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Columna
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Evitar la guerra fría económica

La batalla electoral en EE UU ha sido entre una proteccionista moderada y uno de extrema derecha

Joaquín Estefanía

La confrontación presidencial en EEUU ha sido entre una proteccionista moderada y un proteccionista peligroso de extrema derecha. Ni Clinton (que según los papeles de Wikileaks mantiene sobre el tema una posición pública y otra privada) ni Trump son adalides del libre comercio y manifiestan continuas prevenciones sobre los acuerdos comerciales que la Administración Obama está negociando hasta el último momento entre EE UU y una y otra parte del mundo.

Cuando los historiadores analizan los años treinta del siglo pasado describen el ambiente depresivo, proteccionista y desmoralizador de aquel periodo, que en mucho se parece al de hoy. También hay diferencias notables; la existencia de un Estado de Bienestar, con todas sus deficiencias, o el marco de la globalización, de la que se discute su profundidad, su asimetría y su gobernanza pero no una marcha atrás, hacia posiciones autárquicas.

Sin embargo, el rechazo a la globalización, sobre todo en sus aspectos comerciales, es real y creciente. Si no se activan nuevas normas reguladoras esta reacción ciudadana puede ir en la dirección de un proteccionismo agresivo y de una guerra fría económica. La experiencia prueba hacia dónde llevan estas políticas de perjuicio al vecino. Los organismos multilaterales, no sólo los movimientos antiglobalización, han advertido de ello. El economista Dani Rodrik ha escrito que se pone en riesgo la globalización si se presiona para que se firmen en este momento algunos acuerdos comerciales, como el de EE UU y Europa (TTIP) o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), en contra de la opinión pública, porque encienden el rechazo hacia aquella.

Clinton y Trump han multiplicado las dudas de los ciudadanos de que estos acuerdos sean positivos para los intereses estadounidenses. Mientras tanto, en Europa se han multiplicado las manifestaciones y las posturas críticas ante el TTIP, y algunos de los políticos que pueden llegar pronto al poder (por ejemplo, en Francia) tienen posturas muy cercanas a las de Trump. La salida de Gran Bretaña de la UE pertenece a la misma familia de problemas. Algunos analistas han establecido analogías evidentes entre el voto de los británicos en junio pasado y la decisión del Reino Unido de abandonar, presa del pánico, el patrón oro en septiembre del año 1931. Fue el Reino Unido la primera potencia en renunciar a aquel sistema económico mundial.

EEUU y Europa fueron los principales arquitectos del orden económico de la postguerra. Aunque el mundo de hoy es muy diferente al de los años cuarenta, sigue siendo extremadamente peligroso que se enfrenten en conflictos arancelarios, o en barreras no arancelarias, teniendo en cuenta, además, que existen distintos actores dispuestos a entrar con rapidez en esa contienda (China, Rusia y otros emergentes). La opacidad y la falta de debate público no ayudan, sino que generan todo tipo de sospechas. El libre comercio y sus efectos linealmente positivos sobre el empleo, la inversión, etcétera, también ha entrado en la discusión. Ya no es un tabú su cuestionamiento sino que genera polarización. Mientras The Economist, gran combatiente contra el nacionalismo económico, se dirigía a los manifestantes anti TTIP con el titular "Por qué se equivocan", los representantes de estos últimos acusaban a los misioneros del libre comercio de decir blanco cuando es negro, a veces por intereses, a veces por ideología.

Todos nos jugamos mucho en las elecciones de este martes.

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