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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Usar ‘Brexit’ para matar a Grecia

Joaquín Estefanía

Una Europa aturdida por la campaña del referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE se distraería de una hipotética suspensión de pagos de Grecia o de cualquier otra operación que cambiase las condiciones del tercer rescate (por ejemplo, la salida del FMI del mismo). Este es el sentido que se puede atribuir a la conversación entre el director de los asuntos para Europa del Fondo Monetario Internacional (FMI), Poul Thomsen, y la jefa de la misión del FMI en Grecia, Delia Velculescu, publicada por Wikileaks hace unos días.

¿Para qué querría el FMI cambiar las reglas del juego sobre Grecia? Primero, para ganar una batalla sobre el resto de los acreedores que forman la llamada cuádriga (además del Fondo, la Comisión Europea, el BCE y el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera). Y segundo, para forzar a Grecia a otra negociación a cambio del resto de los 86.000 millones que hay que desembolsar, todavía más onerosa que las anteriores para los intereses de los ciudadanos helenos. El FMI es partidario de una reestructuración de la deuda pública griega (180% de su PIB) porque entiende que es imposible de pagar. Los demás acreedores, todos europeos y encabezados por Alemania, no quieren ni oír hablar de alivio, reestructuración o quita de la deuda, por lo que pudiera tener de efecto contagio de otros países en dificultades. En la conversación citada, Thomsen sugiere a su interlocutora la posibilidad de utilizar la crisis de los refugiados para ablandar a la señora Merkel; se la podría recordar que la no incorporación del FMI al rescate griego le acarrearía muchas preguntas en el Parlamento alemán, en el que ya se enfrenta a grandes resistencias dentro y fuera de su partido por la acogida de inmigrantes en territorio germano.

A cambio de ese alivio de la deuda a largo plazo, se exigirían al Gobierno griego más sacrificios a corto plazo, un superávit primario mayor del previsto, lo que supondría recortes superiores. Si Tsipras recibiese la suficiente presión, al final terminaría cediendo, como ya sucedió el pasado mes de julio cuando se quedó sin dinero: la suspensión de los créditos de urgencia por parte del BCE obligó al Gobierno a imponer controles de capitales, por lo que se limitó la retirada de dinero en efectivo (el corralito).

El FMI suele ser una institución odiada por los países en los que impone sus recetas, pero su situación en Grecia es doblemente comprometida

Enterado de la conversación de los dos aprendices de brujo, Tsipras dirigió una carta a la directora general del FMI, Christine Lagarde, para que le confirmase si la idea de que sólo una nueva crisis llevaría a una solución del tipo planteado era una tesis oficial del FMI. La respuesta fue doble: un comunicado oficial del organismo multilateral que no confirmaba ni desmentía la información, y una contestación de Lagarde a Tsipras, en la que veía todavía muy lejos la posibilidad de un acuerdo sobre la deuda del país.

El FMI suele ser una institución odiada por los países en los que impone sus recetas (tradicionalmente, políticas de rigor mortis), pero su situación en Grecia es doblemente comprometida: no sólo por el maquiavelismo de lo ahora conocido sino por las brutales equivocaciones que ha tenido en el pasado. En 2013, en plena Gran Recesión, se conoció un informe confidencial del FMI en el que se hacía la autocrítica —sin ninguna consecuencia práctica— por haber subestimado el daño que sus recetas de austeridad causarían en la economía griega: la caída del PIB y el incremento del paro habían sido muy superiores a lo evaluado por su servicio de estudios. Además, sus cálculos sobre la evolución de la deuda pública (en aquellos momentos, del 130% del PIB) habían fallado por un “amplio margen”.

Con estos precedentes no es de extrañar que tanta gente haya considerado factibles los términos del documento filtrado por Wikileaks. Y un escandalazo más.

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