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Columna
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Luces y sombras de la competitividad

Desde el inicio del período de ajuste de la economía española en el 2010, las exportaciones han crecido con intensidad, superando la expansión de los mercados internacionales. Hoy España exporta más que lo que compra en el exterior y la balanza por cuenta corriente arroja un superávit, que contrasta con los fuertes desequilibrios que presentaba en años anteriores.

Pero del renovado y bienvenido dinamismo exportador no se puede deducir que la economía española sea más competitiva. Primero de todo porque el auge exportador descansa sobre una base productiva demasiado estrecha. Las exportaciones de bienes y servicios representan una tercera parte del PIB, unos ocho puntos más que en el 2010, pero a larga distancia de países como Alemania y Holanda. Las empresas españolas están todavía poco internacionalizadas. Y los logros recientes se deben mayormente al dinamismo de las empresas que ya exportaban, y no a la incorporación de nuevas empresas en cadenas globales de valor.

Por otra parte, la productividad, pilar esencial de la competitividad, apenas ha aumentado con respecto de los países que lideran el ranking exportador. Bien es cierto que algunos sectores como los bienes de transporte, el material de precisión o la industria vinícola han mejorado notablemente su productividad, diversificándose y compitiendo en calidad. Pero el núcleo duro del sector exportador —buena parte del turismo, suministro a grandes empresas multinacionales, sector agroalimentario tradicional— sigue compitiendo en precios, lo cual contribuye al alto grado de temporalidad en el empleo, la infrautilización del capital humano y el estancamiento de la productividad.

Los costes laborales se han reducido significativamente en comparación con los países de la zona euro

En este contexto, los esfuerzos para mejorar la competitividad han descansado esencialmente sobre los recortes salariales y la creación de puestos de trabajo relativamente precarios. Fruto de ello, los costes laborales unitarios se han reducido significativamente en comparación con los países de la zona euro. La brecha de la competitividad, provocada por el intenso aumento de los costes laborales unitarios durante la etapa previa el estallido de la crisis, se ha cerrado casi por completo.

Por último, la recuperación de las exportaciones se debe en parte a una reducción insostenible del consumo y la inversión interna, que ha obligado a muchas empresas a buscar mercados externos. Desde 2010, la demanda interna se ha reducido en unos 40.000 millones de euros, mientras aumentaba en casi 270.000 millones de euros en el conjunto de la zona euro. Pero esta situación no se puede prolongar mucho más. Ante todo porque descansa sobre una evolución de las rentas salariales que difícilmente se va a repetir en los próximos años por el impacto que ha tenido sobre las desigualdades y el riesgo que acarrea de fuga de talento hacia otros países, sobre todo entre los jóvenes. También es deseable que aumente la inversión, tanto pública como privada. La adquisición de bienes de equipo y la inversión en infraestructura tecnológica son fundamentales para el aprovechamiento de los avances en la digitalización y la conexión de las empresas españolas a las redes globales.

En definitiva, la competitividad es función de la capacidad de adaptación de la economía a un entorno en constante evolución. Las nuevas tecnologías, los cambios que se están produciendo en la pauta de crecimiento de la economía China, las fluctuaciones en el precio de las materias primas y la emergencia de mercados en África subsahariana y Asia del sur, por ejemplo, exigen importantes ajustes en la actividad exportadora. Frente a las perturbaciones que se puedan producir dentro de la zona euro, y en particular el riesgo de choques asimétricos como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, también requiere una mayor participación de las empresas españolas en los mercados internacionales. De la puesta en marcha de una estrategia que se centre en los factores clave de la competitividad, y se aleje de soluciones cortoplacistas como los recortes salariales, depende la calidad del empleo y el nivel de bienestar del país.

Raymond Torres es 'visiting fellow' de la Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas).

Más empleo temporal

En el último mes, la afiliación a la Seguridad Social aumentó en 158.000 personas. En cifras desestacionalizadas ello se traduce en 32.000 afiliados más, por debajo de los aumentos experimentados en el mismo período del año pasado. Los datos de paro registrado para el mes de abril confirman la tendencia a un menor ritmo de crecimiento en el empleo. Todo parece indicar que la economía española, pese a seguir creciendo por encima de los países de su entorno, se está viendo afectada por el debilitamiento global. En este contexto de mayor incertidumbre, los empleos creados son mayormente temporales y a tiempo parcial. Los contratos indefinidos representan menos del 10% del total de los contratos del mes de abril. Ahora bien, los contratos indefinidos a tiempo completo son la modalidad de contrato que más aumenta.

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