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Tribuna
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El bluf fiscal

El apocalipsis de la deuda estadounidense ha desaparecido de las noticias. Porque no hay crisis de deuda, ni nunca la ha habido

Paul Krugman

Durante gran parte de los últimos cinco años, a los lectores de las noticias políticas y económicas les quedaron pocas dudas de que el déficit presupuestario y el aumento de la deuda eran los problemas más importantes a los que se enfrentaba Estados Unidos. La gente seria emitía sin cesar funestas advertencias de que Estados Unidos corría el riesgo de convertirse en otra Grecia en cualquier momento. El presidente Obama nombró una comisión especial con representación de ambos partidos para proponer soluciones a la supuesta crisis fiscal y pasó gran parte de su primer mandato intentando negociar con los republicanos un gran pacto sobre el presupuesto.

El pacto nunca se produjo porque los republicanos se negaron a tomar en consideración cualquier acuerdo que aumentase los impuestos. Sin embargo, la deuda y los déficits se han esfumado de las noticias. Y hay una buena razón para esta desaparición: resulta que todo el asunto ha sido una falsa alarma.

No estoy seguro de que la mayoría de los lectores acaben de darse cuenta de hasta qué punto el gran pánico fiscal se ha desinflado por completo. Y los cascarrabias del déficit, por supuesto, siguen refunfuñando. Incluso están intentando tergiversar las últimas previsiones a largo plazo de la Oficina Presupuestaria del Congreso —que salta a la vista que no tienen nada de alarmantes— como una especie de confirmación de sus anteriores tácticas de amedrentamiento. Así que parece que es buen momento para ofrecer una puesta al día sobre el desastre de la deuda que nunca existió.

Sobre las previsiones: la oficina presupuestaria pronostica que el déficit federal de este año será de tan solo el 2,8% del PIB, por debajo del 9,8% de 2009. Es cierto que el hecho de que todavía estemos registrando déficit significa que la deuda federal en dólares sigue creciendo, pero la economía también está creciendo, de manera que la oficina presupuestaria espera que el porcentaje crucial de la deuda con respecto al PIB se mantenga más o menos estable durante la próxima década.

Se supone que después las cosas empeorarán, sobre todo debido al impacto del envejecimiento de la población con derecho a Medicare y la Seguridad Social. Pero ha habido una ralentización espectacular de los costes de la asistencia sanitaria, que solían desempeñar un papel estelar en los espeluznantes escenarios presupuestarios. En consecuencia, a pesar del envejecimiento, se prevé que en 2039 —¡dentro de 25 años!— la deuda no supere, en cuanto a porcentaje del PIB, a la que Estados Unidos tenía a finales de la Segunda Guerra Mundial o a la que Reino Unido tuvo durante la mayor parte del siglo XX. Ah, y la oficina presupuestaria espera ahora que los tipos de interés se mantengan considerablemente bajos, no muy por encima de la tasa de crecimiento de la economía. Esto a su vez debilita —de hecho, prácticamente elimina— el riesgo de una espiral de la deuda, en la que el coste del servicio de la deuda conduce a un endeudamiento aún mayor.

“A pesar del envejecimiento, solo se espera que la deuda de EE UU supere a la adquirida en la II Guerra Mundial en 2039

En todo caso, que la deuda aumente no es bueno. Entonces, ¿cuánto costaría evitar cualquier incremento de la tasa de endeudamiento? Sorprendentemente poco. La oficina presupuestaria calcula que estabilizar el endeudamiento con respecto al PIB a su nivel actual exigiría recortar los gastos o aumentar los impuestos por valor de un 1,2% del PIB si empezásemos ahora, o de un 1,5% del PIB si esperásemos hasta 2020. Políticamente sería difícil dada la radical oposición republicana a cualquier cosa que pueda proponer un presidente demócrata, pero desde un punto de vista económico no sería gran cosa y no requeriría ningún cambio fundamental en nuestros principales programas sociales.

En definitiva, el apocalipsis de la deuda ha sido cancelado.

Un momento. ¿Qué hay del riesgo de una crisis de confianza? Ha habido múltiples admoniciones de que dicha crisis era inminente, algunas de ellas acompañadas de reconocimientos sorprendentemente sinceros de la decepción porque no se hubiese producido aún. Por ejemplo: Alan Greenspan advirtió de la "analogía griega" y declaró que era "lamentable" que los tipos de interés y la inflación de Estados Unidos todavía no se hubiesen disparado.

Pero de eso hace más de cuatro años, y tanto la inflación como los tipos de interés siguen bajos. A lo mejor, después de todo, Estados Unidos, que entre otras cosas adquiere los préstamos en su propia moneda y por lo tanto no puede quedarse sin efectivo, no se parece tanto a Grecia.

De hecho, incluso en Europa la severidad de la crisis de la deuda disminuyó rápidamente una vez que el Banco Central Europeo empezó a hacer su trabajo, dejando claro que haría "todo lo necesario" para evitar crisis de liquidez en los países que habían renunciado a sus propias monedas y adoptado el euro. ¿Sabían que Italia, que sigue fuertemente endeudada y que sufre el lastre del envejecimiento de la población mucho más que nosotros, actualmente puede conseguir préstamos a largo plazo a un tipo de interés de tan solo el 2,78%? ¿Sabían que Francia, que continuamente es objeto de informaciones negativas, paga solo un 1,57%?

O sea, que no tenemos una crisis de la deuda, y nunca la hemos tenido. ¿Por qué da la impresión de que cualquier persona importante piensa lo contrario?

Para ser justo, ha habido algunas noticias realmente buenas sobre las perspectivas fiscales a largo plazo, sobre todo en lo relativo a la atención sanitaria. Pero es difícil evitar la sensación de que el pánico de la deuda fue fomentado porque servía a un propósito político, de que mucha gente estaba promoviendo la idea de una crisis de la deuda como un medio para atacar a la Seguridad Social y a Medicare. Y causaron un enorme perjuicio por el camino, distrayendo durante años y años la atención del país de sus problemas reales: el paro devastador, el deterioro de las infraestructuras y otros. 

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

Traducción de News Clips.

© 2014 New York Times Service.

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