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Columna
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No, no hay que ser como Dinamarca

Hacen falta cambios inteligentes, como el de la educación en Finlandia, y no revoluciones

Ángel Ubide
MARAVILLAS DELGADO

Se ha puesto de moda querer ser Dinamarca. Bernie Sanders lo proclamó hace poco en un debate de las primarias demócratas estadounidenses, y Hillary Clinton le contestó diciendo que no, que le encanta Dinamarca pero su país es Estados Unidos, y lo que quiere como futura presidenta es unos Estados Unidos que funcionen bien, que generen riqueza inclusiva preservando su identidad. El politólogo Francis Fukuyama discute en su libro Los Orígenes del Orden Político, el concepto de "cómo llegar a ser Dinamarca", como método para estudiar la evolución de las instituciones de gobierno a lo largo de la historia y para proponer estrategias de desarrollo para los países menos avanzados. Su conclusión es reveladora. Nadie sabe cómo llegar a ser Dinamarca; ni siquiera los daneses saben cómo llegaron a su sistema actual. Es un proceso de siglos, de evolución, que no se puede implantar. El deseo de alcanzar el modelo socioeconómico danés es un concepto abstracto e irreal. No es lo mismo gestionar un país de cinco millones de habitantes que uno de 50 o de 250. Pero además de irreal, es imposible. El alabado sistema danés de flexiseguridad del mercado de trabajo es eficaz, pero es tremendamente caro. Por eso el ratio de ingresos públicos sobre PIB es del 53% en Dinamarca, y de solo el 38% en España. Para ser Dinamarca hay que subir mucho los impuestos. Querer ser Dinamarca es un slogan eficaz, pero nada más. Olvidémonos. Pero sí que hay otro país al que deberíamos querer emular, de manera parcial, para resolver uno de los problemas endémicos de la sociedad española, los pésimos resultados educativos en comparación con otros países, como muestra el informe PISA. Ese país es Finlandia.

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Finlandia es hoy el primer país europeo en el ranking PISA. Pero lo realmente interesante es que en Finlandia, en los años 1950, apenas un diez por ciento de los estudiantes terminaban la enseñanza secundaria. En el año 2000, cuando se realizó el primer estudio PISA, Finlandia salió en primera posición. Finlandia es un ejemplo de cómo se puede mejorar el sistema educativo de un país de manera radical y en tan solo una generación. Será una cuestión de riqueza, claro, ya que Finlandia tiene una de las mayores rentas per capita del mundo. Pues no: Luxemburgo es igualmente rico y está unos 20 puestos por debajo. Será la cultura nórdica, austera y trabajadora. Pues tampoco, porque Suecia está 30 puestos por debajo. Ninguna de las explicaciones obvias era válida. En EE UU se generó una actividad frenética para tratar de encontrar las claves del éxito finlandés. Quizás sea la elevada inmigración en EE UU. Pues no, los rankings no hubieran variado excluyendo a los inmigrantes. Una mayor renta familiar estaba relacionada con un ranking más elevado, pero el ir a una escuela pública o privada no era determinante. La cantidad del gasto en educación no importaba, pero el entorno familiar sí.

Amanda Ripley, una periodista de la revista Time, decidió averiguar los secretos de los sistemas educativos de éxito, Finlandia, Corea del Sur y Polonia, y publicó el resultado de su aventura en su libro Los niños más listos del mundo. La conclusión principal: la clave es la calidad, no la cantidad, de los recursos dedicados a la educación. Parece obvio, pero no lo es.

¿Cuál es el secreto de Finlandia? Que los maestros y profesores son mejores. Ser profesor en Finlandia es una profesión prestigiosa. Para ser profesor hay que estudiar en una de las pocas universidades especializadas en formación del profesorado, de difícil ingreso. Según Ripley, tan solo un 20 por ciento de las solicitudes de ingreso son aceptadas. Tras cuatro años de estudio, hay que pasar un año de máster aprendiendo a enseñar, observando clases, realizando prácticas evaluadas por mentores, diseñando lecciones. Un MIR académico. Es un sistema donde se selecciona a los mejores y se les enseña a enseñar. No era siempre así. En los años 1970 era un sistema abierto, de fácil acceso a la docencia. La reforma funcionó, y varias décadas después se ven los resultados. La sociedad, y los estudiantes, respetan a los profesores. Los estudiantes se lo toman en serio. Los recursos no se malgastan. El resultado, una sociedad mejor educada y mejor preparada para un mundo globalizado en constante cambio.

Finlandia ha sido un gran éxito en el sector de la educación. Pero ahora está sufriendo una grave recesión y su sistema político está plagado de euroescépticos populistas. Cada país tiene sus problemas. Como dijo Hillary Clinton, hay que mejorar partiendo de lo que se tiene, no pretender que se empieza de cero. La política económica no es un seminario académico donde se descarta un modelo teórico por otro en un borrar de pizarra. Las sociedades y las economías evolucionan, poco a poco. Como explica la economía del comportamiento, con cambios marginales se pueden generar efectos persistentes, cambiar la tendencia de un país y aumentar su productividad. Como el MIR académico para mejorar la educación. Como la eliminación de las trabas al crecimiento de las empresas para aumentar la productividad y reducir la desigualdad. Como la consolidación de la gestión de las políticas activas y pasivas de empleo, para aumentar la probabilidad de que los desempleados se reintegren al mercado laboral. Como la creación de una renta mínima para que nadie caiga en un permanente estado de pobreza. Como el establecimiento de auditorías de gasto recurrentes para evitar la acumulación de ineficiencias y de corrupción en el sector público. Lo nuevo radical no tiene por qué ser mejor. No hacen falta revoluciones, sino cambios inteligentes. No queremos ser Dinamarca. Queremos ser una España mejor.

Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics y asesor del PSOE.

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