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El BCE eleva la compra de bonos a 1,5 billones para estimular la eurozona

El Eurobanco añade la deuda de entidades regionales y locales a su cartera y alarga el QE hasta marzo de 2017

Foto: cnbc | Vídeo: CNBC / EFE
Claudi Pérez

¿Dice Mario Draghi más de lo que hace? El jefe del Banco Central Europeo volvió a rebajar este jueves los tipos de interés y anunció una ampliación del multimillonario programa de compras de activos (QE, por sus siglas en inglés). El BCE inyectará un mínimo de 360.000 millones adicionales: el QE se amplía hasta al menos marzo de 2017 y alcanza así un tamaño total de 1,5 billones. La política monetaria será, en fin, aún más expansiva para apuntalar la anémica recuperación de la eurozona y evitar los signos de congelación en los precios. Y aun así Draghi dio un disgusto a los mercados, que esperaban más tras la reciente escalada de declaraciones.

Draghi comprobó jueves que estamos en un mundo nuevo: un mundo en el que los mercados pueden sentirse decepcionados tras la enésima rebaja de los tipos de interés —cuando están incluso en tasas negativas, lo nunca visto— o por una inyección adicional de centenares de miles de millones que se destinarán a comprar deuda pública y privada. Esas dos medidas, inconcebibles hace una década, no bastaron. El consejo de gobierno del BCE aprobó por amplia mayoría una vuelta de tuerca a la política monetaria ultraexpansiva para apuntalar la anémica recuperación e impedir que los precios se deslicen más hacia la temida deflación. El Bundesbank alemán lideró una facción que impide ir un paso más allá y eso hizo que Draghi no estuviera esta vez a la altura de las expectativas: el BCE se había autoimpuesto el listón muy alto con varias ráfagas de declaraciones —lo que en la jerga de los arciprestes de la religión monetaria se denomina “intervención verbal”— y se quedó corto respecto a las apuestas del mercado.

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El euro se revalorizó bruscamente hasta rozar los 1,10 dólares por unidad. Las Bolsas se dieron un buen batacazo, con caídas en torno al 3% en Europa y con las primas de riesgos de los periféricos de nuevo al alza tras varios días dando alegrías. “No estábamos haciendo lo suficiente, había que hacer más porque hay riesgos en el horizonte. Pero hay que dar tiempo a estas medidas para que sean totalmente apreciadas: ya veremos”, dijo un Draghi sorprendentemente a la defensiva, sugiriendo que los mercados no interpretan correctamente —no entienden— el alcance del nuevo calibre de su artillería monetaria.

Es cierto que hay artillería pesada en el nuevo menú de Fráncfort. El BCE rebajó el tipo de interés de la facilidad de depósito hasta el -0,3%: cobrará aún más intereses a los bancos que dejan ocioso su dinero, para tratar de que presten más. Esa rebaja contrasta con la mil veces anunciada subida de tipos en Estados Unidos, donde la Reserva Federal tiene previsto endurecer en breve su política monetaria. Estados Unidos está cerca del pleno empleo y, a diferencia de Europa, hace años —años— que recuperó el nivel de PIB precrisis. De ahí que quiera empezar a retirar estímulos por primera vez desde 2006. Vienen curvas: esa divergencia (tipos de interés al alza en EE UU y a la baja en la zona euro) ha dado tremendos dolores de cabeza a la economía global en los últimos 50 años. Y se produce en medio de un reguero de tensiones geopolíticas y con los emergentes a punto de caer en las insaciables fauces de la Gran Recesión.

El plato fuerte del día era la nueva versión del QE. Los mercados esperaban que Draghi ampliara las compras mensuales hasta finales de 2017. Que aumentara el menú de activos que puede adquirir. Incluso que elevara el tamaño de las compras mensuales, que ascienden a 60.000 millones. No debe ser fácil ser Draghi: el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann ejerce un juvenil y tenaz contrapeso en Fráncfort, y tras haber perdido influencia en los últimos años de crisis empieza a contraatacar con un llamamiento a la ortodoxia, a los peligros que suponen los excesos en los que se ha embarcado el BCE. Weidmann sigue perdiendo batalla tras batalla, pero este jueves al menos consiguió que el jefe del Eurobanco no fuera tan lejos como parecía deducirse de sus últimas intervenciones.

El mercado recibió ese menor activismo con las habituales contorsiones. Y esa sobrerreacción obligó a Draghi a un esfuerzo de comunicación en la sala de prensa. “Hacemos más porque el programa de compras funciona: queremos consolidar una política que ha sido un éxito con la mejora de las condiciones de crédito, de los mercados financieros y en apoyo de la economía real”, dijo. Para ello amplió el horizonte temporal del QE. Anunció que comprará deuda regional y local (básicamente alemana, donde empieza a tener problemas para encontrar bonos). Y explicó que el BCE seguirá imprimiendo billetes como si no hubiera un mañana mientras la inflación no se acerque al 2%: el índice de precios de la eurozona está lejos, en el 0,1%, y el Eurobanco reconoció que las previsiones son aún más lóbregas de lo que se temía. Ese panorama sugiere que el QE estará en activo durante años. El propio BCE se encargó de enfatizarlo, al aprobar la posibilidad de recomprar los bonos que ya tiene en cartera.

Apuestas retóricas

Y sin embargo, pese a que Fráncfort no deja de elevar sus apuestas retóricas y de sacudir el tablero de la política monetaria, Draghi dejó claro que no puede resolver el problema él solo. La política monetaria está cerca de tocar techo. Con un empacho de deuda y con el miedo en el cuerpo desde hace años, Europa empieza a entrever que el diluvio de dinero de Fráncfort se embalsa en los mercados y tiene serias dificultades para filtrarse a la economía real. ¿Qué hacer? Draghi apuntó con cierta timidez la receta apropiada. “La eurozona debe repensar su política fiscal”, espetó con una de esas frases redondas que hacen que hasta los alemanes se acuerden de Keynes.

Consciente de que la política monetaria apenas tiene ya tracción, Draghi quiere abrir un debate sobre la necesidad de estímulos allá donde se pueda, en lugar de seguir con la política fiscal neutral de Bruselas. “Hay que reflexionar sobre eso tras los atentados de París, la crisis de refugiados o los riesgos que proceden del exterior”, cerró el italiano.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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