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Tribuna
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El culto a la inflación

La polarización y la politización de la ciencia económica debería preocuparnos

¡Ojalá lo hubiese dicho yo! A principios de esta semana, Jesse Eisinger, de ProPublica, escribiendo en el blog DealBook del The New York Times, comparaba a la gente que sigue pronosticando una inflación galopante con "auténticos creyentes cuya fe en un apocalipsis anunciado persiste incluso después de que este no se haya materializado". Exacto.

Los pronosticadores económicos a menudo se equivocan. ¡Yo también! Si un economista nunca hace un pronóstico equivocado, es que él o ella no está asumiendo bastantes riesgos. Pero lo que no es tan corriente es que los supuestos expertos sigan haciendo la misma predicción errónea año tras año, sin admitir o tratar de explicar nunca sus errores pasados. Y lo increíble es que estos expertos que siempre se equivocan y jamás dudan sigan teniendo una amplia influencia pública y política.

Aquí pasa algo. Qué es, no está claro del todo. Pero como saben los lectores habituales, he estado intentando averiguarlo, porque creo que es importante entender la persistencia y el poder del culto a la inflación.

¿De quién estamos hablando? No precisamente de los gritones comentaristas de la CNBC, aunque, ciertamente, formen parte de ello. Rick Santelli, famoso por su diatriba del Tea Party en 2009, también se ha pasado gran parte de este año gritando que venía la inflación galopante. No venía, pero su línea no cambiaba nunca. Hace tan solo dos meses dijo a los espectadores que la Reserva Federal "se está preparando para la hiperinflación".

A los personajes como Santelli se les puede despachar diciendo que, básicamente, son parte de la industria del espectáculo. Pero muchos inversores no han recibido el aviso. He oído a administradores de fondos —es decir, a inversores profesionales— decirme que les sorprendía la quietud de la inflación, porque "todos los expertos" habían pronosticado que se desataría.

Y no es tan fácil descalificar el fenómeno del apego obsesivo a una teoría económica fallida cuando se observa en grandes figuras políticas. En 2009, el diputado Paul Ryan previno de la "larga sombra de la inflación". ¿Rectificó cuando la inflación se mantuvo baja? No, siguió advirtiendo, año tras año, de la llegada de la "degradación" del dólar.

Pero esperen, que aún hay más. Nos encontramos con la misma historia de que viene el lobo cuando nos fijamos en los dictámenes de economistas supuestamente respetables. En mayo de 2009, Allan Meltzer, un célebre economista monetario e historiador de la Reserva Federal, publicó un artículo de opinión en el New York Times advirtiendo de que se avecinaba un aumento agudo de la inflación si la Reserva Federal no cambiaba de rumbo. A lo largo de los siguientes cinco años, la medida de los precios favorita de Meltzer aumentó a una tasa anual de tan solo el 1,6%, y su reacción se publicó en otro artículo de opinión, esta vez en The Wall Street Journal. ¿Que cuál era el título? "Cómo la Reserva Federal echa leña a la inflación inminente". Entonces, ¿qué es lo que pasa?

He escrito sobre cómo los ricos tienden a oponerse al dinero fácil, porque perciben que va contra sus intereses. Pero eso no explica el generalizado atractivo de los profetas cuyas profecías siguen fallando.

En parte, ese atractivo es claramente político. Hay una razón por la cual Santelli grita sobre la inflación y sobre cómo el presidente Obama regala dinero a los "perdedores" y por la cual Ryan previene de la moneda degradada y de un Gobierno que redistribuye de "los que hacen" a "los que cogen". Los que rinden culto a la inflación casi siempre vinculan las políticas de la Reserva Federal a las quejas por el gasto del Gobierno. Se equivocan por completo en los detalles —no, la Reserva Federal no está imprimiendo moneda para cubrir el déficit presupuestario—, pero es cierto que los Gobiernos cuya deuda está denominada en una divisa que ellos mismos pueden emitir tienen más flexibilidad fiscal y, por tanto, más capacidad de seguir dando ayuda a los que la necesitan que los Gobiernos que no pueden hacerlo.

Y la indignación contra "los que cogen" —indignación que tiene mucho que ver con las divisiones étnicas y culturales— está profundamente arraigada. Por eso mucha gente siente afinidad con aquellos que despotrican contra la inflación inminente. Santelli es su tipo. He sostenido que, en un sentido importante, la persistencia del culto a la inflación es un ejemplo del "fraude de la afinidad", clave en muchas estafas en las que los inversores confían en un timador porque parece formar parte de su tribu. En ese caso, los timadores pueden estarse engañándose a sí mismos igual que a sus seguidores, pero eso no tiene ninguna importancia.

Esta interpretación tribal del culto a la inflación ayuda a explicar la pura rabia con que uno se encuentra cuando señala que la prometida hiperinflación no se ve por ninguna parte. Es comparable a la reacción que se obtiene cuando se señala que Obamacare parece funcionar, y probablemente tenga las mismas raíces.

Sin embargo, ¿qué hay de los economistas que se adhieren al culto? Todos son conservadores, pero ¿no eran también profesionales que ponen la evidencia por delante de la conveniencia política? Por lo visto, no.

Por tanto, la persistencia del culto a la inflación es un indicador de lo polarizada que ha llegado a estar nuestra sociedad; de cómo todo es político, incluso entre aquellos que se supone que están por encima de esta clase de cosas. Y esa realidad, a diferencia del supuesto riesgo de inflación galopante, es algo que debería asustarnos.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.

Traducción de News Clips.

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