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Columna
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Los otros dólares y su papel en la economía global

La política monetaria ha de ser pragmática: hay muchas maneras de que el dinero funcione

Paul Krugman

Estoy en Sídney, Australia. Nada más llegar, me paré en un cajero; necesitaba dólares y solo tenía dólares.

Vale, el chiste es malo. Lo que necesitaba eran dólares australianos, no los estadounidenses. Hay de hecho cuatro grandes países de habla inglesa con dólares propios; los otros son Canadá y Nueva Zelanda. Y se puede aprender mucho sobre la economía mundial y desmentir algunos mitos monetarios, comparando esas monedas y la utilidad que tienen para la economía de su país.

Las cuatro naciones con dólares han sido, si adoptamos una perspectiva a largo plazo, economías muy prósperas. Cierto que Estados Unidos aún se está recuperando de su peor recesión desde la Gran Depresión, que Canadá está siendo muy golpeada por la caída de los precios del petróleo y que Australia observa con nerviosismo cómo se tambalean sus mercados en China. Pero somos todas naciones ricas que hemos capeado las tormentas económicas mejor que la mayoría del resto del mundo.

Sin embargo, si bien a todos los países con el dólar como moneda les ha ido bien, cada uno de ellos ocupa posiciones muy diferentes en la economía mundial, y lo digo, en parte, literalmente: Australia y Nueva Zelanda están lejos de cualquier sitio, mientras que Canadá, cuya población vive en su mayoría cerca de la frontera meridional, está de hecho más cerca de Estados Unidos que de sí mismo. Y Estados Unidos, por supuesto, es un gigante económico en torno al cual giran economías de menor tamaño.

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Estas diferencias de posición geográfica van acompañadas de grandes diferencias en la naturaleza y la función del comercio internacional. Australia es básicamente un exportador de materias primas y productos agrícolas; Canadá vende muchas de estas mercancías, pero es también un gran exportador de productos manufacturados a su gigantesco vecino.

¿Qué nos dicen entonces estas historias de éxito del dólar? ¿Qué mitos podemos romper?

En primer lugar, descubrimos que incluso países relativamente pequeños y estrechamente ligados a vecinos grandes pueden mantener la independencia monetaria.

En Europa se oye a menudo la afirmación de que estar fuera del euro y optar por conservar o recuperar la moneda nacional sería desastroso. Hace 12 años, cuando los votantes suecos rechazaron el euro, lo hicieron a pesar de la abrumadora insistencia de la élite en que sería un terrible error. Pero la élite se equivocaba, y eso debería haber quedado de manifiesto con el ejemplo de Canadá, un país al que le ha ido bien, y que ha conservado mucha autonomía monetaria, a pesar de sus estrechos lazos con la superpotencia vecina.

En segundo lugar, descubrimos que lo que los de la derecha denominan “degradación” monetaria —un descenso en el valor de la moneda en comparación con otras— puede ser muy bueno. Canadá logró combinar los recortes en gastos con un fuerte crecimiento en la década de 1990 porque sus exportaciones aumentaron gracias a la depreciación del dólar canadiense. Australia superó la crisis financiera asiática en 1997-1998 con pocos daños gracias en gran medida a la caída de su dólar. En ambos casos, les habría ido muy mal si hubiesen usado dólares estadounidenses, o peor aún de haber estado en el patrón oro.

En tercer lugar, descubrimos que se presta demasiada atención a la función que las divisas nacionales desempeñan en el sistema monetario internacional.

Es cierto que el dólar estadounidense es especial: es una moneda de reserva que otros países acumulan; es una moneda en la que se valoran muchos contratos internacionales. Y a menudo se oyen afirmaciones de que el uso generalizado de dólares estadounidenses fuera de nuestra jurisdicción nacional tiene muchas repercusiones, para bien o para mal.

A veces estas aseveraciones implican la afirmación de que la función especial del dólar es una fuente importante de poder para Estados Unidos: recientemente, tanto John Kerry como el presidente Obama advertían de que la no ratificación del tratado nuclear con Irán (que yo apoyo sin reservas) amenazaría el predominio del dólar. A veces, en cambio, la función especial del dólar se presenta como un lastre: he visto a algunos analistas sostener que la demanda mundial de dólares contribuye a que el déficit comercial estadounidense se mantenga elevado.

Pero un vistazo a Australia demuestra que tanto las afirmaciones positivas sobre la función internacional del dólar como las negativas son tremendamente exageradas. El dólar australiano no desempeña ninguna función especial en el sistema monetario mundial y, sin embargo, Australia atrae de manera constante entradas de capitales mayores —y ha soportado déficits comerciales proporcionalmente mayores— en relación con el tamaño de su economía que Estados Unidos.

Resulta que, lo importante, tanto para los capitales como para el comercio, es si la economía ofrece buenas oportunidades de inversión bajo un paraguas de estabilidad jurídica y política. El hecho de que el país controle o no una moneda internacional es, en comparación, una cuestión trivial.

De modo que podemos aprender mucho siguiendo los dólares, todos los dólares, no solo los que llevan retratos de presidentes muertos. Y lo que aprendemos en concreto es que la economía monetaria debería abordarse de manera pragmática, no en función de misteriosas nociones de valor.

Aprendámoslo de quienes comparten nuestro idioma, pero no nuestra moneda: hay muchas formas de hacer que el dinero funcione.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips.

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