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Volver a clase a los 45

Los universitarios mayores de 25 años suponen un 12% del alumnado en los campus europeos

Antonio Mas, de 45 años, recién graduado en Derecho, en Madrid.
Antonio Mas, de 45 años, recién graduado en Derecho, en Madrid.Kike Para

Antonio Mas es un estudiante nato. Un máquina. Tiene 45 años, dos hijas y tres empleos. Y durante los últimos años, en sus ratos libres, sacando de aquí y allá, ha conseguido terminar las carreras de Derecho y de Lengua y Literatura, además del máster de profesorado. Aunque en el colegio siempre superó las expectativas, provenía de una familia de escasos recursos y estudiar una carrera no entraba dentro de sus posibilidades, completó una FP con una beca y en 1989 se incorporó como administrativo en la empresa en la que sigue trabajando hoy. Pero desde hace un año es, además, profesor por las mañanas en el instituto público Victoria Kent de Torrejón de Ardoz (Madrid), y se ocupa del servicio de atención al cliente de una página web. Aunque hay quien pueda sentirse desbordado solo de pensar en tal cantidad de actividades simultáneas, Antonio Mas transmite una total tranquilidad. Cuando consiga una plaza fija de profesor, añade, se dará por enteramente satisfecho.

Los estudiantes mayores de 25 años son un grupo consolidado en las universidades europeas, donde suponen el 12% del total del alumnado, según el Ministerio de Educación. En Reino Unido, en 2014, los mayores de 25 aumentaron un 7% respecto al año anterior, superando los 37.000. En Estados Unidos el aumento entre 2002 y 2012 fue del 35%, y su Centro Nacional de Estadísticas de Educación (NCES) proyecta que su proporción crecerá otro 20% hasta 2023.

En España el colectivo ha aumentado, en parte, debido a la crisis: el porcentaje de mayores de 30 se duplicó entre 2002 y 2012. Desde entonces la proporción se ha mantenido relativamente estable, con un ligero descenso en el último año: de los matriculados en 2014, el 16% pertenecía a este grupo, según el Ministerio de Educación. “La mayoría entra para enriquecer su visión del mundo. El 27% busca una titulación que le permita ejercer, y el 23% espera conseguir una promoción laboral”, explica Consuelo Vélaz de Medrano, directora de estudios de la UNED, cuyo grueso de estudiantes tiene entre 30 y 40 años. “Del conjunto de nuestros estudiantes, el 15% está desempleado”.

Para estudiar con más de 40, hay que cambiar el chip

¿Qué consejos ofrecen los maduros a quien no termina de decidirse? “Lo primero, animarlos. La cultura y los conocimientos no ocupan lugar”, dice Pablo Fernández, ingeniero industrial de Pontevedra, de 31 años. Trabaja a tiempo completo mientras termina el segundo ciclo por la UNED. “También es importante aprender a organizarse. Sobre todo los primeros años, la gente choca con la filosofía de volver a estudiar. Hay que cambiar el chip de cuando eras adolescente y tenías todo el tiempo del mundo. En lugar de escoger todas las asignaturas, nos podemos plantear la mitad o menos, según nuestra disponibilidad”.

Lara Sierra, una estudiante cántabra de psicología de 37 años, tiene claro que abandonará su empleo como comercial en una compañía telefónica en cuanto se licencie. Está en tercero. “En los últimos años veo cada vez a más gente de mi entorno que se anima a estudiar. Hay que ser constante. Si sacas ratos todos los días, lo terminas”, asegura.

Además de la universidad a distancia, los grados presenciales pueden estudiarse a tiempo parcial, y muchos centros poseen programas específicos para estudiantes de la tercera edad. Cuando Asunción Landrante Guevara, de 78 años, se jubiló en 2002, decidió que no podía quedarse parada y se matriculó en la Universidad para Mayores de la Carlos III, en Madrid. Asistió hasta 2014, cuando paró por problemas de salud. Todavía queda una vez al mes con su grupo de amigos de la universidad.

