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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Síndrome europeo del alcohólico reformado

Antón Costas
Maravillas Delgado

Hay muchas señales que apuntan a que algo gordo se está preparando en la economía mundial. La reunión la semana pasada en Shanghái del G-20 —los veinte países desarrollados y emergentes más importantes— lo ha confirmado. Según el comunicado final, si no se hace algo urgente, la economía mundial va hacia el estancamiento y la deflación prolongada.

Las señales son muchas. Pero quizá la más clara sea la decisión de algunos bancos centrales —el último, el de Japón hace unas semanas— de aplicar tipos de interés negativos a los depósitos que la banca comercial tiene en el banco central. ¿Qué otra cosa sino el temor a una depresión prolongada puede llevar a los normalmente ortodoxos bancos centrales a aplicar este tipo de medidas heterodoxas? Convendría, por tanto, prepararse para la próxima recesión. El FMI y la OCDE advierten de la “apremiante necesidad” de intervenir. Y el comunicado del G-20 habla del compromiso de utilizar “todas las herramientas posibles”.

¿Cuáles son esas herramientas? Fundamentalmente, las políticas fiscales y monetarias no convencionales reservadas para situaciones económicas y sociales excepcionales. Se trata de mezclar en un único cóctel de medicinas las recomendaciones de John Maynard Keynes y Milton Friedman.

Hasta ahora, los gobiernos han trasladado a los banqueros centrales la responsabilidad de estimular la demanda y el crecimiento. Pero la política monetaria convencional ha llegado a sus límites sin lograr activar la demanda ni crear inflación. Hay que volver la vista a los grandes programas keynesianos de gasto público, especialmente en infraestructuras, que a la vez que estimulen la demanda, el empleo y el ingreso de los hogares, mejoren la productividad y el crecimiento potencial a largo plazo.

Las malas ideas económicas son como la mala hierba, difíciles de extirpar. Por lo tanto, preparémonos para la próxima recesión

Pero, ¿cómo financiar esos programas si las arcas públicas están exhaustas? Con la fórmula del “helicóptero” de Milton Friedman: financiación del nuevo gasto público directamente por los bancos centrales. En vez de seguir dando dinero a los bancos a través de operaciones de quantitative easing que no logran trasladar liquidez a los consumidores e inversores, se trataría de utilizar inyecciones de dinero en vena mediante la financiación por el BCE de las emisiones de deuda para inversiones.

Este tipo de herramientas excepcionales producen miedo a los timoratos. Pero en el panorama económico, social y político que estamos viviendo, a lo único que deberíamos temer es al miedo. Como ya ocurrió en los años treinta del siglo pasado, las políticas fiscal y monetaria “de guerra” son las únicas medidas inteligentes para salvar al capitalismo, la sociedad liberal y la democracia.

A pesar de la declaración del G 20, no todos estuvieron de acuerdo en utilizar todas las medidas posibles. Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de finanzas, se mostró reacio y volvió a recitar la letanía de las reformas estructurales. Sin embargo, la región económica que tiene más números de volver a la recesión es la eurozona. La nueva recaída en la deflación de precios lo confirma. La austeridad no funciona. Sin embargo, la Comisión Europea sigue, erre que erre, recomendando el rápido recorte del déficit público. La estupidez macroeconómica europea parece no tener límites.

Si la austeridad no funciona y la deflación es una amenaza real, ¿por qué Schäuble y la Comisión Europea no cambian de postura? Hay varias explicaciones. La primera es que en la macroeconomía de tradición germánica-austríaca que domina la eurozona no hay ningún capítulo dedicado al tratamiento de las deflaciones. Es como si en los manuales de medicina no hubiese ninguna parte dedicada a la depresión. La segunda, es que a Alemania le ha ido bien esta situación al permitir a su sector público y a sus empresas financiarse a tipos de interés bajos o negativos, con un ahorro financiero extraordinario. La tercera, es que la UE no tiene una Hacienda propia que le permita embarcarse en grandes programas fiscales al estilo del Tesoro norteamericano o del británico. En estas circunstancias, la austeridad supone hacer de la necesidad virtud.

Pero la mejor explicación de la resistencia de Schäuble y de la UE a utilizar la política fiscal para evitar la próxima recesión es que están bajo el síndrome del alcohólico reformado. Los gobiernos y las élites europeas han interiorizado la falsa narrativa de que la crisis de deuda soberana de 2010 fue la consecuencia de la adicción de los gobiernos al gasto público durante la época de euforia. Después de recomendar la austeridad como terapia de rehabilitación, ahora temen que las medidas fiscales y monetarias excepcionales les hagan caer de nuevo en el alcoholismo.

Sin embargo, la única manera de evitar caer en la recesión económica y en la deflación de precios es que los gobiernos y el BCE convenzan a los consumidores e inversores europeos de que están dispuestos a hacer todo lo necesario para crear inflación. No será fácil, porque las malas ideas económicas son como la mala hierba, difíciles de extirpar. Por lo tanto, preparémonos para la próxima recesión.

Antón Costas es catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.

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