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'IN MEMORIAM'

Federico Prades, microcirujano de la coyuntura

Fue un valenciano universal, gran conversador y liberal, devoto de Woody Allen y los Beatles, con un sentido del humor, seco y ácido

Federico Prades, en junio de 2014
Federico Prades, en junio de 2014PABLO MONGE FERNÁNDEZ

Astuto, conciliador, humilde, brillante, perspicaz, mediterráneo. A Federico Prades le gustaba Borges —“Qué largas son las horas y qué larga es la vida”— y mira por dónde, ¡maldita sea!, ahora entiendo por qué andaba agazapado estos meses en los que no quería ver a nadie y no pudimos comentar lo que estaba pasando, como hemos hecho siempre.

La noticia de su muerte me sorprendió en Luxemburgo, mientras almorzaba con Elon Musk, y por la tarde —ya otoñal— me quedé encogido de pena y rabia. No esperó a los resultados del domingo en Cataluña, ni a ver cómo se las arregla Tsipras para responder al tercer rescate o a valorar el cierre de este año en el que nuestra economía va a crecer por encima del 3%. Muy mal se tenía que encontrar para apearse de esa actualidad caliente, materia prima con la que trajinaba, como microcirujano de la economía que era, los condimentos de la coyuntura española.

Federico Prades, valenciano universal, gran conversador y fumador hasta el límite, liberal, devoto de Woody Allen y los Beatles, con un sentido del humor, seco y ácido, fue gran amigo desde aquellos principios de los setenta en que nos animó y facilitó —a José Ignacio Barona y a mí— a hacer el máster en Economía en la Universidad de Lovaina, donde era director del departamento de Análisis de Coyuntura del Instituto de Investigaciones Económicas (IRES).

Una autoridad europea en ese campo, lo que le llevó posteriormente a ser nombrado director general de Previsión y Coyuntura del Ministerio de Economía y Hacienda en los Gobiernos de Felipe González. Si bien a él lo que más le estimulaba era ir a Washington a la reunión anual del FMI y el Banco Mundial o a pelearse en los Comités de Política Económica de la OCDE y la Comisión Europea. Allí estaba en su salsa, defendiendo los avatares de la economía española, aprovechando para ausentarse y llegar a acuerdos —con los colegas con los que antes había discutido— mientras compartían los cabritos pitillos.

“La ventaja de las crisis, como de las enfermedades, es que ponen de manifiesto las carencias y obligan a buscar soluciones. La crisis del euro lo que ha puesto de relieve son las carencias desde un punto de vista institucional y de las herramientas necesarias para hacer frente a una crisis”, escribió antes de su muerte. Pero él, que se pasó la vida interpretando el paro, la inflación, la mora y el consumo, es decir, la salud económica del país, no encontró la receta para salvarse a sí mismo.

Me cabe la responsabilidad de haber contribuido a recuperar a Federico para tareas mayores en uno de los Gobiernos de la Transición. La intención era convencerle de que cambiase el “balneario” de Lovaina por la “trinchera” de La Cuesta de las Perdices, incorporándose al gabinete económico del presidente del Gobierno. No fue fácil pero terminó dando el paso, cargó con las mochilas y se vino a España, después de tantos años en el exilio voluntario.

Estamos en 1982. Lenta despedida de la Universidad, la mudanza que se extravía, las elecciones que pierde UCD y la familia Prades que llega a Madrid en el frío invierno del 82. Menos mal que los ganadores, primero Julio Feo y después Carlos Solchaga, se percataron pronto de las virtudes visibles de este economista tranquilo, que tantos servicios prestó a la economía española, más tarde como asesor económico de la AEB, junto a José Luis Leal, Miguel Martín y José María Roldán, sus sucesivos jefes.

En el hotel Velázquez seguirá almorzando el grupo de analistas de coyuntura que él fundó. Han quedado tres sillas vacías (la suya, la de David Taguas y la de Miguel Boyer), pero pervivirá su memoria como maestro de la economía española.

Su desaparición prematura es una sensible pérdida porque Federico Prades tenía vitalidad e inteligencia para seguir rindiendo servicios al país ahora que —en su tierra— algún insensato pretende quitar al himno el nombre de España. Se ha ido sin decirme lo que pensaba, también, de esto.

Luis Sánchez-Merlo ha sido secretario general de la Presidencia del Gobierno (1981-82).

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