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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El problema de la desigualdad… ¿dónde?

Leer el influyente último libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI], lo deja a uno con la impresión de que el mundo nunca fue tan desigual desde los tiempos de los reyes y los barones ladrones. Es extraño, porque hay otro libro excelente publicado hace poco, The great escape [El gran escape], de Angus Deaton (del que hice una reseña), según el cual habría que concluir que el mundo nunca ha sido tan igualitario.

¿Cuál de las dos visiones es correcta? La respuesta depende de que uno contemple los países individualmente o el mundo en su conjunto.

El dato principal del libro de Deaton es que durante las últimas décadas, varios miles de millones de habitantes de los países en desarrollo (particularmente en Asia) lograron salir de niveles de pobreza realmente desesperantes. El mismo mecanismo que aumentó la desigualdad en los países ricos niveló el campo de juego para miles de millones de personas a escala global. En perspectiva, y asignando la misma consideración (por poner un ejemplo) a un indio que a un estadounidense o un francés, los últimos 30 años han sido de los mejores de la historia por lo que respecta a la mejora de las condiciones de vida de los pobres.

Por su parte, el brillante libro de Piketty estudia detalladamente la desigualdad interna de los países, especialmente en los países ricos. Gran parte del revuelo cultural en torno a su libro se origina en personas que se ven a sí mismas como de clase media en sus países, pero que vistas en el contexto global son clase media alta, e incluso ricas.

El primer problema del siglo XXI sigue siendo ayudar a los extremadamente pobres de África y otros lugares del mundo

Los hechos que Piketty y su coautor, Emmanuel Saez, establecieron en los últimos 15 años son materia de abstrusos debates técnicos. Pero yo encuentro que sus resultados son convincentes, especialmente en vista de que otros autores han llegado a conclusiones similares usando métodos totalmente diferentes. Por ejemplo, Brent Neiman y Loukas Karabarbounis, de la Universidad de Chicago, sostienen que la participación de los trabajadores en el PIB viene disminuyendo a escala global desde los años setenta.

Pero Piketty y Saez no ofrecen un modelo, tampoco en este último libro. Y la falta de un modelo, combinada con su énfasis en países de clase media alta, es muy importante a la hora de formular políticas. ¿Serían los seguidores de Piketty tan entusiastas acerca de su propuesta de instituir un impuesto global progresivo a la riqueza si el objetivo fuera corregir las inmensas disparidades entre los países más ricos y los más pobres, en vez de las diferencias que hay entre aquella gente que en términos mundiales está bien y los ultramillonarios?

Piketty sostiene que el capitalismo es injusto. ¿No lo fue el colonialismo también? En cualquier caso, la idea de instituir un impuesto global a la riqueza supondría una infinidad de problemas de credibilidad y aplicación, además de ser políticamente improbable.

Aunque Piketty tiene razón cuando dice que en las últimas décadas la rentabilidad del capital creció, no tiene suficientemente en cuenta el amplio debate que hay entre los economistas respecto de las causas. Por ejemplo, si el factor principal de ese aumento fue el ingreso masivo de mano de obra asiática a los mercados de comercio internacional, entonces el modelo de crecimiento propuesto por el premio Nobel de Economía Robert Solow sugiere que, a la larga, los stocks de capital se ajustarán y los salarios aumentarán, a lo cual también contribuirá el retiro de trabajadores de la fuerza laboral conforme alcancen la edad jubilatoria. Si, en cambio, la disminución de la participación de los trabajadores en la renta se debe al aumento inexorable de la automatización, entonces seguirá habiendo una presión a la baja en ese sentido, como expliqué hace algunos años en un artículo sobre la inteligencia artificial.

Felizmente, hay formas mucho mejores de hacer frente a la desigualdad en los países ricos y al mismo tiempo fomentar un crecimiento a largo plazo en la demanda de productos de los países en desarrollo. Por ejemplo, implementar un impuesto al consumo con tasa relativamente uniforme (y un alto mínimo no imponible, para que sea progresivo) sería un modo mucho más sencillo y eficaz de cobrar impuestos a las riquezas acumuladas en el pasado, especialmente en tanto se pueda vincular el domicilio fiscal de los ciudadanos con el lugar donde obtuvieron sus ingresos.

Un impuesto progresivo al consumo sería relativamente eficiente y no distorsionaría las decisiones de ahorro tanto como los actuales impuestos a las ganancias. ¿Por qué tratar de implementar un improbable impuesto global a la riqueza, cuando existen alternativas que permitirían recaudar importantes sumas, sin afectar el crecimiento, y a las que se les puede dar un carácter progresivo definiendo un mínimo no imponible elevado?

Además del impuesto global a la riqueza, Piketty recomienda para Estados Unidos un impuesto a las ganancias con una tasa marginal del 80%. Aunque estoy firmemente convencido de que Estados Unidos necesita un sistema impositivo más progresivo (particularmente respecto del 0,1% más rico de la población), no entiendo por qué Piketty da por sentado que una tasa del 80% no causaría distorsiones significativas, sobre todo teniendo en cuenta que este supuesto se contradice con el voluminoso trabajo de los premios Nobel Thomas Sargent y Edward Prescott.

Además de un impuesto progresivo al consumo, hay muchas políticas prácticas que se pueden adoptar para reducir la desigualdad. En el caso particular de Estados Unidos, Jeffrey Frankel, de la Universidad de Harvard, sugirió la eliminación de los impuestos a los salarios para los trabajadores de bajos ingresos, una reducción de las exenciones para trabajadores de altos ingresos y aumentar los impuestos a la herencia. Frankel también señala que la universalización de la educación preescolar colaboraría con el crecimiento a largo plazo, a lo que yo añado que también habría que insistir más en la educación continua de los adultos, tal vez por medio de cursos en Internet. También se pueden cobrar impuestos a las emisiones de dióxido de carbono, que ayudarían a mitigar el calentamiento global y serían una importante fuente de recaudación.

Al aceptar la premisa de Piketty de que la desigualdad es más importante que el crecimiento, no hay que olvidar que los ciudadanos de muchos países en desarrollo dependen del crecimiento de los países ricos para escapar de la pobreza. El primer problema del siglo XXI sigue siendo ayudar a los extremadamente pobres de África y otros lugares del mundo. Desde ya, el 0,1% de la élite debería pagar mucho más en impuestos, pero no olvidemos que en lo que respecta a reducir la desigualdad global, el sistema capitalista lleva tres décadas de avances impresionantes. J

Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.

Traducción de Esteban Flamini.

© Project Syndicate, 2014.

www.project-syndicate.org

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