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El caballito de Falgas necesita euros

La empresa de atracciones mecánicas infantiles se fía a las exportaciones

Joaquín Falgas, fundador de la empresa Comercial Falgas.
Joaquín Falgas, fundador de la empresa Comercial Falgas. Pere Durán

La carretera entre Figueres y Roses, en Girona, tiene un tramo que alborota a los niños y hace girar hasta las cabezas más distraídas. Un gnomo de tres metros de alto sentado sobre un tronco, un elefante de tamaño real y otros varios muñecos desperdigados sobre la hierba dan la bienvenida desde hace décadas a la planta de Falgas, fabricante de las máquinas infantiles que se activan con monedas y pueblan los centros comerciales de España. Su director, Joaquín Falgas, fundó la empresa en 1960, cuando apenas tenía 18 años. Tras medio siglo de actividad, la compañía ha conseguido atravesar la crisis gracias al peso del negocio internacional, que supone el 93% de su facturación.

“Al principio explotábamos máquinas flipper [pinballs]. Las comprábamos, las colocábamos en algún bar y ganábamos un porcentaje de lo que el dispositivo recaudaba”, explica el empresario. “¡Me encantaban! Tengo una colección de 250 y acabo de comprar una más en Bélgica”. Falgas conocía esta actividad porque hasta entonces había compaginado sus estudios de mecánico con un trabajo a tiempo parcial para otra empresa que explotaba estas máquinas de ocio. Y además, cuenta, sacaba tiempo para ayudar alguna tarde a su padre a vender palomitas en el centro de Barcelona. Fue este quien le procuró el capital necesario para abrir el negocio, que decidió establecer en la provincia de Girona, donde había menos competencia.

Cinco años después, se animó con otro producto que cambiaría el rumbo de la joven compañía. En 1965, encargó el diseño de un caballo mecánico hecho de aluminio y lo mandó construir en un taller de Terrassa. Se activaba con una peseta y tuvo tanto éxito que hoy se continúa produciendo, aunque hace años que cambió el metal por la fibra de vidrio. Al poco tiempo de la creación de su primer caballo, Falgas dejó de ser un operador de pinballs para convertirse en una fábrica de atracciones mecánicas infantiles.

Hoy, el grupo de empresas tiene tres plantas, dos en Castelló d'Empúries y otra en China. que emplean a una treintena de personas cada una. A estas se suman Topdiver, un operador que explota 2.400 máquinas en toda España, y otro centro de producción en Vilamalla (también en Girona), donde se producen las carcasas de los juegos.

Falgas: “Los chinos copian los modelos y los venden a mitad de precio”

La compañía tiene una larga tradición exportadora que se potenció durante los años de crisis. Ya en sus inicios, Falgas empezó a cerrar tratos en Alemania y Francia y se convirtió en un asiduo a las ferias internacionales; algo que le ha ayudado a amainar los efectos de la caída del consumo en España. Hasta 2007, las ventas a clientes nacionales suponían entre el 30% y el 40%. En la actualidad, el 93% de la facturación procede del exterior. “La recaudación ha caído mucho. Si una máquina recaudaba antes 300 euros, ahora hace 150 y los compradores tardan más tiempo en amortizarlas. Hemos tenido ganancias mínimas en 2014, con beneficios, pero no para tirar cohetes”, admite Falgas.

Tras caer en 2009, la facturación de la empresa se ha recuperado en los últimos años hasta alcanzar los siete millones de euros en 2013. La fábrica produce entre 4.000 y 5.000 piezas anuales que van a parar a un centenar de países. Latinoamérica es uno de los principales mercados, con clientes exigentes que demandan novedades. A compradores como México y Chile se acaba de sumar Cuba, que tras el reciente inicio del proceso de apertura de sus fronteras a la economía de mercado se ha mostrado interesado en adquirir modelos de Falgas. “Me ha sorprendido porque solo quieren lo más nuevo. Les ofrecí máquinas de segunda mano, que cuestan la mitad pero están en muy buen estado, pero ellos quieren lo último”, asegura el empresario.

Para satisfacer esta demanda, la compañía desarrolla entre cuatro y cinco modelos nuevos cada año. Los tiempos cambian y la música y los sonidos ya no bastan para atraer a los pequeños. “Los niños están acostumbrados a los móviles y ahora, sin pantallas, ya no llamas la atención”, afirma Falgas. Desde hace unos años, los componentes de videojuego no pueden faltar en los nuevos prototipos.

La fábrica prduce entre 4.000 y 5.000 piezas anuales para cien países

El más reciente se llama Monkey Jump y consiste en una pantalla panorámica de 32 pulgadas y una silla que se eleva de acuerdo al progreso del jugador en la trama. A Falgas le emociona porque es uno de sus primeros dispositivos redemption, lo que quiere decir que al final de la partida la máquina imprimirá una serie de papeletas dependiendo del desempeño del usuario, que las podrá canjear por premios. Es la modalidad por la cual la compañía ha decidido apostar para relanzar el negocio, tan afectado por la competencia de los fabricantes chinos. “Somos caros. Ellos venden sus productos por la mitad de precio y nos copian los modelos. A finales de marzo estuve allí en una feria y ya habían reproducido un coche que habíamos estrenado el año pasado. Pero la calidad es lo que nos diferencia. En Sudamérica, por ejemplo, prefieren hacer tratos con nosotros porque saben que las máquinas durarán más”, explica el directivo.

El grupo tiene un reto aun más grande en el futuro inmediato: el relevo generacional. Falgas, que trabajó hasta los 70 años, llevaba dos jubilado cuando su sucesor, su hijo, falleció. Ocurrió el pasado mes de julio. De momento, seguirá siendo él quien tome las decenas de vuelos de negocios para dar continuidad a su legado, uno de los pocos del sector que se mantiene en pie.

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