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Los últimos del parqué

La Bolsa de Madrid cierra el acceso a pequeños inversores para acoger más eventos Una veintena de jubilados que asiste desde hace décadas intenta resistir

De izquierda a derecha, José Luis, Mariano y Gonzalo, tres de los pequeños accionistas que acuden cada mañana a la Bolsa de Madrid
De izquierda a derecha, José Luis, Mariano y Gonzalo, tres de los pequeños accionistas que acuden cada mañana a la Bolsa de MadridCLAUDIO ÁLVAREZ

Del cajón del viejo buró sale una corbata azul claro que Mariano Guerra, jubilado, en su día comerciante con dos zapaterías en Leganés y Fuenlabrada, se anuda al cuello bajo la americana de espiga. En su puesto de siempre en la Bolsa de Madrid sigue parte de la parafernalia de los buenos tiempos: el ordenador conectado a Internet y el logo del broker que un día estuvo allí: BNP Paribas. Pero el griterío de compras y ventas hace una década que se apagó y en el parqué solo queda el murmullo de un grupo de amigos. Es miércoles, y el IBEX sube un 0,3% alejado de la montaña rusa que fue la crisis de Grecia. Cuentan los que llevan décadas viniendo que “hay papel de Acerinox y Gamesa” para quien tenga liquidez.

A Mariano “el bicho de la Bolsa” se lo metió su cuñado dentista en 1969, cuando lo mandó al parqué a consultar la evolución de su pequeña cartera. Empezó a acudir cuando le dejaban tiempo sus dos comercios, y se quedó. Su primer pelotazo llegó con acciones del Banco Hispano. Sacó 17.000 pesetas de las de 1970. En los últimos 45 años ha ganado, perdido y visto de cerca la amenaza del embargo: en los 80, cuando compró acciones a crédito que dejaron de cotizar. Si el cuñado dentista le metió el gusanillo, el otro, banquero, lo sacó del lío. Ahora introduce su clave en el ordenador de mesa atento al tintineo de los cuatro paneles gigantescos. “Un papel seguro es Iberdrola”, dice. “Una empresa sana, con cash flow”.

Mariano es uno de los últimos del parqué. Con José Luis, Fernando, Miguel o Roberto integra un pequeño grupo de accionistas que lleva décadas acudiendo cada mañana a la Bolsa. Siguen allí, junto a una veintena de compañeros, a pesar de que se han acabado las subastas físicas y de que el negocio se dirige a través de ordenadores desde 1989, cuando se interconectaron las cuatro bolsas españolas.

“Para el pequeño accionista esto es una maravilla”, defiende Mariano, que de vez en cuando apuntala sus tesis con los anglicismos clásicos del sector. Vive de la pensión y todos sus ahorros están en Bolsa. “No concibo que no esté lleno, este es el mejor sitio para invertir. De un vistazo tienes todas las bolsas europeas. Mira, el Dax baja 42 puntos, la gente está recogiendo beneficios, pero es momentáneo”.

Este último corro de la Bolsa de Madrid, el de los jubilados, se disolverá en agosto. El 1 de septiembre el grupo de pequeños accionistas —la mayoría pensionistas, todos hombres— que acude cada mañana, ya no podrá entrar. La prohibición la remitió la empresa Bolsas y Mercados Españoles que gestiona el edificio —propiedad de Patrimonio Nacional (Ministerio de Economía)— a los brokers que cursaban invitaciones a dos docenas de clientes. El formalismo de la carta invoca razones de seguridad, pero tiene más que ver con una nueva fórmula para explotar la sede: el parqué, huérfano de actividad desde hace más de un lustro, acogerá cada vez más juntas de accionistas, presentaciones, banquetes y hasta teatro con 450 espectadores, según anuncia su página web, que no detalla precios.

La campana que anunció toda la vida el inicio de las cotizaciones, las gigantescas pantallas digitales repletas de números y gráficos y hasta el reloj Andoaga de tres esferas que medía los 10 minutos de cada subasta, hace mucho que son atrezzo de un inmenso plató —con cinco sets de televisiones— en una sala donde no pasa nada. El plan de Bolsas y Mercados Españoles, un gigante que factura 380 millones de euros anuales, es rentabilizar su historia, sacarle partido como escenario de actos públicos.

Carné de la la Bolsa de 1985, cuando entrar costaba 500 pesetas mensuales
Carné de la la Bolsa de 1985, cuando entrar costaba 500 pesetas mensuales

Hace seis años que la Bolsa de Madrid no tiene actividad. La última puja de viva voz fue el 9 de julio de 2009 y casi no reunió corredores. Pero Mariano y compañía siguieron acudiendo cada mañana. Hacen sus pequeñas compras, comentan la jugada, discuten y luego salen a tomar una caña. 956 metros cuadrados, Internet, aire acondicionado y la majestuosidad de uno de los edificios más singulares de Madrid les salía por 12 euros anuales con la invitación del broker. En mayo, cuando no recibieron la carta de siempre para renovar el pase, se olieron lo peor.

El grupo de Mariano está indignado con la decisión de Bolsa de Madrid de vetarles el acceso, pero también con cómo se les ha tratado. Se ha publicado que los echan por viejos, por dar una imagen que no acompaña a los nuevos tiempos. Les han llamado abuelos sin nada que hacer. “La prensa debería ser más educada”, pide él. “Dicen que damos mala imagen. Pero qué mala imagen, ¡si venimos hechos unos caballeros!”.

En los despachos de la empresa solo se habla a condición de no utilizar nombres, solo “fuentes de...”. La dirección niega que sea un problema estético. “Si fuesen jóvenes de 20 años, tendríamos el mismo problema. En el edificio se van a celebrar cada vez más actos, presentaciones. Hasta ahora avisábamos del cierre con tres días de antelación cuando iba a haber un evento. Pero cada vez se organizan con más premura. El edificio ya no tiene la misma función de antes. Ocho millones de personas tienen acciones y aquí vienen veinte o veinticinco”.

José Luis Pérez Iglesias es otro habitual. También jubilado, sus compañeros lo veneran por su pasado como primer ejecutivo de Burger King en Europa. “Él fue el que trajo la primera hamburguesería a España”, insisten sus amigos a la prensa. “Como director de empresa que he sido entiendo la decisión, pero nos ha perjudicado a todos. Nos podrían haber habilitado un despachito en el edificio para seguir viniendo”, dice el exdirectivo, que maneja —como el resto del grupo— una cantidad modesta: 50.000 euros en acciones, euro arriba, euro abajo.

“Puede ser legal pero no ético, esto es un edificio público y tenemos derecho a estar”, interviene mucho más beligerante, Gonzalo, profesor de matemáticas retirado que empezó a venir en 1971. Como accionista de Bolsas y Mercados Españoles, promete ir a la junta a reprochar al consejo esta decisión “injusta”.

Los últimos del parqué lo han intentado todo: han ido incluso al defensor del accionista. Sin éxito. El grupo es todo nostalgia. Fernando Martínez, que debutó en los corros en 1985, exhibe el carné de cuando entrar costaba 500 pesetas al mes, hace 30 años. Javier, de 67, también pensionista, se acuerda de amigos que se tiraron por la ventana o se ahorcaron en la Casa de Campo “tras malas inversiones. O mala suerte”. La mayoría asume mal que su tiempo en el edificio de la Bolsa ha pasado. El mayor, Ildefonso, 89 años, recepcionista de hotel jubilado, se agarra a su acreditación y clama: “Si fuéramos 200 personas no nos echarían, pero somos cuatro gatos. Y cuatro gatos mayores”.

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