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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valores y desarrollo económico

La explicación dominante entre los investigadores académicos asigna a las instituciones, y no a los valores, la responsabilidad de estas diferencias en desarrollo económico

Luis Garicano

Los observadores más sofisticados del debate sobre Grecia tratan (tratamos) de eliminar toda traza de culturalismo del discurso. El BildZeitung o el Sun pueden quizás generalizar tratando a los griegos de vagos ,de poco ahorradores o corruptos, pero los demás evitamos tales caracterizaciones. Sabemos que la gran mayoría de los griegos (¡o de los españoles!) son tan honestos y tan trabajadores como los daneses o finlandeses.

Y sin embargo, es inevitable viendo la recurrente discusión sobre Grecia, que a uno le asalte la duda: ¿tiene esto remedio? ¿no será que los griegos son así? ¿No es cierto que a largo del planeta, los países que fracasan suelen fracasar de la misma forma, con más corrupción, mayores redes clientelares, más nepotismo y enchufismo, menos capital social, con los aprovechados (en vez de los mejores) campando a sus anchas en las empresas públicas y privadas?

La importancia de los valores y su transmisión de padres a hijos encaja con nuestra intuición. En algunas sociedades, los padres animan a los niños a que participen del debate en la mesa con los adultos. En otras, los sientan aparte y les dicen que “calladito se está mejor.” En algunas sociedades los niños hacen trabajos (p.ej. cajeros en el supermercado) desde la adolescencia, y deben ganar para sus gastos, en otras los padres proveen de todas las necesidades de los “niños” (paro o no paro) hasta los 30 años.

La discusión sobre el impacto de los factores culturales (los valores y las creencias compartidos por grupos humanos que se transmiten de generación en generación), sobre el desarrollo económico, es una de los más antiguas de las ciencias sociales. Weber, como es sabido, argumentaba que la ética protestante (los valores protestantes del ahorro y el trabajo) fue crucial para el desarrollo del capitalismo. Por el contrario, Karl Marx veía la causalidad en sentido inverso: dime en que estadio está tu desarrollo tecnológico y la división del trabajo en tu sociedad y te diré cuál es la “superestructura:” la cultura, las relaciones de poder, las instituciones, etc. Antonio Gramsci (por cierto, el héroe intelectual de Podemos), expandió el análisis de Marx al proponer que quien tiene el poder puede también determinar las creencias y valores de la sociedad (la ahora famosa hegemonía) y así perpetuarse en el poder.

En la actualidad, la explicación dominante entre los investigadores académicos asigna a las instituciones, y no a los valores, la responsabilidad de estas diferencias en desarrollo económico: mientras que unos países desarrollaron a lo largo del tiempo un sistema inclusivo de gobierno que permite a todos participar y beneficiarse del crecimiento, otros países no consiguieron instalar gobiernos neutrales y tuvieron que convivir con la depredación de las élites extractivas que gestionan el Estado y el mercado en su propio beneficio.

La evidencia que apoya este argumento es bastante persuasiva. Por ejemplo, Daron Acemoglu y Jim Robinson han mostrado que las colonias que, por razones climáticas, tenían buenas condiciones para convertirse en plantaciones, son todavía, cientos de años después, más pobres, porque las instituciones feudales que sirven en las plantaciones no son propicias al desarrollo económico. O, comparando el Reino Unido y España, mientras el Rey inglés, que no tenía ingresos propios, tuvo que ceder poder y atenerse a las reglas del juego para lograr el consentimiento de sus vasallos a los impuestos;la Corona española pudo gobernar de forma absoluta durante dos siglos más gracias a la plata y el oro de América. No son los valores, argumentan, sino las instituciones.

