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Columna
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¿Qué será del sargento Pepper’s?

Qué Gobierno para qué Europa. Eso es lo que se dilucida entre el ‘Brexit’ y las elecciones

Joaquín Estefanía
Una mujer ante la urna ayer.
Una mujer ante la urna ayer.Albert Garcia

Qué Gobierno para qué Europa. Esto es lo que se ha estado escogiendo en las últimas 76 horas. Un Gobierno fuerte, eficaz y sobre todo, con ganas de pelear por el proyecto europeo, en una zona con la mayor crisis de identidad desde su fundación hace casi seis décadas. Un Gobierno que va a enfrentarse no solo con los 8.000 millones de euros que le reclamaban desde Bruselas en recortes sociales con una posible multa añadida por incumplir sistemáticamente los objetivos de déficit, sino con una situación mucho más endiablada: pagar una deuda externa, pública y privada, del 180% del PIB (de la cual, alrededor de 700.000 millones son a corto plazo) con costes de financiación crecientes, por la subida de la prima de riesgo como consecuencia del Brexit.

Este porcentaje es producto de la vulnerabilidad de la economía española, en un contexto que va a caracterizarse por una mayor debilidad de las exportaciones (las ventas a Gran Bretaña y a los países de nuestro entorno, a los que se pronostica un crecimiento inferior), dificultades crecientes del sector financiero, y una pérdida de la riqueza de las familias y las empresas, que empezó el pasado viernes con la espectacular caída de las bolsas de valores, y que previsiblemente continuará. Menos exportaciones, menos crédito, menos consumo.

¿Qué va a ser a partir de ahora del sargento Pepper’s y de su club de corazones solitarios? No conviene confundir la prioridad de las motivaciones por las que Reino Unido ha decidido abandonar Europa. No es una cuestión de rebeldía ciudadana ante las políticas de austeridad (que en buena parte no son de Bruselas sino autóctonas), como ha dicho el inapetente líder laborista Jeremy Corbyn, sino una reacción proteccionista, con buenas dosis de xenofobia, a la llegada de inmigrantes de dentro y de fuera del continente europeo. La mayor parte de los estudios actuariales sobre la economía británica indican que el país necesita de los inmigrantes para mantener sus niveles de progreso y el Estado de bienestar de Beveridge. Ha dado igual: una parte mayoritaria de sus habitantes ha votado en contra de la opinión del establishment, ese que representa la London School of Economics; los medios de comunicación serios y considerados, en parte, la biblia del capitalismo contemporáneo (Financial Times, The Economist); su Parlamento y los think tanks más relevantes del laborismo y de los conservadores.

Ello, y el resultado de las elecciones de ayer en España, son llamadas de atención sobre la crisis de representación política tradicional que se está manifestando de manera acentuada en nuestros países. En Europa ya había habido algunas llamadas de atención significativas (el referéndum de Dinamarca oponiéndose al Tratado de Maastricht, el rechazo de Irlanda al Tratado de Lisboa, el no de Francia y Holanda al proyecto de Constitución), aunque ninguna tan seria como el desacoplamiento de uno de los grandes países a la propia idea de Europa. El Brexit ha sido el cisne negro de nuestros días, en la concepción que del mismo hace el profesor de ciencias de la incertidumbre Nassim Taleb: un acontecimiento imprevisto que tiene consecuencias telúricas, una tormenta en un cielo estrellado.

Para sobrevivir con ánimo al mismo se puede recurrir al pensamiento del gran Tony Judt, aquel historiador prematuramente desaparecido. Inglés de nacimiento, estudió la historia de Europa y la enseñó en EE UU. Él escribió que el alma de Europa, aquello para lo que nació, era “una unión más estrecha de los pueblos”, que es lo que no ha querido Gran Bretaña. Judt se pregunta en sus recuerdos más íntimos (El refugio de la memoria, Taurus) si Europa sería universalista: “¿Será respetuosa de la diferencia?, ¿Eurocéntrica? Los europeos no podrán definirse sin ponerse de acuerdo sobre la definición del Otro”. Eso ha sido el Brexit.

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