha sido el precio del petróleo, hundido durante parte del año por el juego de estrategias de la OPEP, y recuperado abruptamente en diciembre debido al acuerdo en la organización de productores. El caso es que el precio en el mercado ya es superior al previsto por el Gobierno español para el cálculo de las cuentas públicas del año próximo. Por lo tanto, es un parámetro que, en pura lógica, tiene que constreñir el crecimiento.

El escenario más probable para el año próximo es una desaceleración del crecimiento; pero desaceleración moderada. Hay razones para dar crédito a esa probabilidad, desde los efectos del Brexit hasta el impacto de la Trumpeconomics (si se confirma el proteccionismo comercial inmoderado del presidente electo), con tránsito obligado en el encarecimiento del precio del petróleo. Pero, esto es lo importante, el motivo que convierte en probable (hay que insistir en la probabilidad; algunos analistas consideran que la previsión de crecimiento en 2017 será superior a la prevista del 2,5%) una desaceleración moderada es que la economía española carece de fundamentos de rentas y consumo para sostener una recuperación. Dicho de otro modo, a pesar de los laureles anticipados que se han autoconcedido Rajoy y su equipo económico, la recuperación está a medio camino y la tasa de crecimiento de hoy no es garantía de prosperidad general.

La política económica aplicada por el Gobierno de Rajoy ha sido hasta ahora una retahíla de lugares comunes. Para empezar, ha confundido a los ciudadanos al denominar política económica a lo que en realidad es una simple declaración de objetivos. Se entiende por política económica señalar los objetivos que deben conseguirse (en las finanzas públicas, la corrección del déficit público), definir los instrumentos que se aplicarán para conseguir dicho objetivo (con menos gasto o con menos impuestos) y la determinación de quién pagará los costes de perseguir los objetivos marcados con los instrumentos decididos. Los gobiernos del PP se saltan conscientemente los puntos 2 y 3 del proceso. Si el Ejecutivo fuera capaz de desarrollar una política económica consciente a partir de hoy (algo totalmente improbable) tendría que empezar por romper la espiral maligna rentas bajas-poder adquisitivo descendente-consumo débil. Y esa espiral sólo puede romperse incentivando una subida moderada y paulatina de las rentas salariales.

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