¿Lo más valioso que recuerda? La historia contemporánea, desde el siglo XIX hasta el franquismo. “Nosotros habíamos vivido toda esa etapa, pero no la conocíamos en profundidad porque habíamos estado cada cual en su parcelita. El profesor fue muy objetivo, y aunque eran temas que podrían haber resultado conflictivos, él dejó hablar a todo el mundo”, dice Landrante.

El segundo factor que impulsa el crecimiento de estos estudiantes es el Plan Bolonia, que obligó a muchos a volver a la Universidad para adaptar una diplomatura inconclusa al título de grado, debido al riesgo de perder los créditos, como detalla el Ministerio en los informes Datos y Cifras del Sistema de Educación Español de los últimos tres años.

La universidad a distancia “trata de eliminar las barreras para incorporarse a los estudios”, prosigue Vélaz de Medrano. Eso incluye la edad, la ruralidad o las responsabilidades familiares. “Y son títulos muy reconocidos en el mercado laboral por todo el trabajo que implican”. Por ello, los estudiantes maduros suelen optar por la universidad a distancia. El 37% de los 50.000 estudiantes de la Universitat Oberta de Catalunya, por ejemplo, tiene entre 30 y 40, y el 25% es mayor de 40. Estos constituyen el grupo que más ha aumentado en el último lustro en España, un 83,3%, llegando a conformar un 5,9% del total en 2013, aproximadamente la mitad de la media europea.

Cristina Cabrera cursa primero de Traducción en la Universidad Pompeu Fabra. A diferencia de mucha gente de su edad, ella lo hace de forma presencial, rodeada de menores de 25 años. Residente de Badalona, a sus 44 años contaba con una vasta experiencia laboral como secretaria bilingüe, pero carecía de título. El año pasado accedió al grado a través de una vía especial de ingreso para mayores de 40 años, puesta en marcha por el Ejecutivo de Zapatero en 2010, que permite conseguir plaza gracias a la experiencia laboral. Cabrera pertenece al 0,7% de los estudiantes que usan esta vía.

“Había salido de COU desmoralizada porque me habían quedado asignaturas para septiembre. Así que me fui de au pair a Suiza, y lo que debían ser seis meses se convirtieron en 12 años. Fue en Zúrich donde estudié traducción, a través de una formación aplicada no universitaria”, explica. Al volver a España vio que no le convalidaban el curso suizo, y volvió a aparcar el sueño universitario. “Ahora, después de tantos años, lo estoy consiguiendo. Tuve un accidente y estoy en silla de ruedas, así que tengo tiempo de estudiar aunque no pueda trabajar”.

Su universidad, la Pompeu Fabra, tiene una media de edad de ingreso de 19 años, y ella lo nota en el comportamiento de sus compañeros. “Hablan en clase, miran el móvil…, claro, yo cuando tenía 18 años hacía campana [faltar a clase] y todo lo que tú quieras, pero ahora quiero enterarme. Me molesta que la gente de la última fila esté hablando. Pero hacemos muchos trabajos en parejas y tengo muy buena relación con la gente joven”, asegura Cabrera. Una ventaja clara de la universidad presencial es “la cohesión de grupo”, explica Pere Torra, vicegerente de docencia de la Pompeu Fabra. “Además de hacer amistades, ayuda a motivarte”.

Antes o después, se consigue. “Yo le dedico todas las noches dos horas, después de acostar a las niñas”, dice Antonio Mas. “Tampoco creo que sea muy duro. Es una cuestión de organización”. Duerme cinco horas. Sin sacrificios en su vida personal y el apoyo de su esposa, admite, sería muy difícil conseguirlo todo. Pero el caso es que engancha. “Me veo estudiando a los 65”, ríe por encima de su café. ¿Su próximo objetivo? Historia.

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