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La recesión se palpa en la fábrica

La contracción de la economía argentina todavía es menos grave que en las crisis de 2001 y 2008

Alejandro Rebossio
Protesta en Buenos Aires por despidos en la Autopartista LEAR.
Protesta en Buenos Aires por despidos en la Autopartista LEAR.Ricardo Ceppi

Eran las seis de la mañana del pasado miércoles en el norte de una Buenos Aires invernal. Cientos de obreros y estudiantes universitarios desafiaban el frío bebiendo mate y con neumáticos ardiendo que cortaban la calle de entrada a la fábrica del fabricante estadounidense de componentes automóvil Lear, que despidió a 140 operarios en mayo. Amenazaban con cortar la autopista Panamericana, pero centenares de policías la custodiaban. Después de tres horas de tensión, una caravana de 25 coches bloqueó por sorpresa cuatro de los cinco carriles de salida de Buenos Aires. Así permanecieron más de una hora, montaron un atasco de 6 kilómetros hasta que se marcharon con una multa.

Esta fue la última protesta en el sector del automóvil, que en las cadenas de montaje han suspendido temporalmente a 12.000 obreros (aún perciben el 75% del sueldo) y despedido a 500 entre los fabricantes de componentes. Argentina está en recesión desde finales de 2013 y el primero de 2014. Entre abril y junio de este año cayeron la industria, la construcción y el comercio. Pero la recesión aún es más leve que la debacle argentina de 2001 y 2002 o el impacto de la crisis mundial de hace cuatro años. Habrá que ver el efecto de una eventual suspensión de pagos el miércoles por el fallo en EE UU a favor de los fondos buitres que rechazaron la reestructuración de la deuda.

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Uno de los militantes de izquierda opuestos al Gobierno de Cristina Fernández que protestaban el miércoles era Roberto Amador, de 35 años, padre de un hijo, despedido en mayo junto con otros 66 de la automovilística alemana Gestamp. “La producción había bajado un poco después de batir récords, pero empezaron a robotizar”, explicaba Amador. Sus compañeros estallaban un petardo, mientras él recordaba los cinco días que tomaron Gestamp, que la semana pasada suspendió actividades porque su cliente Volkswagen también lo hizo. Amador ahora vive de la solidaridad de diputados y militantes y por su oficio de herrero: “Compro lo necesario, nada de ropa, ya no lleno el chango (carro) del supermercado”.

A pasos de allí, en el lodo que separaba la calle de la autopista, estaba Daiana Álvarez, de 23 años, una de las 57 despedidas en enero de otra proveedora automovilística alemana, Kromberg & Schubert. “Nos echaron por baja producción, pero en esa época no había bajado”, cuenta Álvarez, que ha conseguido dos fallos de la justicia para anular su despido. Mientras espera que Kromberg & Schubert la reincorpore, vive del finiquito: “Gasto lo mínimo, con la SUBE (tarjeta para el transporte público) cargada, para comer y ya está. No saco préstamos".

Más adelante militantes llevaban carteles que decían: “Mientras los yanquis nos roban con la deuda, sus patronales buitres quieren dejar a 200 familias en la calle”. Entre ellos, docentes bonaerenses que estuvieron de huelga todo marzo y volvieron a parar un día hace dos semanas. “Nos dieron un aumento (de nómina) bajo”, cuenta Marina Alonso, profesora de 48 años. La inflación es del 32,2% y la media de los aumentos salariales formales, 29,7%. “También paramos porque el Gobierno bonaerense (kirchnerista) no mandó una partida para infraestructura. En mi escuela los pozos (negros) rebalsan, hay techos caídos, se corta la luz y el agua, faltan sillas”, relata esta profesora de una escuela a la que asisten pobres. “No veo tanto deterioro en las familias de los alumnos, que viven de la asignación universal por hijo”, que aumentó 40% este año, “sino en los trabajadores formales, que antes hacían cuentas para llegar a fin de mes”, opina Alonso.

Los precios del consumo suben a un ritmo del 32,2% y los salarios lo hacen al 29,7%

“La gente que va al supermercado no llega al 15 del mes, la que viene al Mercado Central llega al 40”, se jacta el vicepresidente de esa feria de alimentos frescos, Alberto Samid. “Hay una merma del consumo: la gente gana lo mismo, los precios aumentan y hay suspendidos. No se vende como hace seis meses y lo de los buitres nos hace daño, la gente espera antes de invertir”, lamenta Samid.

En su casa del barrio porteño de Illia, Sandra García, feriante de 48 años, con tres hijos y dos niños a los que cuida, ha montado el comedor llamado Un Nuevo Comienzo. En 50 minutos de entrevista, unas 40 vecinos recogen 168 raciones que le donan en un restaurante. “Viene más gente que el año pasado”, señala García, que en la feria mantiene sus ventas de alfajores (dulces), pero ve que se vende menos ropa. “Los 100 pesos de antes son ahora como 10”, se refiere a la inflación. Vecinas la ayudan en el comedor, como Karina Moya, de 37 años y madre de tres hijos. “Una boliviana me daba trabajo para hacer muñecos, pero este año ya no”, lamenta Moya.

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