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Tribuna
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La caída de Francia

Algún líder europeo tiene que oponerse de forma decidida a las políticas de austeridad

Paul Krugman

François Hollande, presidente de Francia desde 2012, podría haber aspirado a mucho. Lo eligieron porque prometió alejar al país de las políticas de austeridad que destruyeron la breve e insuficiente recuperación económica de Europa. Dado que la justificación intelectual de estas políticas era débil y pronto se vendría abajo, él podría haber liderado un bloque de naciones que exigiesen un cambio de rumbo. Pero no ha sido así. Una vez en el cargo, Hollande se doblegó rápidamente y cedió por completo a las exigencias de una austeridad aún mayor.

Sin embargo, no se debe afirmar que no tenga ningún carácter. Esta semana ha tomado medidas decisivas, pero desgraciadamente no sobre política económica, a pesar de que las desastrosas consecuencias de la austeridad europea se vuelven más palpables con cada mes que pasa, y hasta Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), está pidiendo un cambio de rumbo. No, toda la fuerza de Hollande se ha centrado en purgar su Gobierno de aquellos que se han atrevido a cuestionar su sumisión a Berlín y Bruselas.

Es un espectáculo extraordinario. Pero para poder apreciarlo del todo hay que comprender dos cosas. La primera, que Europa, en su conjunto, tiene graves problemas. La segunda, que a pesar de ello, en medio de ese desastre generalizado, a Francia le está yendo mucho mejor de lo que podríamos pensar a juzgar por la prensa. Francia no es Grecia; ni siquiera es Italia. Pero se está dejando intimidar como si fuera un caso perdido.

En este momento, a Europa le va peor de lo que le iba en la etapa equivalente de la Gran Depresión

En cuanto a Europa: al igual que Estados Unidos, la eurozona —los 18 países que tienen el euro como moneda común— empezó a recuperarse de la crisis financiera de 2008 a mediados de 2009. Pero tras el estallido de una crisis de deuda en 2010, algunos países europeos se vieron obligados, como condición para conseguir préstamos, a recortar drásticamente el gasto público y subirles los impuestos a las familias trabajadoras. Mientras tanto, Alemania y otros países acreedores no hicieron nada para compensar la tensión bajista, y el BCE, a diferencia de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, no adoptó medidas extraordinarias para impulsar el gasto privado. Como consecuencia, la recuperación europea se estancó en 2011 y no se ha reanudado verdaderamente.

En este momento, a Europa le va peor de lo que le iba en la etapa equivalente de la Gran Depresión. Y puede que haya noticias aún peores en el futuro, ya que Europa tiene todos los síntomas de estar precipitándose hacia una trampa deflacionaria como la de Japón.

¿Cómo encaja Francia en este panorama? Las noticias describen sistemáticamente a la economía francesa como un desastre disfuncional lastrado por unos impuestos elevados y por las normativas del Gobierno. Por eso, cuando se observan las cifras reales, uno se sorprende un poco ya que no cuadran en absoluto con esa historia. A Francia no le ha ido bien desde 2008 —en concreto, se ha quedado rezagada con respecto a Alemania—, pero el crecimiento general de su PIB ha sido mucho mejor que la media europea, superando no solo a las atribuladas economías del sur de Europa, sino a países acreedores como Holanda. Los resultados franceses en cuanto al empleo tampoco son tan malos. De hecho, los jóvenes adultos tienen muchas más posibilidades de encontrar trabajo en Francia que en Estados Unidos.

La situación de Francia tampoco parece especialmente frágil: no tiene un gran déficit comercial y puede endeudarse a unos tipos de interés históricamente bajos.

¿Por qué, entonces, tiene Francia tan mala prensa? Cuesta no sospechar que existen razones políticas: Francia tiene un sector público muy grande y un Estado de bienestar generoso, lo cual debería conducir al desastre económico según la ideología del libre mercado. Por eso, lo que cuentan las noticias es que es un desastre, aunque no sea lo que dicen las cifras.

Draghi entiende lo mal que están las cosas, pero existe un límite para lo que puede hacer el banco central

Y parece que Hollande, aunque dirija el Partido Socialista francés, se cree estas críticas que tienen una motivación ideológica. Y lo que es peor, ha entrado en un círculo vicioso en el que las políticas de austeridad hacen que el crecimiento se estanque, y este estancamiento del crecimiento se utiliza como prueba de que Francia necesita aún más austeridad.

Es una historia muy triste, y no solo para Francia.

En estos momentos, la economía europea está pasando apuros. Creo que Draghi entiende lo mal que están las cosas, pero existe un límite para lo que puede hacer el banco central y, en cualquier caso, tiene un margen de maniobra reducido a menos que los líderes electos estén dispuestos a cuestionar la ortodoxia que defiende las monedas fuertes y el equilibrio presupuestario. Mientras tanto, Alemania es incorregible. Su respuesta oficial a la reorganización en Francia fue declarar que "no existe contradicción entre consolidación y crecimiento" (nos da igual la experiencia de los cuatro últimos años; seguimos pensando que la austeridad es expansionista).

Por eso, Europa necesita desesperadamente que el líder de una economía importante —una que no atraviese una situación horrible— se levante y diga que la austeridad está acabando con las perspectivas económicas europeas. Hollande podía y debería haber sido ese líder, pero no lo es.

Y si la economía europea sigue estancada o empeora, ¿qué pasará con el proyecto europeo, esa iniciativa a largo plazo para garantizar la paz y la democracia a través de la prosperidad compartida? Al fallarle a Francia, Hollande también le está fallando al conjunto de Europa, y nadie sabe lo mal que podrían ponerse las cosas.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.

Traducción de News Clips.

© 2014 The New York Times Service.

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