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Columna
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Todo es Bengasi

Según parece, la deuda solo importa cuando hay un demócrata en la Casa Blanca

Paul Krugman
El presidente de EE UU Barack Obama habla durante el debate del Estado de la Unión en enero de 2015.
El presidente de EE UU Barack Obama habla durante el debate del Estado de la Unión en enero de 2015. Rob Carr (Getty Images)

Parece que el representante Kevin McCarthy, que supuestamente debía suceder a John Boehner como presidente de la Cámara de Representantes, no optará al cargo después de todo. Incluso en las mejores circunstancias, le hubiera costado muchísimo tanto conseguir como mantener el puesto gracias al apocalíptico comité de selección: ese grupo de republicanos, bastante numeroso, que exige que el partido retire la financiación a la planificación familiar o acabe con Obamacare o dañe de algún modo algo que les guste a los progresistas bloqueando la Administración y forzando una suspensión de pagos.

Aun así, ha destruido sus opciones al reconocer —al alardear de ello, de hecho— que las interminables comparecencias sobre Bengasi celebradas en la Cámara no tenían nada que ver con la seguridad nacional; su único objeto era perjudicar políticamente a Hillary Clinton.

Pero eso ya lo sabíamos todos, ¿no?

A menudo me pregunto por los analistas que escriben sobre cosas como esas comparecencias como si guardasen relación con algún problema real, y que siguen dándole vueltas a la controversia sobre el correo electrónico de Clinton como en si todos estos meses de escrutinio se hubiese hallado alguna prueba de que fue un delito, y no simplemente torpeza.

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Es imposible que se lo crean, independientemente de que lo reconozcan o no. Y sin duda la larga historia de los no escándalos de Clinton y las acusaciones retiradas —recuerden, el caso Whitewater no tenía fundamento alguno— debería servir de advertencia.

Por alguna razón, sin embargo, los políticos que fingen preocuparse por estos problemas, pero que obviamente no hacen más que exprimirlos para obtener un beneficio político, siguen saliéndose con la suya. Y la cosa no se limita solo a Clinton.

Piensen en el ejemplo de un problema que podría parecer completamente distinto, que dominaba gran parte de la retórica política hace solo unos años: la deuda federal.

Muchos políticos destacados convirtieron las advertencias sobre el peligro que representaba la deuda de Estados Unidos, especialmente la que estaba en manos de China, en parte esencial de su imagen política. Paul Ryan, cuando era presidente del Comité de Presupuestos de la Cámara, se presentaba como un cruzado heroico contra el déficit. Mitt Romney hizo de las denuncias de los préstamos tomados de China una pieza clave de su campaña por la presidencia. Y, en general, los expertos trataron esas poses como si fueran algo serio. Pero no lo eran.

No me refiero a que fueran erróneas desde el punto de vista económico, aunque lo eran. ¿Recuerdan todas aquellas advertencias terribles sobre lo que pasaría si China dejase de comprar nuestra deuda o, peor aún, empezase a venderla? ¿Recuerdan lo de que los tipos de interés se dispararían y Estados Unidos se vería inmerso en una crisis?

Bueno, no se lo digan a nadie, pero el temidísimo acontecimiento ha ocurrido: China ya no compra nuestra deuda y, de hecho, vende decenas de miles de millones de dólares de deuda estadounidense cada mes, en un intento de apuntalar su atribulada economía. Y lo que ha pasado es lo que los análisis económicos serios siempre dijeron que sucedería: nada. Siempre se trató de una falsa alarma.

Pero, además de eso, era una alarma fingida. Si uno analizaba con cierto detalle los planes y propuestas presentados por los políticos que afirmaban estar tan preocupados por el déficit, en seguida resultaba evidente que su preocupación por la responsabilidad fiscal era solo pose. La gente que de verdad se preocupa por la deuda pública no propone enormes rebajas fiscales para los ricos, compensadas solo en parte por unos recortes tremendos de las ayudas a los pobres y la clase media, ni basa todas sus afirmaciones sobre la reducción de la deuda en ahorros no especificados que ya se anunciarán en una futura ocasión.

Intentar pasar como serios debates sin importancia es en sí mismo una especie de fraude

Y cuando la táctica del miedo fiscal empezó a perder tracción política, ya ni siquiera se molestan en fingir. Basta con fijarse en los que aspiran a ser el candidato republicano a la presidencia. Uno detrás de otro, han estado proponiendo rebajas fiscales gigantescas que incrementarían el déficit en billones de dólares.

Según parece, la deuda solo importa cuando hay un demócrata en la Casa Blanca. O, para ser más exactos, todo lo que se decía acerca de la deuda no tenía que ver con la prudencia fiscal; el objeto era causar un perjuicio político al presidente Obama, y acabó cuando la táctica dejó de ser eficaz.

Nuevamente, nada de esto debería cogerle de nuevas a cualquiera que preste algo de atención, aunque sea moderada, a la política y los asuntos políticos. Pero no estoy seguro de que la gente corriente, que tiene un trabajo y una familia que mantener, esté recibiendo el mensaje. Después de todo, ¿quién se lo va a transmitir?

A veces tengo la impresión de que a muchos profesionales de los medios de comunicación les parece una zafiedad reconocer, incluso ante sí mismos, la fraudulencia de muchas posturas políticas. Por lo visto, lo que se espera de uno es que finja que de verdad estamos debatiendo acerca de la seguridad nacional o la economía, aunque sea evidente y fácil de demostrar que, en realidad, no sucede nada de eso.

Pero el hacer la vista gorda ante la falsedad política y pretender que estamos teniendo un debate serio cuando no es así es en sí mismo una especie de fraude. McCarthy, sin querer, le ha hecho al país un gran favor con su desacertada sinceridad, pero contarles a los ciudadanos lo que de verdad sucede no debería depender de políticos a los que se les suelta la lengua.

A veces —demasiado a menudo— no hay ningún fundamento bajo el griterío. Y entonces tenemos que contar la verdad y decir que todo es Bengasi.

Paul Krugman fue premio Nobel de Economía en 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips.

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