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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Errores y emisiones

La idea de que el crecimiento es incompatible con las medidas climáticas es errónea

Paul Krugman

Última hora: salvar el planeta sería barato, e incluso podría salirnos gratis. Pero, ¿se creerá alguien la buena noticia?

Acabo de leer dos nuevos informes sobre los aspectos económicos de la lucha contra el cambio climático: un gran estudio realizado por un grupo internacional de élite, el Nuevo Proyecto sobre Economía Climática, y un documento de trabajo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Ambos afirman que el hecho de tomar medidas drásticas para limitar las emisiones de carbono apenas tendría repercusiones negativas para el crecimiento económico y, de hecho, podría contribuir a acelerarlo. Puede que esto suene demasiado bonito para ser verdad, pero no es así. Se trata de análisis serios y bien hechos.

Sin embargo, ya saben que estos informes serán recibidos con declaraciones acerca de que es imposible romper el vínculo que existe entre crecimiento económico y aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, una postura que yo califico de desesperanza climática. Los defensores más peligrosos de la desesperanza climáticason los integrantes de la derecha anti-ecologista. Pero reciben ayuda y apoyo de otros grupos, entre ellos algunos de la izquierda, que tienen sus propias razones para no querer entender.

¿A qué se debe este nuevo optimismo en relación con el cambio climático y el crecimiento? Hace mucho tiempo que está claro que una estrategia bien diseñada de control de las emisiones, en concreto una que ponga precio al carbono mediante un impuesto sobre las emisiones o mediante un sistema de límites máximos e intercambios comerciales, costaría mucho menos de lo que los sospechosos de rigor quieren hacernos creer. Pero ahora sabemos que los aspectos económicos de la protección climática son todavía más favorables de lo que se pensaba hace unos años.

Por una parte, se han producido avances tecnológicos espectaculares en el campo de las energías renovables y, concretamente, el coste de la energía solar se ha reducido a la mitad desde 2010. Las renovables tienen sus limitaciones —fundamentalmente, que ni siempre brilla el sol ni siempre sopla el viento— pero si creen que una economía que obtiene gran parte de su electricidad de los parques eólicos y los paneles solares es una fantasía hippie, no están en contacto con la realidad.

Por otro lado, resulta que ponerle un precio al carbono tendría grandes beneficios colaterales —efectos positivos que van mucho más allá de la reducción de los riesgos climáticos— y que dichos beneficios se materializarían bastante pronto. El más importante de estos beneficios colaterales, según el documento del FMI, tendría que ver con la salud pública: la quema de carbón provoca muchas enfermedades respiratorias, y estas incrementan el gasto médico y reducen la productividad.

Y el informe sostiene que, gracias a estos beneficios colaterales, uno de los argumentos que a menudo se esgrimen en contra del pago por el carbono emitido —que no vale la pena hacerlo a menos que todo el mundo esté de acuerdo— ya no es válido. Aunque no exista un acuerdo internacional, hay razones de peso para tomar medidas contra la amenaza climática.

Pero volviendo a lo que nos ocupa: reducir drásticamente las emisiones es más fácil de lo que parecía hace unos años, y una menor cantidad de emisiones nos reportaría grandes beneficios a corto y medio plazo. De modo que salvar el planeta sería barato, y hasta podría salirnos gratis.

Aquí es donde entran en escena los profetas de la desesperanza climática, que rechazan todos estos análisis y declaran que la única manera de limitar las emisiones de carbono es acabar con el crecimiento económico.

Esto lo dice sobre todo la gente de la derecha, que normalmente afirma que las economías de libre mercado son infinitamente flexibles y creativas. Pero cuando alguien propone que se pague por el carbono emitido, de repente insisten en que la industria será absolutamente incapaz de adaptarse a este cambio de incentivos. ¿Por qué? Es como si andarán buscando alguna excusa para no afrontar el problema del cambio climático y, en concreto, para evitar todo aquello que perjudique al sector de los combustibles fósiles, por muy beneficioso que sea para todos los demás.

Pero el cambio climático crea extraños compañeros de cama: hay quien se hace eco de esa insistencia, alentada por Koch, de que limitar las emisiones destruiría el crecimiento económico, pero no ven en esto un argumento en contra de las medidas climáticas, sino en contra del crecimiento. Encontramos esta idea en el movimiento del decrecimiento, mayoritariamente europeo, o en grupos estadounidenses como el Instituto Poscarbono; en reuniones de izquierdas en las que se hablaba de “replantearse la economía”, he oído decir que el planeta necesita que pongamos fin al crecimiento. Para ser justos, el ecologismo anti-crecimiento es una postura minoritaria, incluso dentro de la izquierda, pero aun así, está lo bastante extendido como para hacerse oír.

Y, a veces, uno escucha a investigadores científicos defendiendo argumentos similares, fundamentalmente (creo) porque no comprenden lo que significa el crecimiento económico. Lo ven como algo físico, rudimentario, que consiste simplemente en producir más cosas, y no tienen en cuenta las muchas decisiones —sobre qué consumir, qué tecnología emplear— que intervienen en la generación de un dólar de PIB.

De modo que esto es lo que deben saber: la desesperanza climática es un gran error. Puede que la idea de que el crecimiento económico es incompatible con las medidas climáticas suene pragmática y realista, pero en realidad es un concepto erróneo, fruto de la confusión mental. Si alguna vez logramos dejar atrás la ideología y los intereses especiales que han impedido que tomemos medidas para salvar el planeta, descubriremos que es más barato y fácil de lo que casi cualquiera imagina.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.

Traducción de News Clips.

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