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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambio de agenda europea tras Bratislava

La cumbre europea de la semana pasada en Bratislava no ha sido vista como un éxito en el camino a la construcción europea, y con razón, pero al menos muestra cómo avanzará previsiblemente el proceso de integración europea en los próximos trimestres, condicionado por el Brexit y por los procesos electorales en países importantes de la unión.

En Bratislava se debatió cuál debería ser la respuesta de la UE al resultado del referéndum británico. Es cierto que el impacto del Brexit en los mercados financieros ha sido bastante menor de lo que muchos temían: la única consecuencia que no ha resultado ser transitoria es la fuerte depreciación de la libra esterlina. Y el impacto económico a corto plazo en la eurozona no parece que vaya a ser importante, limitado a pocas décimas de menor crecimiento en 2017 (lo que no hay que confundir con un impacto a largo plazo sobre la economía británica tras su salida de la UE, presumiblemente mucho mayor). Aun así, a nadie se le escapa que el Brexit pone de manifiesto un malestar latente en las sociedades europeas tras la crisis económica, con una amalgama de sentimientos de rechazo hacia la globalización, la inmigración, lo “extranjero”, la economía de mercado, etc. Ante tales tendencias, los líderes europeos han querido mostrar su capacidad de reacción, reconociendo implícitamente que el mayor impacto del Brexit puede ser el contagio político al resto de Europa, más que el económico.

El orden de prioridades que se dibujó en la cumbre deja de lado los avances hacia una mayor integración en la eurozona

La línea adoptada parece centrarse en un pacto de mínimos ante un ciclo electoral cargado durante los próximos doce meses (elecciones o referéndums importantes en Italia, Holanda, Francia y Alemania, al menos), donde la visión alemana de tratar únicamente los problemas relacionados con la seguridad interior y exterior y la inmigración ha prevalecido.

En parte tiene sentido, ya que el Brexit revela en principio un fracaso de la Unión Europea, no de la eurozona. Además, la declaración de Bratislava responde también a los requerimientos de los países de centroeuropa, afectados por el influjo de refugiados en 2015, que achacan a la política alemana. Aun así, resolver el problema inmigratorio no va a ser fácil, ya que es necesario conciliar la necesaria solidaridad con los refugiados y las necesidades de mayor mano de obra en una Europa envejecida, con el fuerte rechazo a los inmigrantes en algunas zonas del continente.

Lo que parece evidente es que, el orden de prioridades que se dibuja en Bratislava deja de lado los avances hacia una mayor integración en la eurozona, que son importantes sobre todo en dos aspectos: la necesidad de completar la unión bancaria, con un fondo de garantía de depósitos común, y los avances hacia una unión fiscal, que siguen fuera de la agenda. Asuntos como una cierta capacidad fiscal compartida, un Tesoro y algún instrumento de deuda europeos, o la definición de una política fiscal común que tenga en cuenta la posición cíclica del conjunto de la eurozona entran a menudo en las propuestas de los think-tanks europeos y se debatieron en el informe de los Cinco Presidentes, pero parecen haber quedado aparcadas durante un año. Una lástima.

Miguel Jiménez González-Anleo es miembro de BBVA Research

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