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La experiencia de comprar un Apple Watch

La empresa de Cupertino prepara las tiendas donde se venderá el modelo más selecto

Relojes de Apple durante la presentación el pasado 9 de marzo en San Francisco.
Relojes de Apple durante la presentación el pasado 9 de marzo en San Francisco.ROBERT GALBRAITH (REUTERS)

Comprar un reloj que en su versión más exclusiva vale tanto como un coche, entre 10.000 y 17.000 dólares, no es un hecho común. Apple, cuyo cuidado por los detalles es parte de su sello, prepara con mimo la experiencia de compra de su nuevo hito, el Apple Watch. A la zona ocupada por las tabletas y móviles y la cada vez más menguante de ordenadores, se añadirá una especial para el reloj.

El 10 de abril será el primer contacto del público con el reloj, pero no podrán entrar y tomarlo en sus manos como sucede con el resto de productos. Será necesario contar con una cita previa, algo similar a lo que sucede con la Genius Bar, como denominan a su zona de reparaciones y resolución de dudas, cuya duración será de 15 minutos. Los planes de Apple ya se vislumbran en algunas tiendas, como la de Cupertino, icónica por ser fruto de experimentos varios, así como las de Los Ángeles, Austin y Atlanta.

Las mesas contarán con al menos diez puestos para atender a clientes y probar los modelos. También, como sucede cuando se compra un iPhone, ayudarán a salir con el reloj configurado y funcionando conectado al iPhone. Se ha pedido a varios empleados que refuercen sus conocimientos la noche del 9 al 10, antes de que se abran las puertas.

Una vez tomada la decisión de compra, los clientes tendrán una cita para la prueba final y recogida a partir del 24 de abril, el día que, oficialmente, sale a la venta el reloj. Aunque no será necesario haber tenido la cita previa, sí es una vía recomendable para asegurarse de tenerlo el primer día. Como ya sucede en la barra de reparaciones, dejarán espacios de tiempo sin reservar para aquellos que entren en la tienda de forma espontánea.

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La personalización será tan extrema que las tiendas contarán con cuatro zonas. Primero, una estación de prueba en la que se decidirá si se quiere el modelo deportivo, de aluminio, o el de acero. La siguiente fase se divide en dos: una para los que saben qué tamaño de reloj y tipo de correa desean, y otra para los que no. Habrá un tercer grupo dedicado a la resolución de dudas generales. El cuarto será para los clientes que deseen hacerse con la versión dorada, cuyas unidades serán escasas y se venderán, en su mayoría, por encargo.

No todas las tiendas contarán con la versión de lujo de los relojes, pero sí se quiere garantizar que, como mínimo, habrá dos especialistas por comercio en todos los países en que sale a la venta en esta primera fase. Este no será el único cambio dentro de sus ya icónicas tiendas. Las banderolas laterales con los productos de la casa se van a actualizar con el reloj.

Uno de los requisitos para poder usar el reloj de Apple es contar con un iPhone. Un impedimento que la firma de Tim Cook quiere convertir en fortaleza y dar un nuevo empujón a las ventas de su teléfono. A partir de esta semana planean un programa de descuento a cambio de dejar el modelo anterior para incentivar a que los clientes de Android se pasen a la manzana.

La forma en que Apple comunica, tanto con los consumidores como con los medios, es tan peculiar como deseada por el resto de la industria —en sus últimos lanzamientos, Samsung ha imitado esta acción, pero con personal que sigue una mecánica muy distinta. Cercana y, a la vez, distante. Con la prensa, por ejemplo, antes del préstamo de un producto, hacen una sesión explicativa individual con un número de expertos que oscila entre dos y cuatro antes de dejar al periodista el aparato en cuestión. Una propuesta muy parecida, de exclusividad, a la que se buscará con el reloj. No se les puede citar, no se dice su nombre, pero hacen demostraciones tan largas como sea necesario para despejar cualquier duda, ya sea técnica o de uso más sencillo. La idea que sustenta este empeño es clara: Apple confía tanto en su producto que no creen que tenga fallos; si hay críticas, casi siempre, en su opinión, obedecen a fallos de comunicación.

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