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Vía libre en el Pacífico

El pacto entre EE UU, Japón y 10 países del área reorienta las negociaciones comerciales

Fernando Gualdoni
Una científico trabaja en un laboratorio de la empresa Momenta en Massachusetts. 
Una científico trabaja en un laboratorio de la empresa Momenta en Massachusetts. Michael Fein (bloomberg)

El Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) anunciado esta semana por EEUU y 11 países no sólo es el mayor pacto comercial alcanzado hasta el momento, sino que amenaza con dar un giro completo al panorama mundial de las transacciones de mercancías y servicios. El pacto tiene muchas implicaciones: refuerza la negociación comercial multilateral al margen de la global de la Ronda de Doha de la OMC (Organización Mundial de Comercio), afianza los lazos del Pacífico frente a los del Atlántico, supone un contrapeso ante el avance de China, y orienta las futuras conversaciones sobre algunos sectores productivos sensibles, como la agricultura.

La OMC lleva ya años a la deriva y las negociaciones en su seno han perdido la fuerza que la organización creyó tener cuando se lanzó la Ronda de Doha en 2001 en la capital qatarí. En ese momento, dos meses después de los atentados del 11-S, el mundo necesitaba buenos proyectos para impulsar una economía mundial en retroceso. El pacto fue muy forzado. El entonces máximo responsable de la OMC, el francés Pascal Lamy, transó todo lo que pudo para conseguir una declaración con muchos puntos pendientes, casi tantos como los que había dejado la anterior Ronda de Uruguay (1986-1993).

Las ayudas a la agricultura o a ciertas industrias, la protección de las patentes o la transparencia en las contrataciones públicas son algunos de los temas que a lo largo de estos años han hecho fracasar una tras otra las cumbres de la OMC en Seattle, Cancún, Hong Kong o Ginebra. No fue hasta la reunión de Bali, en 2013, cuando se alcanzó el primer gran acuerdo dentro de la Ronda de Doha. Consistió, sobre todo, en simplificar los trámites burocráticos en las aduanas y permitir —gracias al empeño de India— que los países en desarrollo pudieran subvencionar sus explotaciones agrícolas y ganaderas con el fin de proporcionar alimentos baratos a la población más pobre.

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Para cuando llegó el acuerdo de Bali, las negociaciones bilaterales o multilaterales de pactos de libre comercio ya eran una realidad más que patente al margen de la OMC, sobre todo impulsadas por EEUU. Llegaron muchos acuerdos concretos de Washington o México con otros países americanos, apareció la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) y hasta la decana asociación del sureste asiático (Asean) se revitalizó con un mayor acercamiento a China, Japón y Corea del Sur. Mientras tanto, la UE logró pactos con los países centroamericanos, con Colombia y Perú, y con Corea del Sur, pero pactos atlánticos como el pendiente con el Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela) y el Acuerdo Transatlántico de Libre Comercio e Inversiones (TTIP), con EEUU, se le siguen resistiendo.

Acicate para la UE

La firma del TTP tal vez sirva de acicate para que Bruselas y Washington acerquen posiciones para que el pacto final no sea un mero acuerdo arancelario, insuficiente para homologar estándares técnicos y condiciones de contratación públicas entre ambas potencias. La UE corre también otro riesgo, que China se sume en un futuro no tan lejano al TTP. Aunque el Gobierno de Pekín mira con recelo un sistema comercial que incluya a sus dos máximos rivales, EEUU y Japón, la propia necesidad china de volcarse al exterior con productos de valor añadido como parte de su estrategia para paliar la desaceleración de su economía, ha hecho que el régimen se haya mostrado más proclive a unirse al pacto que a quedarse al margen. Ante esta perspectiva, Bruselas debería darse un poco de prisa para cerrar el acuerdo que lleva negociando desde 2007.

El acuerdo eleva la presión sobre Europa para reforzar las alianzas atlánticas

Mucha de la letra pequeña del TTP, que es la que se va a fijar el Congreso de EEUU para dar su aprobación definitiva al acuerdo, no sólo es clave para los países involucrados sino para otras negociaciones en curso que arrastran eternas discrepancias en temas sensibles. En la agricultura, por ejemplo, Japón limitó todo lo que pudo las ya restringidas importaciones de arroz. Canadá, por su parte, anunció subvenciones millonarias a sus productores de alimentos para paliar los efectos del libre comercio. Esto deja claro que las potencias no van a renunciar a desmantelar sus sistemas de ayuda a la agricultura a pesar de que son menos competitivos que el de muchos países en desarrollo que requieren avanzar en este sector para mejorar su calidad de vida.

La lentitud de la OMC ha impulsado el entendimiento entre bloques de países afines

En el caso de la industria del automóvil, Japón ha logrado un avance en la supresión de aranceles a sus coches, un hecho nada baladí para la industria nipona en plena crisis de Volkswagen, la marca que arrebató a Toyota el liderazgo mundial hace unos años. EEUU ha hecho estas concesiones convencido de que había que crear una alianza para frenar la expansión de China y sobre todo hacerla en su propia casa, en área del Pacífico, un mercado de 800 millones de perosnas que dentro de cinco años acaparará el 42% del consumo de toda la clase media del planeta.

Hay, además, un punto destacable del acuerdo que es la duración de la protección para las patentes de medicamentos biotecnológicos. A pesar de la insistencia de EEUU para que fuera de 12 años, la presión de Australia y Nueva Zelanda y los países emergentes la redujo a cinco años.

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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