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Una recuperación débil y desigual

La economía mundial se encuentra en un difícil equilibrio. Por un lado, los países deben hacer frente al legado de la crisis financiera global, que ha dejado un rastro de sobreendeudamiento y alto desempleo. Por otro, los países avistan un futuro incierto, donde las tasas de crecimiento potencial se están reduciendo, lo que incide a su vez en la confianza, en la demanda y en la actividad diaria.

La interacción de estos dos factores (herencias de la crisis difícil de superar y un crecimiento potencial en declive) explica la sucesión de constantes revisiones a la baja en las proyecciones de los últimos tres años. Las cifras del último Informe de Perspectivas de la Economía Mundial (informe WEO), presentadas por el FMI esta semana, no son una excepción. Nuestros pronósticos de crecimiento son mediocres para este año, tan solo un 3,3%, o cuatro décimas menos que lo pronosticado en abril. Sin embargo, dado que las dos fuerzas mencionadas operan en distinto grado en cada país, la economía global presenta situaciones dispares.

Entre las economías avanzadas, Estados Unidos y el Reino Unido están dejando atrás la crisis financiera y logrando niveles aceptables de crecimiento, aunque su crecimiento potencial es aún menor que a comienzos de la década de 2000. Japón también está creciendo, pero los altos niveles de deuda pública heredados del pasado, sumados a un crecimiento potencial muy bajo en el futuro, plantean enormes desafíos macroeconómicos y fiscales. La otra cara de la moneda la presenta la zona euro, cuyo crecimiento prácticamente se estancó a comienzos de este año, incluso en los países centrales. Si bien esto obedece en parte a factores temporales, la verdad es que las secuelas que la crisis ha dejado en el sur de Europa y el bajo crecimiento potencial que aqueja a casi toda la región, están impidiendo que se consolide la recuperación.

Los países avanzan hacia un futuro incierto, donde las tasas de crecimiento potencial se reducen

En las economías emergentes, el factor preponderante también es la caída de su crecimiento potencial. Para el conjunto de estas economías, la proyección es en 2014 un 1,5% más baja que en 2011. Y la disparidad también es una característica en estos países. China está manteniendo un fuerte crecimiento, pese al fin del boom inmobiliario y de crédito. En el futuro, es posible que el reequilibrio implique un crecimiento un poco más lento, pero esto debe ser bienvenido ya que implicaría un crecimiento más saludable. India se ha recuperado de su relativo bajón, y se prevé que crezca por encima del 5%, gracias en parte a políticas económicas adecuadas y a un resurgimiento de la confianza. En cambio, las inciertas perspectivas de inversión en Rusia ya habían empezado a reducir la actividad antes de la crisis de Ucrania, y ahora esa crisis ha terminado de impactar negativamente las proyecciones de crecimiento para los próximos meses. De manera similar, la incertidumbre y un bajo nivel de inversión también están frenando el crecimiento en Brasil.

Los riesgos globales a la baja son evidentes. Primero, el largo período de bajos tipos de interés ha incentivado la búsqueda de rendimientos fáciles, y es posible que los mercados financieros tengan una actitud demasiado complaciente con respecto al futuro. Las autoridades deben mantenerse atentas para evitar nuevas burbujas. Las herramientas macroprudenciales son las adecuadas para mitigar este riesgo, aunque está por ver si podrán cumplir su cometido.

Segundo, los riesgos geopolíticos han cobrado relevancia. Hasta ahora, parece que la crisis de Ucrania sólo ha afectado a los vecinos inmediatos. Y la agitación en Oriente Medio tampoco ha tenido mayor impacto en los precios de la energía. Pero desde luego, si alguna de estas zonas se desestabiliza, tendría importantes consecuencias económicas.

El tercer riesgo es que la recuperación en la zona del euro se estanque, que la demanda se debilite aún más y que la baja inflación se convierta en deflación. Este no es nuestro escenario base, porque pensamos que los fundamentos económicos de la zona del euro están mejorando lentamente, pero un escenario de ese tipo, de materializarse, sería el principal problema al que se enfrentaría la economía mundial.

En este contexto, ¿cuáles son las implicaciones de política económica? ¿Qué acciones serían recomendables?

La inversión en infraestructuras, incluso si se financia con deuda, puede estar justificada

En las economías avanzadas, las políticas tienen que abordar tanto las secuelas de la crisis como el bajo crecimiento potencial. Con respecto a lo primero, un objetivo central ha sido el saneamiento de los balances de los bancos, pero el sobreendeudamiento de las empresas y los hogares sigue siendo un problema en varios países. Mientras persista la debilidad de la demanda, seguirá siendo esencial una política monetaria acomodaticia y bajos tipos de interés.

La floja recuperación en la zona del euro ha abierto un nuevo debate sobre la orientación de la política fiscal. Los reducidos diferenciales de los bonos soberanos indican que la consolidación fiscal emprendida en los últimos años ha permitido a los inversores financieros confiar en que las actuales trayectorias fiscales son sostenibles. No se debe permitir que esta credibilidad, lograda a un precio alto, se vea amenazada. Esto no significa, sin embargo, que no exista margen para recurrir a la política fiscal para sostener la recuperación. Como se explica en un capítulo del WEO, la inversión en infraestructura, incluso si se financia con deuda, puede estar justificada y puede ayudar a estimular la demanda a corto plazo y la oferta a medio plazo. En concreto, estimamos que un punto porcentual de incremento del PIB en el gasto en inversión pública aumentaría el nivel de producción aproximadamente un 0,4% en el mismo año y un 1,5% en los cuatro años siguientes al incremento. Esto diferencia la inversión en infraestructuras de otros tipos de gasto público, como las transferencias sociales o la adquisición de bienes y servicios por parte del Gobierno, que pueden aumentar la demanda a corto plazo, pero que no tienen un efecto duradero a largo plazo. Sin embargo, esto no significa que los países deban ponerse a gastar dinero en cualquier proyecto que quieran realizar. Si un país con una deuda elevada lleva a cabo proyectos de dudoso valor, podría acabar simplemente aumentando sus riesgos fiscales y encareciendo la financiación de su deuda. Los países deberían plantearse invertir solo si tienen necesidades documentadas y proyectos con una rentabilidad suficientemente alta. En los casos en los que haya necesidades claras de infraestructuras, y sobre todo si el riesgo de estancamiento se materializara, habría que prepararse para incrementar de manera notable la inversión pública eficiente.

Lo cierto es que elevar el producto y el crecimiento potencial es una tarea complicada, y hay que ser realistas. En la mayoría de los países se habla de reformas estructurales, pero el reto tanto para las economías avanzadas como para las emergentes es superar las afirmaciones genéricas e identificar las reformas que son más necesarias en cada país y dar prioridad a las que son políticamente viables. Estamos ante un desafío colectivo que consiste en restablecer la confianza articulando un plan claro que permita abordar a la vez y de forma coordinada los problemas heredados de la crisis mientras impulsamos el crecimiento potencial.

Olivier Blanchard es el Economista Jefe del FMI. Abdul Abiad y Carlos Mulas-Granados son coautores del capítulo titulado ¿Buen momento para dar un impulso a la infraestructura? los efectos macroeconómicos de la inversión pública, publicado por el FMI en su World Economic Outlook de Octubre.

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