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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La recuperación y el bienestar

Los datos de la Contabilidad Nacional de España correspondientes a 2014, muestran que en este ejercicio se produce el fin de la recesión que venía experimentando la economía desde mediados de 2007. Este sesenio ha sido extremadamente duro pues en él se perdieron ocho puntos porcentuales de la renta nacional, el empleo se desplomó, los ocupados se redujeron en un 18 %, más de 2.900.000 personas, a la vez que los parados aumentaron en más de 3.500.000.

Detrás de estos abrumadores datos lo que existe es la evidencia de que nos estamos acercando a las puertas de una división social, ocasionada por la aparición de situaciones carenciales severas, en familias tanto de clase media como de trabajadores razonablemente integrados, fenómenos ambos relevantes que arrastran múltiples repercusiones.

España es una sociedad de tipo medio, en la que los ciudadanos, no sin cierto orgullo, creían que disfrutaban de un nivel de vida algo más que aceptable. Pues bien, para estos grupos sociales la crisis ha abierto una fosa de enorme magnitud. Sus integrantes han visto que el trabajo honrado ha dejado de estar bien considerado, que el futuro de sus hijos puede que se haya vuelto problemático y que la pujanza que habían adquirido, hasta 2008, ha dejado de ser una realidad. Debido a ello, la centralidad que proporcionaban a la política española ha dejado de existir, viéndose obligados ahora a soportar todo tipo de dificultades, por las pérdidas que han experimentado en el empleo, en las prestaciones, en las rentas, en las ayudas, en las oportunidades y en las expectativas. La crisis ha hecho que esos grupos sociales, a los que he aludido, ahora vivan peor que antes.

Las variables económicas recientemente publicadas visualizan otros elementos de análisis, aunque solo sea porque los últimos 18 meses se ha producido un repunte del crecimiento que viene acelerándose y que continuara haciéndolo en los próximos trimestres.

El cambio de perspectiva induce al optimismo, aunque cuando esto sucede los enfoques mecanicistas aparecen inmediatamente. Con frecuencia se escucha que habiendo superado el bache (la recesión) podemos olvidar los problemas que la crisis ha venido planteando.

Creo que hay cuestiones que no son tan sencillas. El crecimiento económico proporcionado por esta recuperación, aunque llegará ahora a alcanzar cuotas más elevadas no va a liberar, de las dificultades que padecen, a quienes están siendo víctimas de la rueda de la historia. La recuperación por sí sola no los sacará del hoyo donde están. En alguna medida habrá que empujarla procurando encontrar políticas adecuadas para ello.

Tampoco se va a compensar, el balance de daños, con los cambios que en las condiciones de vida pueden producir fenómenos tan bonancibles como, la caída del precio del barril de petróleo, la política monetaria de expansión cuantitativa, la devaluación del euro o la reducción del IRPF.

Alejándonos del pensamiento mágico para acercarnos a la realidad podría preguntarse ¿Qué es lo que hay que hacer para consolidar esta tendencia de aumento del PIB? Apuntaré algunas líneas de actuación, todas ellas distintas a las seguidas entre 2008 y 2014.

La primera es llevar a cabo una apuesta firme a favor del crecimiento. Después del rigor del ajuste, la demanda ciudadana pide que desaparezca la política económica que ha conducido a que el crecimiento sea tan limitado. Pero, además, la recuperación ha de proporcionar bienestar, esto quiere decir que si lo que ocurrió fue que se estropeó el ascensor social (A. Costas) éste tiene que arreglarse para que vuelva a funcionar. Igualmente, hay que huir del desinterés, de la excusa y de los comportamientos ideológicos retrógrados que están siendo utilizados para regresar a políticas autoritarias y clasistas (F. Rey).

Por tanto, el objetivo a alcanzar es crecer con la intensidad suficiente como para que retrocedan los gravísimos problemas que atenazan tanto a la economía, como a la propia sociedad. Han de comenzar a diluirse las rémoras encriptadas como deficiencias estructurales del sistema económico y también deben empezar a reducirse las secuelas ocasionadas por un larguísimo proceso de ajuste que han originado un enorme coste social (J. L. García Delgado y J. Serrano Sanz).

La segunda consiste en perseguir de forma ineludible mejoras en la capacidad de las empresas para competir en los mercados interiores y exteriores. Ello pasa por aumentar la productividad, que como tantas veces se ha dicho, no lo es todo, pero que a largo plazo lo es casi todo.

Recientemente estamos viviendo una asimetría entre la evolución del PIB y la marcha del empleo. Llevamos un tiempo durante el cual la productividad por empleado está cayendo lo que hace que la salida de la recesión apunte, una vez más, en la dirección tradicional. Algo parecido comienza a ocurrir en el sector exterior y en el tipo de remuneración de los depósitos. (Oliver Alonso).

Pese a ello, la estela de la política que se ha llevado hasta aquí, persiste en defender la devaluación interna, mediante la reducción de los salarios y la bajada de los impuestos y de las cotizaciones. Todas estas orientaciones mejoran la rentabilidad del capital, aunque está por demostrar que proporcionen aumentos de la productividad. Un recorrido más útil sería aquel que introduce I + D, mejoras en la tecnología y en el diseño de los productos y de las empresas.

La tercera línea de actuación parte de algo suficientemente sabido, la crisis ha dado origen a un fondo de desigualdad, sin precedentes, por el que nos hemos deslizado a través de un proceso de movilidad social descendente. En él, los jóvenes ven, como se pierde su horizonte vital, los pensionistas como se compromete su presente y son muchos los mayores que observan como se reduce su autoestima, victima de un mecanismo descontrolado de prejubilaciones. Los recortes que se aplicaron redujeron el bienestar de los ciudadanos sin que en ningún momento se atisbara el más mínimo deseo de recalibrar el Estado de Bienestar.

Por eso pretender que siga existiendo una recuperación sin bienestar, y con menos derechos carece de sentido político.

Lo adecuado es conducir a la recuperación por otros senderos, alejados lo más posible de las políticas de la recesión. Hacerlo de forma rápida, ya que esto haría que los ciudadanos adquirieran mayor confianza; la democracia podría mostrarse como el sistema político capaz de proporcionarles mejoras en sus condiciones de vida y el que hace que el endeudamiento público y privado descendiera respecto del PIB. De lo contrario, si no conseguimos asegurar entre todos el crecimiento, las deudas continuaran creciendo, su pago resultará problemático y la deriva radical podría resultar más tentadora.

El camino del ajuste ha llegado a su fin y desde esta atalaya considero que es la hora de orientar la política económica hacia terrenos más amplios y comprometidos que los que hemos venido trillando para superar la recesión. Aunque solo sea porque los destrozos de la crisis en el aparato productivo, en el tejido social y en el espacio institucional son los verdaderos factores que lastran –y no poco- la recuperación.

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