_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El banquero central del mundo

Estados Unidos debe asumir su papel de líder e impulsar políticas expansivas en Europa

La Reserva Federal de Estados Unidos en estos días está abiertamente satisfecha con su política monetaria. Pero, desde mediados de 2007, su política ha sido insuficientemente expansionista. A día de hoy, las políticas con más posibilidades de éxito serían las análogas a la implementada por la Fed en 1979 y 1933, por Gran Bretaña en 1931 y, más recientemente, por el primer ministro japonés, Shinzo Abe.

Quienes tememos que la estrategia de la Fed haya agravado profundamente el malestar general de la economía estadounidense y esté transformando el paro cíclico de Estados Unidos en un desempleo estructural, permanente a largo plazo, hemos perdido la batalla de la política monetaria nacional. Pero existe otro debate sobre las políticas que hay que tener en cuenta. La Fed no es solo el banco central de Estados Unidos; es el banco central del mundo.

El régimen cambiario actual de Estados Unidos es un sistema de tipos de cambio flotantes —o al menos de tipos que pueden flotar. En los años 1950 y 1960, economistas como Milton Friedman suponían que un régimen global de tipos de cambio flotantes sería un régimen en el cual los valores de las distintas monedas se moverían lenta y gradualmente, a la par de las diferencias en las tasas de inflación y crecimiento de la productividad de la economía.

En los años 1970, el economista Rudi Dornbusch (y la realidad) nos enseñaron que eso era un error: un sistema de tipos de cambio variables capitaliza las diferencias futuras que se esperan en los tipos de interés nominales —restándole la inflación— en sus tasas de cambio actual. Un país que cambia su política monetaria en relación con Estados Unidos altera mucho sus tipos de cambio; y, en el mundo altamente globalizado de hoy, eso implica trastocar sustancialmente su sector importador y exportador. Como ningún Gobierno quiere hacer eso, prácticamente todos los Gobiernos hoy siguen a Estados Unidos a la hora de definir su política monetaria, alejándose solo coyunturalmente y con cautela.

De forma que EE UU no es una economía más en un mundo de economías que siguen sus propias políticas monetarias bajo un régimen de tipo de cambio flexible. Estados Unidos es, más bien, un líder supremo mundial: el banco central para todo el planeta, con la responsabilidad no solo de estabilizar la producción, el empleo y la inflación y asegurar la estabilidad financiera en Estados Unidos, sino también de administrar la economía global en su totalidad.

Un motivo de preocupación es la fortaleza y la estabilidad del crecimiento en los mercados emergentes, dado que al mismo tiempo intentan beneficiarse de los ingresos de capital, satisfacer las demandas de Europa y Norteamérica de mercados financieros abiertos y administrar la inestabilidad resultante generada por el “dinero caliente” especulativo, las prácticas de carry trade, la exuberancia irracional y los excesos en general. Los gobernadores de bancos centrales de los mercados emergentes temen a un Estados Unidos que alterne entre una política expansionista, que alimenta gigantescos ingresos de dinero caliente y una espiral inflacionaria interna, y un ajuste rápido que asfixia el crédito y causa una recesión local.

Luego está el principal problema al que se enfrenta la economía global hoy: la crisis de Europa y la eurozona. La creación del euro sin una unión fiscal implicó que las transferencias de regiones con excedentes a regiones deficitarias no eliminarán los desequilibrios de demanda; ni siquiera los amortiguarán. El hecho de que la eurozona carezca de la flexibilidad del mercado laboral necesaria para ser una zona monetaria óptima ha implicado la lentitud glacial del ajuste a través de la redistribución regional de la actividad económica, a la vez que la pérdida de control de sus miembros en materia de política monetaria ha hecho imposible el ajuste a través de una devaluación nominal.

Es más, Europa carece de las instituciones de gobernanza necesarias para elegir la manera más fácil de gestionar el reequilibrio económico: una inflación moderada en el norte de Europa en lugar de la costosa deflación y quiebra universal en el sur. El diseño institucional de la UE amplifica las voces de aquellos intereses que reclaman políticas que hoy han colocado a Europa en el sendero deflacionario, garantizando así décadas perdidas durante las cuales la Unión no registrará crecimiento y prosperidad.

Tenemos un ejemplo, de principios del siglo XX, de las consecuencias políticas de un periodo de depresión y estancamiento económicos de estas características. La reacción a lo que Karl Marx llamaba el “cretinismo parlamentario” es el ascenso de movimientos que buscan, por el contrario, un líder decidido: alguien que le diga a la gente qué hacer. Esos líderes pronto se dan cuenta de que sus soluciones no son mejores que las de los demás y deciden que la mejor manera de mantenerse en el poder es culpando a los extranjeros de todos los problemas. En consecuencia, exaltan a la “nación” y enfocan sus políticas en disputas de suma cero con otros países y, dentro de sus propias fronteras, convirtiendo en chivos expiatorios a los “extranjeros”.

No es bueno ni para Europa ni para Estados Unidos tener que vivir con un continente así. Una Europa democrática, próspera y estable implica un mundo mucho mejor y más seguro para Estados Unidos.

Aquí es cuando entra la Fed en escena. Si modificara su régimen de política monetaria para apuntar a una inflación del 4% al año —o un crecimiento del PIB nominal del 6% anual—, Estados Unidos pondría en marcha un rápido reequilibrio en la eurozona. En lugar de ver la apreciación del euro del 30% como consecuencia de la política monetaria actual del BCE, los exportadores alemanes reclamarían medidas para impedir la “devaluación competitiva” de Estados Unidos, generando finalmente una inflación moderada en el norte y no la costosa depresión actual en el sur.

Un mundo en el cual Estados Unidos sea demostradamente digno de la confianza exigida para desempeñar el papel de líder económico global es un mundo mucho mejor para EE UU que un mundo en el que no sea de fiar. Simple y llanamente, Estados Unidos debe gestionar la economía global para el bien común colectivo. De lo contrario se enfrentará con un mundo en el que la gestión macroeconómica global sea el resultado de una carrera hacia el abismo de distintas políticas nacionales.

Los intereses políticos, de seguridad y, sí, económicos de Estados Unidos requieren que la Fed admita que su misión en relación con las políticas no es concentrarse únicamente en intentar lograr y mantener un equilibrio dentro de las fronteras estadounidenses. Más bien, consiste en aceptar y desempeñar su papel de banco central del mundo que equilibra la demanda agregada y la oferta potencial para la economía global en su totalidad.

J. Bradford DeLong, exsubsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y socio de investigación en la Oficina Nacional de Investigación Económica.

© Project Syndicate, 2014.

www.project-syndicate.org

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_