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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Refugiados: solución en el año 2101

Los atentados aumentan el peligro de renacionalización de las políticas europeas

Joaquín Estefanía

“No estoy en absoluto satisfecho con el ritmo al que se están realizando las reubicaciones de refugiados. Si seguimos así, lograremos el objetivo en el año 2101”, declaró en La Valeta (Malta), se supone que con cierto enfado, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. En ese momento sólo había habido 147 asentamientos por los Estados de la Unión, un número ridículo si se tiene en cuenta que en lo que va de año han llegado a Europa 1,2 millones de personas, la inmensa mayoría del otro lado del Mediterráneo.

Todavía no se habían producido los atentados de París. Es de temer que los mismos desencadenarán muchas reacciones negativas sobre los refugiados de las cuales no será la menor un mayor estancamiento, o la paralización, de esa reubicación por cuotas y por países. Hay un dibujo de estos días que los muestra aplastados entre el muro del Estado Islámico y el de la desconfianza europea. Cuando el horror llega a las calles es fácil sentir lo que Gunter Grass, cuando publicó su conferencia “Escribir después de Auschwitz”, después de leer la frase de Theodor Adorno: “Escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad”.

Y, sin embargo, las soluciones a esa oleada de movimientos migratorios sin precedentes en cantidad y tiempo (por razones políticas o huyendo de la hambruna) no se puede detener. En su inmensa mayoría no volverán a sus países de origen. Quien tenga dudas, que vea la durísima película Dheepan, Palma de Oro del Festival de Cannes: un guerrillero tamil huye de la muerte en Sri Lanka, junto a una mujer y una niña que se hacen pasar por su familia para obtener más fácilmente asilo político en Europa. Tras una experiencia traumática en una banlieu francesa (léase el artículo de Sami Näir “El incendio de las banlieues”, premonitorio de lo sucedido, EL PAÍS, 14 de noviembre), logran instalarse en Inglaterra.

Los ministros del Interior de la UE se reunieron la semana pasada con sus colegas africanos y representantes de Turquía. Tratan de solventar con dinero (con unas cantidades ridículas en sí mismas y consideradas en relación con otros rescates que todos tenemos en la cabeza) que se frene la llegada de refugiados por centenares de miles, cifra importantes pero menor si se compara con la acogida en países como la propia Turquía, Jordania o Líbano. Una dificultad es que la oleada crezca, pero el problema más urgente es qué hacer con los que ya están dentro. En los últimos días se asiste a una renacionalización de soluciones, con los controles de fronteras y la construcción de muros y alambradas cada vez más frecuentes. Los países del grupo de Visagrado (Hungría, Eslovaquia, Chequia y Polonia) van a enviar 300 policías a Grecia para colaborar en el control de fronteras, ante la ausencia de inspectores suficientes de Frontex.

Cada vez parece más difícil salvar los acuerdos de Schengen, que este año cumplen dos décadas y que constituyen un pilar de los libres movimientos de personas en Europa. Lo mejor de Europa. No es de extrañar que el comisario de Inmigración, Dimitris Avramopoulos, se sincere con los medios, deje de hacerse en europeísta ingenuo, y declare que “el sueño europeo se ha desvanecido”.

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