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Italia, condenada a crecer

El Gobierno de Matteo Renzi intenta relanzar el país tras dos décadas de estancamiento

Línea de producción de Maserati en Turín.
Línea de producción de Maserati en Turín.Bloomberg

El profesor Marcello Messori, director de la School of European Political Economy de la Universidad Libre Internacional de Estudios Sociales (LUISS) de Roma, es optimista, lo que tiene mucho mérito después de admitir que Italia tiene que hacer dos cosas muy difíciles “ya y al mismo tiempo” si quiere rescatar de una vez su economía. Sobre todo si se tiene en cuenta que el PIB real per capita solo ha subido un 10% desde 1990 —el de España lo ha hecho en un 33%— y que la deuda pública supera el 135% del PIB. “Tenemos que conseguir”, explica el profesor Messori, “relanzar el crecimiento y racionalizar nuestra economía para que sea competitiva. Hacer dos cosas a la vez siempre es difícil, pero en nuestro caso es dramáticamente difícil, porque si no se ponen en marcha rápidamente las reformas, el estímulo de la demanda [que ya ha iniciado tímidamente el Gobierno de Matteo Renzi y que buscará la complicidad de Europa durante el semestre italiano] no podrá aguantar mucho”.

La situación actual de Italia no tiene muchos motivos de celebración. Una deuda pública muy elevada y un aumento muy reducido de la productividad que, pese a un déficit público contenido, impiden el crecimiento y lastran la competitividad exterior. “El problema de fondo desde el punto de vista estructural”, explica Marcello Messori, “es la baja tasa de crecimiento. Italia pasó de ser uno de los países con una productividad superior a la media europea en los años setenta a una tasa de crecimiento inferior a partir de los noventa. El motivo, a mi juicio, es que no supo adaptarse a los tres cambios tan profundos que marcaron esa época: la entrada en el mercado internacional de nuevos países emergentes —en especial de China—, el cambio tan profundo en la manera de funcionar que provocó la creación de la eurozona y, sobre todo, la incapacidad de adaptarse a la

Hay que aumentar el PIB y racionalizar el gasto al mismo tiempo Marcello Messori, profesor de la LUISS 

revolución tecnológica. A eso hay que añadir que la economía italiana ha sufrido más que otros países la crisis del alto déficit público y los problemas del sector bancario, porque nuestros bancos han sido la fuente casi exclusiva del financiamiento de las empresas”.

Y en esto llegó la crisis. No solo la económica. Los años más duros del derrumbe económico mundial coincidieron en Italia con la agonía de un líder político que, mediante parches y engaños, había intentado maquillar la situación. A mediados de noviembre de 2011, y antes de que Silvio Berlusconi arrastrara a Italia en su caída, el presidente Giorgio Napolitano lideró una operación de Europa y los mercados para colocar al frente del Gobierno a Mario Monti. “El Gobierno técnico”, explica Franco Scaramuzzi, analista de la Oficina Económica y Comercial de España en Roma, “intentó poner en orden las cuentas públicas a través de ajustes presupuestarios, hizo una labor de cirujano para salvar al paciente en un momento de extrema debilidad. Como planteamiento teórico, perfecto. Pero luego tuvo que dimitir [Berlusconi le retiró su apoyo parlamentario] sin poder terminar el conjunto de reformas que necesita el país. Porque una de las grandes limitaciones de Italia es lo que tarda en traducir los planteamientos políticos en medidas concretas que repercutan en la economía real”.

Al país le cuesta trasladar las decisiones políticas a la economía real

Esa es la clave de la situación actual. El diagnóstico es el adecuado, y el Gobierno italiano admite que las ocho recomendaciones que le acaba de hacer la Comisión Europea coinciden en muchos aspectos con su planteamiento: reducción de la deuda pública, eficacia y transparencia de la Administración pública, reequilibrio de la carga fiscal, acceso de las pymes al crédito, reforma laboral, impulso a la educación, además de la reforma de la ley electoral y del cambio de función del Senado para evitar que siga siendo un obstáculo a la gobernabilidad del país. El gran problema es que en Italia del dicho al hecho hay un trecho a veces infinito. Los tres Gobiernos —ninguno elegido por las urnas— que han ostentado el poder en apenas dos años y medio han redactado una serie de iniciativas, en muchos casos coincidentes, que se estrellan una y otra vez con un laberinto político y administrativo. La cuestión es ver si Renzi es capaz de romper el encantamiento, si las medidas que ya ha puesto en marcha hay que anotarlas en el populismo —80 euros a las rentas más bajas o subasta de los coches oficiales— o el principio de la solución.

El profesor Marcello Messori quiere ser optimista: “Al menos sobre el papel, el apoyo obtenido por el Gobierno en las elecciones europeas puede suponer un cambio de ritmo en las reformas. Renzi tiene clara una agenda que comenzará a dar frutos, como las últimas iniciativas para articular el mercado financiero o para reducir el monopolio del sector bancario en la financiación de las empresas. Y además la presidencia italiana podría tener un valor positivo si consiguiera convencer al resto de que el aumento de la demanda no puede venir de cada Estado, sino que es un problema también de otros —España, Portugal...—, y que hace falta un proyecto europeo de aumento de la demanda. Se tendrían que promover proyectos de inversión europeos que podrían ser un poco asimétricos, privilegiando a los países periféricos”.

Franco Scaramuzzi, en cambio, no cree que haya que encomendarse solo a una situación europea. El gran calado de los problemas recurrentes —“Italia no ha experimentado la diversificación de sus grandes empresas, que se han mantenido como seres monolíticos, y tampoco ha ido retroalimentando a la pequeña y mediana empresa, que constituyen todavía sus centros de excelencias”— no se compadece con una voluntad de cambio al mismo nivel. “A veces los cambios”, explica, “necesitan decisiones drásticas, incluso impopulares, porque son las únicas que luego pueden llevar a aliviar la situación. Por ahora solo estamos viendo actuaciones ligeras y no incisivas, pero el tiempo pasa y el escenario —basta ver los datos y bajar a las calles de Italia— no parece estar mejorando”. En esto coincide el profesor de la LUISS: “Si de verdad quiere acometer reformas que sirvan, el Gobierno tendrá que reforzar el sistema de protección social. Porque las reformas que necesita Italia —sobre todo en una fase de intenso cambio tecnológico— traerán consigo costes sociales. Nuestros sistemas de protección a los más débiles también tienen que estar a la altura del reto”. 

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