Pero tiene creciente peso una visión alternativa a este paradigma, y curiosamente, algunos economistas italianos son sus principales exponentes, Luigi Zingales (de la Universidad de Chicago) y sus coautores, y Guido Tabellini (de Bocconi). Quizás no es extraño que sean italianos, porque Italia es un reto a la idea de que son las instituciones lo que importa: ¿no tienen el Norte y el Sur de Italia la misma organización legal, las mismas instituciones políticas y económicas? ¿por qué es el Norte una de las regiones más ricas de la tierra y el Sur no sale de su relativa miseria?

Zingales y sus coautores, Luigi Guiso y Paola Sapienzase,se apoyan en la Encuesta de Valores Mundiales (World Values Survey) para estudiar una variable clave: la confianza, medida por la respuesta a la pregunta: “¿cree usted que se puede confiar en la gente o cree que, por el contrario que hay que tener mucho cuidado al tratar con los demás?”. Esta respuesta varía entre religiones (los protestantes son los que más confían en los demás, luego los judíos, los católicos yluego los musulmanes e hindúes los que menos) ysegún el origen de los padres (dentro de los EEUU, los de origen japonés son los que más confían, luego los noreuropeos, luego los germánicos, luego los del este de Europa, luego los hispanos, finalmente los afro-americanos). Por supuesto, la creencia de que los demás “son de fiar” es mucho mayor en el Norte que en el Sur de Italia. Además, esta variable persiste durante generaciones, aunque los ancestros llegaran hace ya décadas al país de acogida.

Indudablemente, y salta a la vista mirando al ranking del párrafo anterior, las culturas donde las personas no están todo el tiempo pensando que los demás les van a engañar tienen mayores índices de desarrollo económico y político. Una sola respuesta en una encuesta está extremadamente correlacionada con el éxito de un país.

¿Cómo descartamos que la causalidad vaya en dirección contraria? ¿No podría ser que las diferentes instituciones y desarrollo en diferentes sociedades hayan llevado a diferentes niveles educativos y por tanto causen las diferentes visiones del mundo?

La respuesta requeriría manipular los valores en el laboratorio. Es difícil hacer esto, pero en una interesantísima serie de trabajos recientes (2013-2015), el psicólogo de Yale David Rand y sus coautores tratan de “crear” los valores de los individuos en el laboratorio. Para ello, a unos individuos les hacen participar en situaciones simuladas en las que es bueno confiar en la gente, y a otros en situaciones en las que es preferible aprovecharse. Luego estudian su comportamiento en otras situaciones. Descubren que, efectivamente, los individuos que fueron condicionados para confiar son luego más prosociales, más propensos a castigar el egoísmo, y confían más en los demás.

Creo que estos experimentos apuntan a la solución a este debate. Los grupos divergimos, y los valores importan, esto parece indudable. En el cole de mis hijos en Holanda, los padres nos turnamos para limpiar las clases desde que hubo recortes presupuestarios. En otros lugares, los padres preferirían hacer una manifestación protestando porque la clase está sucia. Cuando la ciudad decidió que el presupuesto no daba para cuidar a los ciervos que vivían en el parque, se organizó una rotación de 52 familias voluntarias del barrio para que hicieran turnos, una semana cada una, dando de comer y cuidando a los aproximadamente 20 ciervos. En otros lugares hubiéramos preferido comérnoslos.

Pero estos comportamientos, que son persistentes, son modificables con la educación y la experiencia, como apunta el trabajo de David Rand. El no confiar en los demás es un comportamiento de “equilibrio”: si uno piensa que los demás están en las instituciones para robar (“todos lo hacen”), tenderá a hacerlo más (“no voy a ser yo el tonto aquí”) y la desconfianza está reforzada y justificada. Esto es lo que los economistas llamamos “expectativas racionales”: nuestras creencias corresponden a la realidad. Si cambiamos las instituciones para que el crimen, pequeño y grande, se castigue, y a la vez educamos a los ciudadanos en los valores democráticos y cívicos, podremos revertir, con el tiempo, la desconfianza que dificulta el desarrollo económico y social.

Luis Garicano es Coordinador del Programa Económico de Ciudadanos y Catedrático de Economía y Estrategia en la London School of Economics

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