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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para exportar mucho más

Xavier Vidal-Folch

Una manera de exportar más, para crecer más, es apretar el pedalín: aplicar políticas domésticas transversales, industriales, de innovación, de apoyo a la exportación. Tienen recorrido (se hace poco, y con poco dinero), aunque limitado.

La otra es de mayor ambición: apretar en favor de los acuerdos comerciales del área de la que formamos parte, la Unión Europea. Sobre todo, el más polémico, el planteado con EEUU. Es el TTIP o Transatlantic Trade and Investment Partnership, cuya sexta ronda negociadora se celebra estos días en Bruselas, justo mientras usted está desayunando.

El tratado entre EEUU y la UE abre horizontes, pero lleva rémoras secretistas

Este proyecto contempla la anulación de los aranceles o tarifas transfonterizas supervivientes (menos del 4%, de media, si bien muy altos en algún subsector). Pero también la destrucción de las barreras no arancelarias y una regulación cada vez más común, que homogenice o reconozca los estándares de calidad y seguridad de la otra parte. Es pues, más que un acuerdo comercial. Deberes de agosto: lean el sugerente ”The TTIP”, de Joaquín Roy y Roberto Domínguez (Thomson-Shore, Inc).

Aunque recelemos de los estudios económicos prospectivos, por optimistas, a veces sirven de referencia. El PIB per cápita español sería de los europeos más beneficiados, un 6,55%, como los escandinavos, algo menos que el británico y más del doble que el francés, según la Fundación Bertelsmann (“TTIP, who benefits from a free trade deal?”; www.bfna.org).

Si el acuerdo fuera tan ambicioso como se pretende, la UE generaría un crecimiento adicional de 119.000 millones anuales en la UE (cerca del 1% de su PIB) y de 95.000 en EEUU, a resultas de un fuerte incremento del comercio, en su inmensa mayor parte (el 80%) gracias a la abolición de las barreras no tarifarias. Así lo calcula el estudio “Reducing Transatlantic Barriers”, del Centre for Economic Policy Research (www.cepr.org).

Vigila las negociaciones de cerca, desde hace un año, el Parlamento Europeo. En su resolución 2558 de 23 de mayo de 2013 impuso condiciones exigentes: exclusión de lo audiovisual; respeto a los estándares europeos de derechos humanos; cumplimiento de las condiciones laborales y medioambientales europeas; inclusión de los servicios financieros (Washington se niega); cautelas sobre los organismos genéticamente modificados...

Más allá de todo eso, permanece una rémora inaceptable en la discusión del TTIP: el secretismo de las negociaciones, impuesto por la parte norteamericanna y (en menor medida) por algún Gobierno europeo, que obligó a la Comisión a ocultar el mandato negociador: está filtrado en www.laquadrature.net/en/TAFTA.

El otro gran motivo de escándalo (hay más cuestiones polémicas) es la propuesta de un mecanismo de arbitraje para que los Estados, si cambian su legislación, indemnicen a las multinacionales si ese cambio recorta sus beneficios futuros. “¿Para qué queremos un sistema de arbitraje, si la protección de las inversiones es equivalente a ambos lados?”, reacciona el negociador jefe europeo, el español Ignacio García Berceo, un monstruo en los detalles, un (para bien) culo di ferro inasequible al desaliento.

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