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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Remar contra el viento

La reducción de salarios no puede ser la estrategia generalizada de largo plazo para ganar competitividad

Antón Costas

Estamos entre esperanzados y temerosos, preguntándonos continuamente si hay o no recuperación económica. Es lógico que sea así. La crisis de 2008 y las malas políticas económicas europeas desde 2010 han deteriorado hasta límites difícilmente soportables las condiciones de vida y las expectativas de la gente. Llegando a mandar a muchas personas a las cunetas del paro permanente y a la exclusión social.

Esta situación tampoco es buena para el funcionamiento de la democracia. Y, déjenme decirlo, para el propio sistema capitalista. Los defensores de la economía de mercado tienen que recordar que lo que legítima al capitalismo no es la eficiencia de los mercados o los beneficios de las empresas. Su núcleo moral legitimador es su capacidad para lograr la mejora continuada el bienestar y las oportunidades de la gente. Otros sistemas se orientan al poder económico del Estado o de determinados grupos, pero el capitalismo se ha orientado al bienestar. Es así desde Adam Smith, y continúa siéndolo en la mejor tradición de la Economía.

Pero volvamos a la cuestión inicial. ¿Hay recuperación o no? Si miramos la economía española, hay señales claras de que, después de más de tres años de caída, estamos viendo un repunte del crecimiento, mayor que el del resto de las economías europeas. Pero aún no se puede asegurar si durará o se trata del “rebote del gato muerto”. Es decir, del rebote que por pura inercia de la caída experimenta una economía cuando choca con el suelo.

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¿Qué hay que hacer para consolidarlo? Con el motor principal de la economía gripado por la debilidad del consumo y la inversión, y con el motor auxiliar del sector público desactivado por las políticas de recortes, la alternativa es fortalecer el segundo motor auxiliar, el sector exterior. Para ello hay que ponerse a remar fuerte para mejorar la capacidad de nuestras empresas para competir tanto en los mercados exteriores como con los productos importados.

Pero tendremos que remar con el viento en contra. La economía europea bordea la tercera recesión. Probablemente no caerá en el precipicio, pero el horizonte es un estancamiento prolongado. Esto no favorece el crecimiento de las exportaciones españolas al mercado europeo. Por otro lado, no cabe esperar que las políticas económicas europeas vayan a cambiar. El compromiso de las autoridades europeas y de Alemania es hacer todo lo necesario para salvar al euro. Pero poco o nada para salvar la economía y el empleo. Eso es lo que hay.

Cuando el viento no es favorable, la alternativa es remar más fuerte para mejorar nuestra competitividad. Ahora bien, la competitividad es cómo el colesterol, la hay de la buena y de la mala. La competitividad buena es la capacidad de la economía para afrontar retos y mejorar las condiciones de vida y las oportunidades de la gente, especialmente de aquellos que más las necesitan. La mala, es la que pretende basar la mejora de la competitividad en las reducciones de salarios y en el empeoramiento de las condiciones laborales. Eso pan para hoy y hambre para mañana.

La moderación salarial puede ser una necesidad temporal para salir de un apuro. Pero la reducción de salarios no puede ser la estrategia generalizada de largo plazo para ganar competitividad. Como estamos viendo, ha rebasado ya los límites razonables y está perjudicando al funcionamiento de la economía.

¿Cuál es una buena estrategia para fortalecer la competitividad? Lograr la cooperación de todos en el esfuerzo colectivo para mejorar la capacidad de las empresas, del sistema financiero, de las administraciones públicas y de todas las instituciones públicas y privadas, como las escuelas o universidades. Este esfuerzo colectivo necesita de una disposición social a cooperar.

Sin embargo, el discurso dominante no es el de cooperación, sino el de las reformas sociales “duras”. Pero si el resultado de estas reformas es la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida y las oportunidades de la gente, no benefician la competitividad a largo plazo. Al contrario, la perjudican, en la medida en que reducen la disposición social a cooperar. En este sentido, este discurso sobre las reformas duras es también un viento en contra.

Las reformas que necesitamos son las dirigidas a tres objetivos fundamentales. Primero, aumentar el tamaño medio de las empresas. Todo lo bueno que deseemos para nuestra economía, como la productividad y la competitividad, está asociado al tamaño. Segundo, abrir los mercados de bienes y servicios a la competencia para bajar márgenes y precios. Tercero, incentivar la colaboración entre empresas y sector público para promover la internacionalización y la implantación en los mercados exteriores, especialmente fuera de Europa. Y, cuarto, sacar de la cuneta a la gente a la que la crisis ha echado al paro de larga duración. El crecimiento por sí solo no será capaz de incorporar a esas personas al tráfico económico. Hacen falta políticas específicas.

Contra lo que podría parecer a primera vista, remar contra el viento puede acabar siendo bueno. Nos obliga a buscar la cooperación social en el esfuerzo común, a tomar buenas decisiones y hacer buenas reformas. No fue así cuando el viento venía de cola, como sucedió en el período de bonanza de 1995 a 2007. En esa etapa las elites empresariales y políticas dimitieron de su responsabilidad de comprometerse con el cambio. Ahora tenemos que aprender de aquellos errores.

Antón Costas es catedrático de Economía en la Universidad de Barcelona

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