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Empieza la carrera para Maastricht-2

El informe “de los cinco presidentes” postula una convergencia real y una verdadera UEM

Xavier Vidal-Folch

El Tratado de Maastricht está agotado. El de Lisboa, que en cuanto a economía apenas le añadía nada (el Eurogrupo), también. Pero aún ofrecen resquicios por los que completar, hasta 2017, las instituciones y mecanismos creados de rondón para afrontar la fase más cruel de la crisis. Después habrá que abordar un nuevo tratado. Un Maastricht-2, en que la unión monetaria (ya completa) y la unión económica (desigual e insuficiente) actuales constituyan una auténtica y redonda UEM.

El proyecto es “pasar de un sistema de normas y directrices para la elaboración de las políticas económicas nacionales a un sistema que implique compartir más soberanía en el seno de instituciones comunes”. Así lo indica el documento estratégico de los cuatro presidentes (de la Comisión, el Consejo Europeo, el Eurogrupo y el BCE) titulado Realizar la unión económica y monetaria europea que los 28 líderes deben bendecir ahora.

¿Cuatro? Ya son cinco, pues se ha colado, para bien (más control democrático), el presidente del Parlamento, Martin Schulz. Los cinco pretenden emprender una nueva y más potente senda de convergencia, no solo nominal (como marcaban los famosos criterios de Maastricht), sino real, macro en todas sus dimensiones y en algunos casos, micro. Hay que rellenar los huecos pendientes desde el (insuficiente) diseño inicial del euro.

Para ello proponen perfeccionar una veintena de herramientas disponibles o crearlas desde cero: consejos de competitividad, consejos fiscales, un sistema común de garantía de depósitos bancarios (la carencia de la unión bancaria), capacidad presupuestaria (un presupuesto o línea presupuestaria de la eurozona), un supervisor único del mercado de capitales único, y ¡por fin! un Tesoro común.

Se ha caído del borrador la referencia explícita (aunque no el esquema de su contenido) a un FME o Fondo Monetario Europeo. Y la alusión a un seguro de desempleo europeo. Pero no se excluyen. Con lo apuntado ya hay mucha tela que cortar. Y habrá más.

Es cierto que si se compara el documento con la contribución española, la ambición se queda bastante corta: aunque sea generosa, si se coteja con el primer borrador de los “sherpas”. No se habla de agencia de deuda; ni de la “regla de oro” de las inversiones (que no computen para el déficit); ni del plan Juncker como plataforma de crecimiento y empleo a enriquecer; ni de la total transferencia de la política presupuestaria desde los Estados a la Unión; ni se detallan tanto los nuevos criterios de convergencia, como postulaban, con acierto, los españoles.

Pero se avanza mucho más que lo preconizado en la contribución de la locomotora franco-alemana. De manera que el balance es bastante pasable. Puede augurarse que mejorará mucho más. Al incorporar al Parlamento, se añaden, potencialmente, algunas de las mejores cabezas federalistas de Europa. Como las del democristiano Elmar Brok, el socialista Roberto Gualtieri y el liberal Guy Verhofstadt. Les prometo noticias muy pronto.

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