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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Arde Europa

Antón Costas
Maravillas Delgado

Europa arde por los cuatro costados. Es un incendio que se va propagando de Sur a Norte (de Grecia, Portugal y España a Finlandia) y de Este a Oeste (de Islandia a Polonia), con un foco de fuego cada vez más intenso en el centro, en Alemania y Austria. Se trata de un fuego alimentado por protestas sociales y rebeliones políticas de muy variada naturaleza.

Primero surgieron las protestas sociales de los indignados contra la desigualdad y la pobreza crecientes provocadas por las injustas políticas de austeridad que cargaron sobre los más débiles la factura de una crisis que no habían provocado. Después vinieron las protestas contra las reformas que buscaron mejoras de competitividad empresarial a través de flexibilidad contractual y bajadas de salarios. Ahora se están generalizando en Europa las protestas contra el acuerdo comercial que la Comisión Europea está negociando secretamente con la administración norteamericana (TTIP).

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Acompañando a estas protestas sociales llegaron las rebeliones políticas. Su manifestación más clara es la aparición de organizaciones de tipo populista que están ganando el apoyo de los votantes. En unos casos se trata de populismos de raíz democrática y pro europea (España) y en otros son claramente fascistas, xenófobos, antidemocráticos y antieuropeos (Francia, Holanda, Alemania, Polonia). Además están los movimientos soberanistas (Brexit, Escocia, Cataluña ...).

Más allá de los combustibles específicos que alimentan ese incendio en cada país, ¿tienen algo en común estas protestas sociales y rebeliones políticas? Pienso que sí. Tres cosas. Primera, la reacción contra la creciente desigualdad y la pobreza. Segunda, la inseguridad de muchas personas ante la incertidumbre de no saber si mañana tendrán empleo, ingresos, salud o educación. Tercera, la percepción de que las políticas responden a los intereses de los muy ricos y de las grandes corporaciones, más que a los intereses de los trabajadores, consumidores, pequeños ahorradores y empresas.

Esa desigualdad va abriendo un precipicio cada vez más amplió y profundo entre las élites ricas y cosmopolitas y las clases medias y trabajadoras. Por su parte, la inseguridad lleva a los más débiles a buscar refugio en el estado y en los nacionalismos. Y la percepción de que la política está secuestrada por las grandes empresas hace que muchos europeos vean la regulación del mercado interior como un paraíso para el expolio fiscal de las grandes empresas y un terreno abonado para las prácticas monopolistas.

El progresismo tiene que buscar en la lucha contra los monopolios el camino para reducir la desigualdad

Pienso que el incendio europeo tiene mucho que ver con esta monopolización de la economía. La política europea de las últimas décadas ha sido business friendly (amigable para los negocios) pero no competition and people friendly (amigable con la competencia y los consumidores). La primera beneficia la economía golfa. La segunda a la competencia. El análisis económico tiene muchos argumentos a favor de la competencia; ninguno a favor de los monopolios y negocios protegidos. Hoy, como a finales del XIX, cuando se promulgó la ley Sherman contra los monopolios, el nuevo progresismo tiene que buscar en la lucha contra los monopolios el camino para reducir la desigualdad y para generar oportunidades para todos.

Por otro lado, mientras no se reconozca que la austeridad, las reformas y los acuerdos comerciales tienen ganadores y perdedores será difícil que baje el tono de las protestas sociales y que el populismo deje de tener apoyos. ¿Por qué suponer que los trabajadores perjudicados por la reforma laboral o los consumidores afectados por el TTIP van aceptar políticas que les perjudican? Si de verdad esas políticas mejoran la productividad, ¿por qué no utilizar esos beneficios para compensar a los perdedores?

En todo caso, ¿de dónde vendrán las fuerzas que hagan retroceder la desigualdad y la pobreza y pongan coto a los intereses de las grandes corporaciones y de los muy ricos?

En un reciente libro, a la vez sugerente por sus planteamientos e inquietante por sus conclusiones, Global Inequality: A new approach for the age of globaliation, Branko Milanovic, economista serbio norteamericano experto en desarrollo y desigualdad, sostiene que la reducción de la desigualdad desde de los niveles extremos que alcanzó a principios del siglo pasado hasta la relativa igualdad de los setenta fue debida a dos tipos de factores. Por un lado, fuerzas “benignas” (la extensión de la educación). Por otro, fuerzas “malignas” (las dos guerras mundiales, las revoluciones sociales y políticas) impulsadas por la propia desigualdad. Viniendo al tiempo presente, Milanovic cree que también ahora la extrema desigualdad que estamos viendo traerá fuerzas “malignas” que harán retroceder de nuevo la desigualdad. ¿Será el incendio que estamos viendo en Europa la señal de que las fuerzas malignas se han puesto en marcha? ¿No deberíamos aprender de la experiencia del siglo pasado para poner en marcha fuerzas benignas? Tengo para mí que ha llegado el tiempo para un nuevo progresismo. Pero no soy capaz de ver de qué fuerzas vendrá de la mano.

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