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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La consistencia de la recuperación: dudas y reflexiones

Es fácil imaginar una economía creciendo establemente sin crear prácticamente empleo

Los datos y estimaciones que se van conociendo sobre el conjunto de la economía española en 2013 apuntan en forma clara hacia una recuperación de valores positivos en el crecimiento del PIB y del empleo, incluso hacia posiciones superiores a las esperadas por la mayoría de los analistas, dentro de un rango de valores modestos.

Se diría que la línea de la política económica, de propiciar una devaluación efectiva real, ha tenido éxito. La reducción de costes y el aumento de la productividad derivado de la caída del empleo han impulsado la demanda exterior con un brillante resultado en el crecimiento de las exportaciones, paliado, en parte, por una evolución también creciente de las importaciones de bienes y servicios, que ha dado lugar a un avance modesto de la producción nacional en los dos últimos trimestres de 2013 (después de nueve trimestres de caída continuada, aunque cada vez menos intensa) con un reflejo positivo en el empleo, que, por fin, apunta a un aumento en términos netos. A partir de ahora se espera que en 2014 y 2015 la demanda interna vaya tomando el relevo en la tarea de impulsar el crecimiento, sin renunciar a una aportación importante, aunque tal vez más moderada, de la demanda exterior.

En cierto modo, este resultado sería el semejante al que, antes de pertenecer a la Unión Monetaria, se derivaba de los reiterados procesos de devaluación de nuestra moneda, si bien al automatismo de una decisión administrativa le ha sucedido ahora una tarea más ardua y compleja para lograr el ajuste necesario de costes y precios sin salirse de las reglas de fijeza del tipo de cambio que impone la pertenencia a una unión monetaria.

Esa salida de la recesión, que no de la crisis, como algunos precisan, hasta que los niveles de desempleo regresen a valores más normales, ha tenido la virtud inmediata de cambiar el debate económico nacional. De preguntarnos cuándo saldremos de la recesión, ahora pasamos a interesarnos por qué cabría hacer para consolidar el crecimiento incipiente y acentuar la positiva evolución inicial sin dañar el empleo. En esta nueva coyuntura, son varias las dudas e inquietudes que se plantean sobre el curso futuro de la actividad económica. Personalmente, estos cuatro me parecen temas clave, de necesaria reflexión.

1. El excelente comportamiento económico de los dos últimos trimestres de 2013 podría estar llevando a una extrapolación de la evolución de la producción y del empleo para 2014 exagerada por parte de algunos comentaristas. En realidad, hay factores circunstanciales que pudieran haber influido en el final de 2013 sin que quepa pensar en su continuidad. Así, por ejemplo, la afiliación a la Seguridad Social creció incluso en términos desestacionalizados desde septiembre hasta diciembre. Y también la EPA arroja crecimiento del empleo en el cuarto trimestre de 2013, pero ese crecimiento refleja sobre todo una campaña agrícola muy positiva (especialmente en el olivo), una excelente evolución en hostelería —en un año turístico excepcional por la difícil situación de algunos de nuestros competidores— y el aumento de empleo en el propio sector público en el área de la sanidad. Pero estos son hechos ocasionales sobre cuya continuidad no es posible cimentar una previsión fiable.

La receta es clara: mejorar la productividad, seguir con las reformas y no ceder en la reducción del déficit

2. En todo caso, hay vectores en el sistema que parecen conducir más bien, con independencia de lo que está aconteciendo en los primeros meses del año, hacia una pérdida de intensidad en la evolución de la demanda interna. De hecho, algunos indicadores recientes ya muestran ese menor dinamismo.

El consumo familiar, más pronto o más tarde, se va a ver constreñido por una renta disponible de las familias con crecimiento escaso que puede verse disminuido si aumentan los impuestos o su exacción se hace más rigurosa. Las familias siguen, por otra parte, constituyendo el grupo institucional más endeudado, lo que anima poco al aumento del gasto por la vía del crédito. La baja inflación —incluso negativa— podría estimular algo el consumo, aunque también puede degenerar en deflación y, por otra parte, juega en contra de una reducción del valor del endeudamiento. La desinflación no ayuda a los deudores.

