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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vampiros, zombis y los demás

Persisten los efectos de la crisis, aunque las causas han remitido: se llama “histéresis”

Joaquín Estefanía

Aunque haya un frenazo de la economía mundial, y aunque existan bastantes riesgos geopolíticos por delante, el ambiente económico de hoy se parece poco, a mejor, al de hace ocho años, cuando comenzaron a manifestarse las dificultades de lo que luego sería la Gran Recesión. Incluso aunque hubiera otra recaída, tipo año 1937, no sería igual.

Es hora ya de que se haga un detallado balance de daños y perjuicios de lo ocurrido en este tiempo en materia económica, y cómo ello ha arrastrado a las condiciones políticas: cómo hemos cambiado. Se trata del llamado efecto bajamar, que desarrolla José Antonio Zarzalejos en su excelente libro (Mañana será tarde, Planeta): cuando se retira la marea, quedan sobre la arena mojada los restos del naufragio, cuyo único destino es la incineradora o el basurero.

Si esto es así en muchas partes, también lo es en España. Los últimos datos de crecimiento, del segundo trimestre del año, han sido excelentes: el PIB aumentó un 1% respecto al del primer trimestre, con aportaciones positivas del consumo, la inversión, el gasto público y el sector exterior.

Entonces, ¿por qué persiste entre los ciudadanos ese fenómeno denominado “histéresis”? En economía, la histéresis puede definirse como la persistencia de los efectos de una crisis incluso cuando sus causas han remitido. La histéresis se usa mucho para analizar los mercados de trabajo: aquellos casos en donde tras aumentos del desempleo se da una dificultad mayor para que el paro vuelva a bajar al sitio donde estaba antes. Y aquí está la respuesta: aunque en los últimos trimestres ha habido un incremento del empleo, este ha sido insuficiente para bajar la tasa del 20%, un porcentaje explosivo en cualquier sociedad. Hay menos puestos de trabajo, menos personas ocupadas, menos horas ocupadas, y la remuneración de los asalariados pierde fuerza en relación con las otras dos partidas de la Contabilidad Nacional: los beneficios empresariales y los impuestos. En estos años se han acuñado con fuerza los conceptos de trabajador pobre y del precariado, con salarios reducidos y trabajos de poca calidad, fruto, en buena parte, de la reforma laboral.

Las tendencias que proporciona el Instituto Nacional de Estadística (INE), en sus diferentes encuestas, y otras proyecciones de diversos servicios de estudio privados, avisan de que en estos años se ha generado en España una nueva estructura social, con tres partes muy diferenciadas: los pocos beneficiados de la crisis (los vampiros), medidos en decenas o centenares de miles, que han mejorado en distancia social sobre el resto; los perdedores, que se han quedado atrás en el camino y que han acrecentado su vulnerabilidad (los zombis), alrededor de un 30% de la población, unos 14 millones de personas; y el resto, el 70% restante, que con más o menos dificultad, con retrocesos en su progreso, han conseguido salir adelante. Sobre ellos se centran los mayores esfuerzos de convencimiento del Gobierno, para tratar de ganar su voto. Será difícil.

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