_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pedro y el lobo

No hay evidencia de que las cosas van tan mal como el pánico de los mercados lleva a pensar

Seguro que se saben la fábula de Pedro y el lobo. Los mercados financieros gritan alto que algo preocupante está pasando en la economía mundial. Y algo tiene que ir mal cuando desde que comenzó el año las Bolsas caen, las primas de riesgo se incrementan y los únicos activos financieros que aumentan sus precios son los de refugio, como los bonos soberanos alemanes o americanos, y el oro. Y eso que veníamos de un segundo semestre de 2015 en el que las Bolsas tampoco tuvieron un balance positivo.

Los mercados financieros tienen motivos para no asumir riesgos. El crecimiento global es anémico, si se compara con los registros previos a la crisis de 2008-2009, y parece que no irá mucho más allá del 3% este año. Además, este crecimiento es vulnerable a choques que puedan reducir la confianza de consumidores e inversores. Primero, porque el margen de respuesta de las políticas de demanda parece acotado; al menos en el caso de la política monetaria. Es cierto que los bancos centrales de países desarrollados han convertido en habituales medidas de apoyo, que se siguen llamando no convencionales, y que su creatividad para lograr sus objetivos ha sido elevada. Pero también lo es que, a tenor de lo que vemos por ejemplo en Japón, la eficacia de las medidas para animar la toma de riesgos que termine filtrándose en crecimiento y empleo a través del crédito, es cada vez menor. El alto nivel de deuda, que apenas se modera dado el entorno de baja inflación y actividad, es un freno al crecimiento. El descenso de los precios del petróleo es un alivio para las economías importadoras, pero está siendo compensado por las propias caídas de los mercados, que frenan la renta disponible para consumir o deterioran el balance de las empresas para acometer nuevas inversiones.

Segundo, porque la clave está en China, en el resultado de su proceso de transición, único en la historia y con múltiples objetivos a satisfacer al mismo tiempo. Se trata de lograr el reequilibrio de su economía hacia el sector servicios, hacia un mayor protagonismo del mercado en la asignación de recursos y, por lo tanto, reestructurando empresas públicas ineficientes y gestionando a la vez una delicada apertura de la cuenta de capitales. Un reto inmenso en la primera economía del mundo que, además, carga con las dudas sobre la fiabilidad de las estadísticas o sobre la gestión y los objetivos a medio plazo del tipo de cambio del renminbi.

A ambos factores se unen las dudas sobre el ritmo de normalización de tipos en EEUU, algo que la presidenta de la Fed reconocía el miércoles pasado con su tono cauteloso ante el Congreso de su país. Con todo ello, ¿vendrá el temido lobo de la recesión global con un parón "a lo Lehman"? No debería. En aquel episodio se produjo un corte súbito de las líneas de financiación, con la incapacidad del sistema bancario de atender la demanda solvente de crédito. No existe evidencia de que esto esté pasando y la fortaleza del sistema es mayor tras las reformas emprendidas. En todo caso, aunque haya que escuchar con atención los gritos de Pedro, tratemos de atender también otros sonidos, los de los indicadores de la economía real, por si están aclarándose la voz para decir algo.

Julián Cubero es economista jefe de la Unidad de Escenarios Económicos de BBVA Research.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_