La inversión, por su parte, avanzará al ritmo que marquen las necesidades de bienes de capital que deriven de las exportaciones, pero las empresas españolas con capacidad instalada excedentaria y también notablemente endeudadas es poco probable que inicien un proceso de capitalización hasta que no se lo exija una evolución creciente e intensa del consumo, que está lejos de producirse a corto y medio plazo.

Por otra parte, el gasto público tendría que volver a una senda de mayor austeridad que en 2013 si quiere cumplir los compromisos del Programa de Estabilidad. Recordemos que en 2014 el déficit debería replegarse a 5,5 puntos del PIB (1,12 puntos menos que en 2013). Va a ser una tarea complicada al coincidir en mayo con un proceso electoral que siempre tiende a elevar el gasto para atender a promesas electorales, pero del cumplimiento de los compromisos con Bruselas también depende que se nos siga considerando el alumno aplicado y que podamos seguir beneficiándonos del apoyo del BCE, esencial para mantener la prima de riesgo a niveles bajos.

No olvidemos finalmente, desde el lado de la política de demanda, los posibles efectos negativos, en sentido de elevación de los tipos de interés, derivados de la reducción de estímulos monetarios por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos.

3. Es, por tanto, fácil prever que, ceteris paribus, en la segunda mitad de 2014 pueda producirse una ralentización fuerte de la demanda interna, del crecimiento del PIB y de la generación de empleo que llevará a los empresarios, como ha ocurrido a lo largo de todo el periodo de la crisis, a un esfuerzo por intensificar las exportaciones. La demanda exterior irá paulatinamente sustituyendo a la demanda interna.

4. En sí mismo, este cambio en la composición de la demanda, a favor de las exportaciones como motor del crecimiento, no es malo. De hecho, en el marco de la Unión Monetaria se espera que el crecimiento futuro de España se cimiente sobre una exportación estable y creciente. Los experimentos del pasado de modelos de crecimiento económico basado en demanda interna —consumo y construcción— no han dado históricamente buenos resultados. El problema, sin embargo, es que en un plazo corto la penetración de la exportación en mercados internacionales exige mejoras intensas de competitividad. Eso se traduce en una tensión permanente para lograr aumentos de productividad y reducción —o estabilización— de las retribuciones laborales. Lo primero, a corto plazo es poco compatible con la creación de empleo. La tasa de crecimiento del empleo es, en términos generales, la del aumento de la producción menos la de evolución de la productividad aparente del trabajo. Si a una tasa del crecimiento del PIB más bien modesta se le resta un crecimiento de la productividad en aumento, lo que queda para incrementar el empleo es muy residual. Más que crear empleo, a lo que cabría aspirar es a que este no disminuyera sustancialmente. Seguramente la flexibilidad introducida por la reforma del mercado laboral ayude en este sentido. Lo segundo reduce la renta disponible y puede afectar al consumo.

Todo esto viene a cuento de que, lejos de pensar que la situación económica va finalmente caminando, aunque lentamente, hacia una recuperación sólida, puede producirse un cambio probable que ralentice el crecimiento y frene la creación de empleo. Si ya, en el mejor de los escenarios, se prevé un crecimiento del empleo de un 1% anual (unas 177.000 personas) y harían falta unos 20 años para eliminar los cuatro millones de parados que nos separan del inicio de la crisis, es fácil en el contexto descrito imaginar una economía creciendo establemente sin crear prácticamente empleo.

Salir de ese círculo vicioso exige acentuar el proceso de aumento de la productividad global de los factores que no proceda de una reducción del empleo. Algunos piensan que la economía española no encontrará su senda de crecimiento hasta que la inversión física, y especialmente en vivienda, se reactive. Yo creo más en el valor del capital humano y en el avance técnico como líneas de futuro, pero en todo caso una redefinición del papel de las viviendas en alquiler en España contribuiría a recuperar la actividad.

La receta es clara: mejorar la productividad total de los factores, continuar las reformas estructurales y no retroceder en el proceso de reducción del déficit para revitalizar en el futuro una política presupuestaria compensatoria que tan necesaria es en momentos críticos.

Victorio Valle es presidente del consejo consultivo de Funcas.

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