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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos y dos son cinco

Este modelo de crecimiento se empieza a parecer mucho al que causó la crisis

Joaquín Estefanía

Se puede escoger un puñado de datos y opiniones relevantes de la coyuntura para fijar el momento en el que está la economía española. 1) Entre enero y marzo los segmentos en los que más se ha recuperado el empleo son el sector público y la construcción. 2) El presidente del BBVA, Francisco González, declara: “Estamos viendo ya los principios de una expansión del crédito indebida, con operaciones que no responden a un criterio estrictamente empresarial, que no están valorando bien el riesgo”. 3) Los cinco grandes de la banca (Santander, BBVA, Caixabank, Sabadell y Popular), en un contexto de escaso crecimiento económico y expansión de la demanda, aumentaron sus beneficios más de un 27% respecto a un año antes. 4) Las empresas cotizadas españolas ganaron el pasado ejercicio 33.205 millones de euros, lo que supone un incremento del 64% en relación al ejercicio anterior. 5) El ministro de Economía opina: el PIB ha entrado el año con un crecimiento superior al 3%.

Quizá algún lector reflexivo y con memoria crea que el periódico ha cometido un error, se ha equivocado de artículo y ha colocado alguno correspondiente a los años previos a la crisis. No es así. Las cifras y los comentarios son de ahora mismo, lo que plantea la siguiente cuestión: si los puestos de trabajo se están creando en la construcción o en las administraciones públicas; si FG tiene razón y es cierto que “algunas entidades están aflojando en los criterios de riesgo (…) El mundo bancario es muy complejo porque una entidad puede expandir el balance y aumentar beneficios a corto plazo pero quebrar la entidad al cabo de cuatro o cinco años como hemos visto en España”; si la compraventa de viviendas está creciendo a un ritmo de dos dígitos… ¿no empieza a parecerse este modelo de crecimiento como un huevo a otro al que teníamos antes de la crisis, y cuyo estallido ha dado lugar a tantos sufrimientos?

Quizá tenga razón FG y lo de ahora “no tenga nada que ver con lo que hemos visto: tenemos más experiencia, supervisión de Europa y más mecanismos para prevenir que esto pase de un punto determinado”, pero la historia recurrente de las burbujas que estallan, y lo que nos han enseñado Kindleberger o Galbraith permite corroborar que la memoria económica de los desastres dura poco más de una generación, y luego se vuelven a repetir parecidos errores, con otros procedimientos y productos más sofisticados, pero de la misma naturaleza. ¿Está ocurriendo esto ya?

Larry Fink, presidente de BlackRock —una de las gestoras de fondos más poderosa del mundo, que gestiona 4,2 billones de euros, cuatro veces lo que produce un país como España en un año— dirigía hace unos días una carta a los presidentes de las mayores empresas del mundo en la que denunciaba la presión de generar resultados inmediatos. “En respuesta a esa presión”, escribe Fink, "cada vez más líderes deciden aumentar los dividendos o recomprar más acciones, descuidando la inversión en innovación, en la formación de los empleados o en aquellos gastos de capital que son necesarios para mantener el crecimiento a largo plazo (…) Con los tipos de interés próximos a cero, devolver una cantidad excesiva de capital a los inversores envía un mensaje desalentador acerca de la capacidad de una compañía para usar sabiamente sus recursos y desarrollar un plan de negocio”.

Si se vuelve poco a poco a prácticas como las que nos llevaron a la crisis más larga y profunda de las últimas ocho décadas, muchos tienen derecho a preguntarse para qué nos hemos convertido en más pobres, más desiguales, menos protegidos, más desconfiados y menos demócratas. ¿Qué se le puede explicar, por ejemplo, a un compañero de colegio con el que te cruzas y que te cuenta la siguiente historia?: “Me esfuerzo por encontrar un empleo pero no lo consigo; cada mes que pasa bajo un poco más el listón de manera que cada vez aspiro a un puesto de trabajo peor que el anterior. Lo peor que le puede pasar a alguien es encontrarse tan desesperado que esté dispuesto a vender su alma al diablo y que éste no quiera comprarla”.

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