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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bonanza hotelera

Las empresas deben aprovechar los ingresos extraordinarios para apuntalar la calidad del sector

España es una de las principales potencias turísticas del mundo. Los ingresos generados por los visitantes extranjeros han contribuido de forma determinante a sanear la balanza de pagos por cuenta corriente, reduciendo uno de los desequilibrios más amenazantes al inicio de la crisis. Se trata de un sector que contribuye con más del 10% del PIB y el 11% del empleo del conjunto de la economía española.

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Record tourism earnings

El año en curso volverá a marcar registros sin precedentes en el número de entrantes y en los ingresos totales. En los siete primeros meses de 2016 el número de turistas que visitaron España aumentó un 11,1%, hasta 42,4 millones, nuevo récord en ese periodo. En el conjunto del año es bastante probable que se superen los 70 millones de visitantes extranjeros. En un comportamiento tan favorable han concurrido algunos factores que no vienen explicados por la mejora de calidad de los correspondientes servicios o por la todavía muy débil diversificación del tradicional binomio "sol y playa". El deterioro de las condiciones geopolíticas en destinos competidores, Francia incluido, habrá tenido una importancia igualmente considerable, como en los últimos años.

Lejos de estigmatizar este sector hay que prestar atención a su cuidado como industria destacada, a la mejora de la calidad de su oferta en la más amplia acepción. Y dentro de ella, la de los establecimientos hoteleros ha de jugar un papel determinante. Es una condición necesaria para que aun cuando el número de visitantes se reduzca, el gasto medio de los mismos aumente en mayor proporción. La bonanza que atraviesa el sector, con altas tasas de ocupación e ingresos igualmente ascendentes, que superarán los 14.000 millones de euros este año, debería aprovecharse para intensificar las inversiones en calidad de la oferta, en mejoras tecnológicas y, desde luego en diversificación de sus emplazamientos. Ello no debería ser incompatible con esa intensidad transaccional en operaciones de adquisiciones y fusiones de los propios establecimientos hoteleros, estrechamente vinculada a la recuperación del sector turístico y a las buenas condiciones financieras dominantes.

Idealmente, no solo deberían cambiar de manos los hoteles, sino, muchos de ellos, de filosofía en la gestión. Hay que buscar una generación de mayores ingresos, tanto de los propios hoteles como los que indirectamente genera el gasto en otros sectores de los correspondientes huéspedes. La evidencia también avala la mayor rentabilidad relativa de los hoteles de cuatro y cinco estrellas que exhiben una tensión constante por la búsqueda de la excelencia.

Disponer de establecimientos hoteleros de calidad es de todo punto necesario para poner igualmente en valor destinos alternativos a los intensivamente playeros, no siempre con los mejores visitantes. Son necesarios aquellos en los que se ofrezcan atributos vinculados a la historia y cultura españolas, incluida la gastronomía.

A pesar de las amenazas a la seguridad, el turismo mundial es altamente probable que siga creciendo por encima de lo que lo haga el PIB global. Y España debería ser uno de los destinos preferentes, no solo de visitantes europeos, sino de los cada día más importantes asiáticos. El sector hotelero español, que ya dispone de una importante experiencia internacional, debería aprovechar la bonanza para afianzar su liderazgo, y las agrupaciones sectoriales propiciarlo en mayor medida mediante mejoras del talento y la gestión, que mediante suplicas de formulación de normas a su favor o penalizadoras de alternativas de hospedaje a los hoteles tradicionales. La potencia turística española debe ir afianzando la generación de ingresos con visitantes con capacidad de apreciar atributos distintos al buen clima, y pagar por ellos.

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