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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La base del crecimiento

José Luis Leal

A lo largo de las últimas semanas se han producido noticias económicas positivas: el empleo ha mejorado, el paro ha disminuido, las exportaciones, aunque a duras penas, se mantienen, los ingresos presupuestarios aumentan, etcétera. Son buenas noticias, pero hay que interpretarlas con prudencia ya que el crecimiento de la economía, aun siendo positivo, no alcanza el vigor suficiente para absorber la inmensa bolsa de paro existente. A pesar de ello, es posible sumarse a la tesis de que el crecimiento de la economía tiende a acelerarse suavemente: de algo menos del 1% pronosticado hace unos meses para este año hemos pasado a un 1,5%. Muchos analistas —aunque no el Fondo Monetario Internacional (FMI)— piensan que el año próximo, si no ocurren cataclismos económicos o políticos dentro o fuera de nuestras fronteras, podríamos alcanzar cifras superiores al 2%, llegando así lo que parece ser, hoy por hoy, el techo previsible de nuestro crecimiento a medio plazo.

La cuestión consiste en saber si ese crecimiento podrá superarse y si será sostenible, y para eso hay que comenzar por examinar la evolución de la población.

España es el país que ha conocido en los últimos años los movimientos de población de mayor envergadura dentro de los países que forman la Unión Europea. En el año 2000 había en España cuarenta millones de habitantes, mientras que, en el primer trimestre de este año, la población estimada alcanzó 46,5 millones. Este aumento se debe, como todos sabemos, a la inmigración, ligada a su vez al fuerte crecimiento de los primeros años de la pasada década e impulsada por la burbuja especulativa de la construcción. Es importante señalar que el efecto llamada del crecimiento no se detuvo con el estallido de la burbuja: el punto álgido de la población extranjera en España se alcanzó en el año 2009, ya con la crisis avanzada. Es lógico que haya un cierto desfase entre las expectativas y la realidad de la economía, desfase que ahora ha comenzado a operar en sentido inverso, pues una parte de los inmigrantes ha comenzado a volver a sus países, acompañados por un número creciente de españoles que no encuentran trabajo en nuestro país. Y esto sucede cuando las expectativas de crecimiento comienzan a mejorar en España. Retornan los inmigrantes procedentes de América Latina; los que procedían de los antiguos países del Este o los del norte de África permanecen por el momento en España a pesar de las oportunidades de trabajo en sus países de origen.

Esta evolución tiene un efecto positivo sobre las cifras de paro, pero la permanencia de la gran mayoría de esta población sigue presionando sobre los servicios sociales, sanitarios y educativos que, por regla general, han tenido bastantes dificultades para adaptarse a las demandas del conjunto de la población en un periodo de crisis como el que atravesamos. Desde otra perspectiva el retorno de los inmigrantes, o de parte de ellos, agudiza el grave problema del envejecimiento de la población a largo plazo, con sus inevitables secuelas sobre la financiación de las pensiones.

La cuestión consiste en saber si ese crecimiento podrá superarse y si será sostenible

La población activa en España adolece de falta de formación. Así lo atestiguan, año tras año, las estadísticas del Informe PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), según el cual la formación de los estudiantes de secundaria está por debajo de la media de los países que forman parte de ese organismo tanto por lo que se refiere a los aspectos académicos como a las habilidades prácticas adquiridas. Lo mismo sucede con la formación superior, de nuevo según las clasificaciones internacionales. Hay pues mucho trabajo por delante antes de que la cualificación de la mano de obra en España alcance el nivel de los países más desarrollados, y esto constituye un claro obstáculo para el crecimiento a largo plazo aunque no sea posible cifrarlo con precisión. Probablemente esta sea la principal razón que impida en un futuro próximo ir mucho más allá del 2% de crecimiento medio anual.

Tampoco estamos en el mejor de los mundos en lo referente al capital productivo a pesar de disponer de una de las mejores infraestructuras de Europa. Nuestras carreteras, puertos y aeropuertos forman una red integrada de excelente calidad. Incluso podemos pensar que de demasiada calidad, pues su manteniendo es costoso. No sucede lo mismo con la red ferroviaria, especialmente en lo referente al transporte de mercancías, pero en conjunto nuestras infraestructuras son más que aceptables. El problema reside en la inversión en maquinaria y equipo, que ha disminuido considerablemente a lo largo de los últimos años, si bien comienza a despertar con el previsible aumento de la demanda interna. Lo cual no ha sido obstáculo para el fuerte aumento de la productividad en la industria. Del primer trimestre de 2008 al mismo trimestre de 2014 el empleo en la industria cayó un 31%, mientras que el valor añadido sólo lo hizo en un 3%.

El aumento de la productividad ha permitido un notable incremento de las exportaciones de mercancías y ha ayudado a la creciente internacionalización de nuestras empresas, grandes y pequeñas. La cuestión que se plantea es la de saber si podremos mantener o aumentar el peso de la industria en la producción de bienes y servicios. Es probable que así sea, pero para que los resultados no sean precarios será preciso realizar un esfuerzo en la formación de la mano de obra, apoyar la investigación, general y aplicada, mejorar la financiación de las empresas, especialmente de las medianas y pequeñas, unificar nuestro mercado interior, reducir trabas administrativas y un largo etcétera sobradamente conocido y frecuentemente ignorado.

Uno de los mayores obstáculos para el crecimiento en los años venideros será el peso de la deuda, tanto pública como privada. Por el momento, el desendeudamiento de los agentes privados es bastante lento si se compara con lo sucedido en episodios similares en otros países. La factura que resta por pagar de los excesos de la pasada década es muy elevada y no será fácil compatibilizar el crecimiento económico con la reducción de la deuda hasta niveles parecidos a los de los países de nuestro entorno.

Mejorar la formación a todos los niveles, favorecer la inversión, reducir las trabas de todo tipo al crecimiento son condiciones necesarias para el crecimiento a medio y largo plazo. El tiempo no juega a nuestro favor: el envejecimiento de la población, la aversión al riesgo de nuestra sociedad, las reglas estrictas de la moneda única, las tensiones políticas internas, todo esto complica la elaboración primero, y la comprensión después, de las medidas de política económica necesarias para hacer frente a los problemas que tenemos planteados. Otras sociedades lo han hecho antes que nosotros, y nosotros mismos hemos sido capaces de hacerlo en algunos momentos de nuestro pasado reciente. De no hacerlo ahora, legaremos a las generaciones que nos siguen una pesada carga que tendrán, injustamente, que sobrellevar.

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