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Guindos reclama “autocrítica” y un viraje político a la UE

El Ecofin insta a Bruselas a acelerar el plan de inversiones

El ministro de Economía durante la rueda de prensaFoto: atlas
Claudi Pérez

A España le gusta el plan Draghi. El ministro de Economía, Luis de Guindos, cree que es imprescindible seguir el esquema marcado por el presidente del Banco Central Europeo (BCE) —reformas, pero también estímulos monetarios y fiscales— ante el riesgo de una tercera recesión con graves efectos secundarios sobre la economía española. En un alarde de sinceridad poco habitual en los tiempos que corren, Guindos reclamó hoy a la Unión un ejercicio de “autocrítica” sobre la estrategia de política económica seguida en los últimos años. Solo Draghi ha hecho algo parecido, con el reconocimiento de que Europa necesita imperiosamente políticas de demanda (estímulos), y no solo de oferta (reformas y recortes) si quiere evitar las curvas: un escenario de bajo crecimiento y baja inflación alarmante para un continente empachado de deudas públicas y sobre todo privadas.

Guindos se sumó a esa estela con una inequívoca declaración de intenciones: “No toda la estrategia europea ha sido equivocada; en la anterior etapa de la crisis el principal riesgo eran los desequilibrios fiscales y de competitividad y para eso hacían falta reformas y consolidación fiscal. Pero ahora es el momento de hacer autocrítica y de poner las bases de un nuevo enfoque con el objetivo de crecer y crear empleo”. Ese discurso lo comparten la gran mayoría de ministros, e incluso la Comisión. Al menos en teoría. La realidad es otra: esa retórica es, de momento, poco más que un cascarón vacío.

La reunión de titulares de Economía y Finanzas de la eurozona —el viernes— y de la UE —hoy— se cerró con una primera victoria de Draghi, a los puntos. Su análisis va calando y los gestores de la eurozona debaten la manera de activar las medidas que reclama. Pero la atmósfera de esos dos encuentros en Milán permite inferir que el BCE no debería esperar demasiada ayuda. El Eurobanco pondrá a partir de esta semana los primeros estímulos monetarios, con una nueva barra libre de liquidez que se complementará con compras de activos privados a partir de octubre. Para que el plan funcione, según Draghi, hacen falta además reformas en París y Roma, flexibilidad fiscal y un plan de inversiones. Y eso solo llegará —si llega— con cuentagotas: las reformas no van a ser fáciles para Francia e Italia y el Norte recela a la hora de suavizar las metas fiscales. Y en cuanto a las inversiones prometidas por el nuevo presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker —un paquete de 300.000 millones de euros—, hoy quedó claro que apenas habrá dinero fresco: todo se fía al Banco Europeo de Inversiones (BEI), a través del apalancamiento de sus fondos, una especie de versión financiera de la multiplicación de los panes y los peces.

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La eurozona cerró el segundo trimestre con el crecimiento en el 0% y una inflación que ya roza también el 0%: con todos los síntomas de una enfermedad japonesa. Pero ante esos números, la sensación de urgencia solo se ve en los anteriormente aburridos banqueros centrales. El vicepresidente del BCE, el portugués Vítor Constâncio, reiteró ante la prensa la preocupación por un entorno “de crecimiento cero y muy baja inflación, problemático ante el elevado endeudamiento privado y público”. Sin crecimiento es más difícil pagar las deudas; sin inflación, la factura del endeudamiento es aún más pesada para el deudor. Pero ese diagnóstico ni siquiera está enteramente compartido por los mandarines del euro: Alemania y sus satélites —los países acreedores— están cómodos a pesar de las señales de alarma que dan los índices de precios, con alzas inferiores al 1% desde hace un año. En la reunión del Ecofin, el vicepresidente de la Comisión —el conservador finlandés Jyrki Katainen— llegó a asegurar que una inflación tan baja “también tiene efectos favorables en determinadas circunstancias”, según las fuentes consultadas, lo que originó un rifirrafe con el socialdemócrata italiano Roberto Gualtieri, presidente de la comisión de asuntos económicos de la Eurocámara.

En medio de una crisis de deuda, los acreedores son quienes tienen la sartén por el mango; por eso Alemania lidera la UE sin apenas rivales desde el estallido de la crisis. Los ecos del discurso de Draghi apenas son audibles a Berlín. El ministro alemán Wolfgang Schäuble lleva días alertando de que no hay que suavizar las reglas fiscales. Rechaza de plano los continuos llamamientos a que Alemania acometa un plan de inversión pública. Y si alguien esperaba un cambio de tono en Milán, lo que hizo Schäuble fue más bien lo contrario: insistió en la necesidad de aprobar reformas —en un mensaje teledirigido a París y Roma— y aseguró que Europa está sentada sobre una montaña de liquidez; solo las reformas permitirán elevar la competitividad para que vuelva la confianza y reaparezca la inversión, según esa enmienda a la totalidad del plan Draghi.

Pero la inversión, en fin, no reaparece. Ha caído en torno al 15% desde los niveles precrisis. El ministro italiano Pier Carlo Padoan aseguró que el Ecofin ha instado a Bruselas y el BEI a acelerar los preparativos del paquete de estímulo para reactivar ese capítulo, esencial para que vuelva algo parecido a la recuperación. “No será solo palabras”, prometió. Pero eso es justamente lo que parece en este momento.

El Gobierno española acelerará las reformas, según el ministro

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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