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La última bocanada de la industria del tabaco español

El cierre de la planta de cigarrillos de Altadis en La Rioja representa la caída de un símbolo de la región y la imagen más clara del imparable declive del sector

J. A. Aunión
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Last gasp for Spain’s tobacco industry

El olor de aquellas grandes cantidades de tabaco era tan fuerte, que Montserrat Martínez apenas podía soportarlo. Pero enseguida se acostumbró, cuenta; si no, habría sido imposible para ella trabajar en la Fábrica de Tabacos de La Rioja desde 1974, cuando tenía 18 años, hasta que se prejubiló en 2015. Ya retirada, alguno podría decir que a Montse ni le va ni le viene que Altadis haya decidido cerrar la planta, pero cuando se lo contaron el pasado martes se quedó blanca, desencajada y se echó a llorar. Son muchas cosas. Primero, le toca por raíces, pues tres generaciones de su familia han pasado por allí, desde su abuelo a su hermana pequeña, pasando por su tío, su hermano y su cuñado. Después, por riojana: la tabacalera, abierta en 1890, fue la primera gran industria fabril de la región y ahora dejará un importante agujero de varios cientos de parados. Pero, además, le toca por cigarrera, heredera de aquella mítica figura romántica que reflejó Bizet en la ópera Carmen y que luego fue todo un símbolo de la emancipación laboral de la mujer y de la lucha por sus derechos.

Montse, su familia y la fábrica son probablemente la imagen más clara del imparable declive la industria del tabaco en España, que llegó a suponer el 16% del PIB del país a finales del siglo XIX; hoy, según las estimaciones del sector, se limita al 1%, la inmensa mayoría procedente de los fuertes impuestos que se aplican a su compra.

Imagen de Logroño, con la fábrica de tabacos al fondo, a finalnes del siglo XIX o principios del XX.
Imagen de Logroño, con la fábrica de tabacos al fondo, a finalnes del siglo XIX o principios del XX.

Desde 1999, la empresa Altadis (que nació de la fusión de la francesa Seita y la española Tabacalera) ha ido cerrando una a una prácticamente las 12 fábricas que tenía en España, herederas privatizadas del monopolio estatal que comenzó hace casi cuatro siglos. La de La Rioja es la última planta que fabrica cigarrillos, por ejemplo, Fortuna y Ducados; la única que mantendrá Altadis, en Santander, hace solo cigarros puros mecanizados y puritos.

Los cambios de hábitos de consumidores frente a un producto que perjudica tan seriamente la salud tienen mucho que ver: a principios de los años ochenta fumaba a diario el 40% de los adultos, ahora es el 24%. A eso hay que sumarle los altos impuestos que gravan el producto y el contrabando para dar con una caída de ventas en volúmenes de cigarrillos en los últimos cinco años de más del 45%. En ese contexto, ni las ayudas que le ha ofrecido el Ministerio de Industria, ni las presiones del Gobierno riojano, ni las protestas de los trabajadores (aseguran que la fábrica sigue siendo rentable, aunque solo sea para abastecer el mercado español) han hecho a Altadis, propiedad de la británica Imperial Tobacco, reconsiderar su decisión de cerrar la planta en junio.

“Yo, por suerte, estoy en edad de prejubilarme, pero hay muchos jóvenes que irán a la calle, muchos con hijos, con hipotecas a las que no podrán hacer frente”, dice Magdalena Martínez, de 57 años, hermana de Montserrat. De los 471 empleados fijos de la fábrica, 180 podrán prejubilarse por tener 51 años o más, según la empresa. El resto, 291, irán al paro.

Desde la izquierda, las hermanas Magdalena y Montse Martínez, Pedro Ibarra y Nati Alcalde en la fábrica de Altadis de La Rioja.
Desde la izquierda, las hermanas Magdalena y Montse Martínez, Pedro Ibarra y Nati Alcalde en la fábrica de Altadis de La Rioja.SONIA TERCERO

Uno de ellos, que prefiere no dar su nombre, se queja de que dejó un trabajo fijo hace apenas tres años con la promesa de un futuro mejor en Altadis. “Nos sentimos engañados, hasta hace dos días nos decían que todo iba bien, hacían auditorías de mejora de la productividad y pedían ayudas al Gobierno de La Rioja”, añade su compañero Pedro Ibarra, con 38 años y un hijo de tres. “Lo hemos dado todo para hacer que esta fábrica siguiera siendo rentable".

Además, Ibarra advierte de que no se trata solo de la plantilla fija. “Hay muchas ramas colgando de este árbol”, dice en referencia a unos 80 empleados de seguridad y limpiadoras, a los camioneros que transportan el tabaco, a los conductores de autobuses que cada día llevan y traen a los empleados desde Logroño a la fábrica, situada a 18 kilómetros, en el Polígono de Sequeros.

La planta se trasladó allí en 1978. Pero las hermanas Monserrat y Magdalena Martínez y su amiga Nati Alcalde (57 años) empezaron a trabajar en el tabaco en la planta antigua, la que estuvo desde 1890 en la calle de La Merced de Logroño y que hoy ocupan la Biblioteca y el Parlamento de La Rioja. Por allí paseaban las tres el pasado jueves mientras compartían viejos recuerdos: cómo parte de la labor aún se hacía a mano y se asomaban alborotadas cada vez que pasaban los militares por la calle hacia el cuartel; cómo los puestos pasaban de padres a hijos y casi todas las que manejaban las máquinas eran mujeres, una larguísima tradición que en los albores del siglo XIX atribuían a la destreza manual femenina.

También se iban poniendo las tres amigas al día de quién había dicho qué y quién no paraba de llorar en la fábrica desde el pasado martes. Y vuelve la tristeza. “Debería dejar de fumar”, dice Montserrat. “Yo lo voy a intentar ahora cuando me jubile”, añade su hermana.

Tercera mudanza y final de trayecto

David Eive tiene 38 años y es trabajador de Tabacalera-Altadis de tercera generación. Cuando a los 22 entró en la fábrica de A Coruña, siguiendo los pasos de su madre y de su tía abuela, creía que se jubilaría en la empresa. Hoy no está nada claro, y no será porque no lo está intentando. En 2003, cuando cerraron la planta coruñesa, le ofrecieron trasladarse a otra de la compañía y eligió Alicante, adonde fue con su novia. “Como era nueva, la acababan de abrir, pensé que tendría más futuro. Me confundí”, explica.

Alicante también cerró y esta vez se trasladó en 2009 con su mujer a Logroño, dejando atrás una hipoteca a medio pagar. Su hijo ya nació, hace tres años, en la capital riojana y hace apenas dos meses se compró una casa. “No sé qué haré. Aunque no creo que lo hagan, si me ofrecieran ir a Santander [donde está la última planta de Altadis en España], creo que sí me iría”.

En la fábrica riojana trabajan empleados de Málaga, Madrid, Valencia, Cádiz, Sevilla... de las 11 plantas de cigarrillos que Altadis ha cerrado por toda España en los últimos tres lustros. Mientras 6.000 personas perdieron su empleo, ellos (varias decenas, los sindicatos no saben la cifra exacta) aceptaron trasladarse para mantenerlo. Y así ha sido, hasta ahora.

Óscar Pita ha hecho el mismo recorrido que Eive, de A Coruña a Logroño, pasando por Alicante. Sin embargo, él sí puede haber conseguido el objetivo de retirarse en la tabacalera, si Altadis cumple su promesa de que a partir de 51 años (los que tiene Pita) los empleados se podrán acoger a la prejubilación.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.

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